El miedo, eterno compañero del hombre

El miedo, eterno compañero del hombre

Por Alejandro Schang Viton
Considerado por el folklore universal como pésimo consejero, el miedo es, sin embargo, un eficaz y permanente gobernante. Nada zonzo, por cierto, persigue a todo el mundo para permanecer en sus vidas las 24 horas, sin tomarse siquiera un feriado a lo largo de los 365 días. Sin cuestionar sistemas políticos, genera incertidumbre susurrando al oído Estoy aquí, o avisando con efectivos mensajes como Ya vuelvo, por más que ciertos miembros vinculados con el poder lo subestimen y señalen que sólo es una sensación. Es así que, cuando sus pesados grilletes lo permiten, el cuco nuestro de cada día y cada noche obliga a dejar la luz encendida.
No es casualidad que este hijo natural de los tiranos haya sido visto por los antiguos sabios como el origen de los dioses del mundo. Pitágoras refirió ante sus discípulos -sin miedo al que dirán- que “el hombre es mortal por sus temores, e inmortal por sus deseos”. Por otra parte, el fundador del taoísmo, Lao Tsé, en El libro de los cambios anunciaba que “el que, sin ser temerario, se muestra valiente, conservará la vida”. Su milenaria observación llega hoy hasta la pampa húmeda y se acerca al viejo dicho campero Más vale pasar por maula que por dijunto. O al más reciente, Es preferible hablar con un juez que con San Pedro.
Nuestros miedos
¿Qué pasó en la Argentina? ¿Quién dejó que entrara el miedo por la puerta y huyera la valentía por la ventana? También se lo pregunta uno de los protagonistas de la novela de Manuel Gálvez La gran familia de los Laris (1973): “Mi padre era un hombre fuerte, muy fuerte. Lo eran también sus hermanos, aunque de otra manera. Mi abuelo y sus hermanos eran más fuertes aún. Todos habían peleado en guerras y revoluciones. También eran fuertes en el trabajo, en la conducta. Los hombres de mi generación no somos como ellos. Algo hemos perdido en fuerza, en carácter, en otras cosas. Es cuestión de preguntarse qué serán nuestros hijos… Le aseguro a usted que me da miedo. El número de muchachos que no son verdaderamente hombres, aunque lo parezcan, aumenta sin cesar”.
Un estudioso del tema, Arturo López Peña, escribe en su ensayo Teoría del argentino (1958) que el estado de beligerancia en que el gaucho vivía cimentó su valor y labró su destreza. “Por eso -afirma el autor- el gaucho se sonreía socarronamente, con la indiscutible suficiencia del hombre probado, frente al señorito urbano, ahíto de letras, que ignora la ciencia de pervivir en comunión íntima con la naturaleza.”
Sobre los miedosos hay muchas metáforas animales vinculadas con la imagen de un perro con la cola entre las patas, gallinas, y con ratas y ratones huyendo a más no poder. De hecho, Eric Fromm explica en su obra El miedo a la libertad (1974) el porqué de la popularidad del Ratón Mickey: “Algo pequeño es perseguido y puesto en peligro por algo que posee una fuerza abrumadora, que amenaza matarlo o devorarlo; la cosa pequeña se escapa y, más tarde, logra salvarse y aun castigar a su enemigo. De este modo el espectador revive su propio miedo y el sentimiento de su pequeñez, experimentando al final la consoladora emoción de verse salvado y aun de conquistar a su fuerte enemigo”.
Así reflexionaba el autor de temas científicos Robert Ardrey: “Somos animales de mal tiempo, los hijos más bellos del desastre. Por el más sólido de los motivos evolutivos, el hombre se desenvuelve mejor en la peor de las circunstancias”. Pero no es suficiente, al menos para el
norteamericano Bob Fenster, recopilador de La estúpida historia de la especie humana (2004), que sostiene: “Los soldados descubren que si uno no es valiente por naturaleza (pocos lo son), se puede fingir que se es. En medio de la batalla da igual si tu valor es auténtico o está bien disimulado”. En cambio, para el pensador, escritor y guerrero francés François de La Rochefoucauld, el verdadero valor consiste en “hacer sin testigos lo que se sería capaz de hacer delante de todos”. çún Antonio Pamies, se creen valientes y no lo son, “cosa que se castiga con el desprecio y el ridículo”. Admite Pamies una serie de sinónimos, tales como bravucón, gallito, valentón, matón y macarra. En nuestros días llama la atención entre los estudiosos el empleo del término bizarro para designar algo grotesco o de muy mal gusto, cuando, en realidad, según el diccionario de la Real Academia Española, significa en su primera acepción: valiente, esforzado, y también generoso, espléndido y lúcido.
Existe también una serie de insultos dirigidos hacia el cobarde, basados en elementos escatológicos y vinculados con el género femenino, como si la gallardía y la valentía fueran solamente patrimonio del mundo masculino. Pero a lo largo de la historia resuenan nombres de mujeres que, con su actitud valerosa, sacaron muchísimas veces las castañas del fuego, demostrando un valor similar al de cualquier héroe reconocido. Décadas atrás, la señora Eleanor Roosevelt, por ejemplo, escribió que cualquier experiencia en la que realmente uno se enfrenta al temor “hará adquirir fuerza, valor y confianza. Podrá decirse a sí mismo: he soportado este horror, podré soportar lo próximo que ocurra”.
Las definiciones siempre aclaran un poco más. La clásica de miedo, en castellano, es la perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o mal que realmente amenaza o que finge la imaginación. El diccionario Larousse define terror como “miedo grande, espanto, pavor”.
Para combatirlo, el doctor Miguel Ruiz, que indagó en el conocimiento esotérico tolteca, recomienda romper viejos acuerdos culturales y formalizar nuevos. En Los cuatro acuerdos, tema central y título de su libro en el que plantea efectivas pautas para perder el miedo, aconseja ser impecable con las palabras, no tomarse nada personalmente, no hacer suposiciones y hacer siempre el máximo esfuerzo en todos nuestros actos. Ruiz comenta que “estar vivos es nuestro mayor miedo. No es la muerte, nuestro mayor miedo es arriesgarnos a vivir: correr el riesgo de estar vivos y de expresar lo que realmente somos”.
Con optimismo inusitado e ironía descarnada, Jorge Luis Borges escribió: “El camino es fatal como la flecha. Pero en las grietas está Dios, que acecha”.
LA NACION