El liderazgo político debe enfrentar los desafíos del mundo digital

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El liderazgo político debe enfrentar los desafíos del mundo digital

Por Alejandro Morán Marco
Muchos gobiernos todavía no han tomado conciencia de la necesidad de reflexión sobre el impacto que las tecnologías disruptivas tienen en numerosos ámbitos, desde la prestación de servicios públicos básicos y las redes de protección social hasta el desarrollo económico y el mercado laboral. El contexto digital continuará impulsando la creación de riqueza y la expansión de la economía. Pero, mientras muchos se beneficiarán, ese crecimiento fortalecido vendrá acompañado de profundos cambios en las habilidades necesarias para obtener o mantener un empleo y de transformaciones estructurales en la economía.

Este fenómeno se está dando de manera global y a gran escala, y puede observarse en el testimonio de Barack Obama cuando la Oficina Ejecutiva de la Casa Blanca publicaba un informe que arrojaba conclusiones como la siguiente: “La administración deberá estar muy alerta para desarrollar las políticas públicas que permitan obtener los beneficios que proporcionan las tecnologías disruptivas, al tiempo que aseguran que se distribuyen entre todos. Responder a los efectos económicos de la adopción generalizada de las tecnologías disruptivas será un importante desafío para las próximas administraciones. Estas tecnologías ya han comenzado a transformar el lugar de trabajo, a modificar los empleos disponibles y a remodelar las habilidades que los trabajadores necesitan para prosperar. Todos los estadounidenses deben tener la oportunidad de enfrentar estos desafíos, ya sea como estudiantes, trabajadores, directivos, especialistas técnicos o como simples ciudadanos”.

También hay una corriente escéptica en torno a este futuro distópico que lo cataloga solo como una posibilidad más cercana a la ficción. Nada más lejos de la realidad. Los efectos económicos de esta adopción masiva se vienen dejando notar durante las últimas tres décadas. Los economistas del MIT Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee acuñaron la expresión “gran desacoplamiento”, que define una circunstancia económica que se viene produciendo desde los 90 e intensificando durante los 2000. Pese a la adopción masiva de la tecnología en los procesos productivos y en el consumo, la economía y la productividad no crecen de manera significativamente distinta (al menos tal como las miden las métricas tradicionales), pero, sobre todo, el empleo generado y el ingreso medio se estancan o, incluso, decrecen.

La evolución tecnológica está teniendo profundas consecuencias en la economía. Quizá la más importante es que, mientras el progreso digital incide positivamente en el crecimiento, puede hacerlo empeorando sustancialmente la situación de algunas (o muchas) personas. Parece probable que la marea digital no eleve todos los barcos. Las tecnologías digitales se han mostrado capaces de desempeñar trabajos rutinarios desde hace tiempo. Esto les ha permitido sustituir a los trabajadores menos cualificados, ejerciendo una gran presión a la baja sobre el salario medio. A medida que la inteligencia artificial y la robótica se vuelven más potentes a la vez que se abaratan, este fenómeno se extiende hasta el punto en que los empleadores prefieren comprar más tecnología que contratar a más trabajadores. En otras palabras, prefieren el capital sobre el trabajo. Esta preferencia afecta tanto a los salarios como a los volúmenes de empleo. Y la situación se acelerará a medida que robots y algoritmos aprendan a hacer más.

Ante esta circunstancia, es imprescindible una acción política enérgica, urgente y sostenida en el medio plazo. Y no enfocada a medidas impositivas o restrictivas que alejen la inversión en innovación y el empleo calificado hacia otras latitudes. Uno de los focos debe establecerse en ayudar a aquellos que, por sí mismos, no puedan adaptarse a los cambios, así como en garantizar que los beneficios que sin duda va a aportar la revolución tecnológica se desarrollen y estén disponibles para todos. Es necesario asumir que se está generando una situación -quizá transitoria- de alto riesgo de desempleo tecnológico (o, más correctamente, de transformación tecnológica del empleo), motivada por el hecho de que la aplicación de tecnologías disruptivas para llevar a cabo tareas hasta ahora desempeñadas por humanos -conducción de camiones o cobro en supermercados- puede destruir empleos a mayor ritmo del que se encuentren nuevos usos para el trabajo.

El segundo foco debe orientarse a proteger la competitividad y el posicionamiento económico de nuestra economía en el contexto de actividad productiva que definen, conjuntamente, mercados mundiales, cadenas de valor globales, economía digital y cuarta revolución industrial. O, si se prefiere, a abordar decididamente la transformación digital de la economía. No pueden perderse de vista las estimaciones que indican que, hacia 2025, el peso de la economía digital se situará en torno al 25% del PBI mundial. Y es que, dado el potencial impacto transformador de las tecnologías disruptivas sobre las ventajas competitivas actuales, el riesgo de una adopción lenta o inadecuada de las mismas por parte de nuestras empresas es inasumible, ya que puede tener consecuencias económicas nefastas.

El nuevo contexto digital genera una elevada situación de incertidumbre económica y social. Mantenerse anclados en los paradigmas del pasado, aferrarse al statu quo no puede ser una opción. Solo queda afrontar con decisión el tránsito a la economía digital, reconociendo los riesgos que entraña, tratando de que el camino nos fortalezca y no deje a nadie olvidado. ¿De qué manera la acción de gobierno puede contribuir a moldear el inmediato futuro digital, maximizando sus beneficios al tiempo que se minimiza el riesgo de exclusión para aquellos que no puedan aprovechar las oportunidades que se presentan? No puedo concebir un gobierno que no se esté haciendo esta pregunta, que no se encuentre embarcado en una profunda reflexión sobre su rol frente el creciente impacto social y económico que la acelerada digitalización y la exponencial evolución tecnológica están generando.

Los gobiernos deben asumir su responsabilidad de liderazgo en la transformación digital de regiones y países. Deben anticiparse, no reaccionar, a los cambios económicos y sociales que están en proceso. Y deben hacerlo desde un marco institucional apropiado. Es hora de que las políticas relativas a lo digital dejen de ser un capítulo más en programas y agendas y se conviertan en un elemento central de la acción de gobierno. Nos encontramos ante una importante encrucijada que solo se puede resolver satisfactoriamente si el liderazgo político hace suyos, de manera urgente, los desafíos que presenta el contexto digital.
LA NACION