Un detective para la oscuridad humana

Gabriel Rolon escritor

Un detective para la oscuridad humana

Por Maximiliano Kronenberg
Sus manos están sobre el teclado; los dedos replican una armoniosa melodía en el piano de su casa, en el barrio de Caballito. El licenciado Gabriel Rolón confiesa que la música es su verdadera pasión. El tango y el folclore están incluso por encima del psicoanálisis, profesión que lo condujo a la popularidad. Más allá de Freud y Lacan, su gran sueño es dirigir una sinfónica o ser pianista profesional.

Pero, está claro, la música no es todo lo que lo moviliza. Y ahora le cuenta a Clarín que ha recuperado el interés por escribir. Luego de una pausa de tres años, el autor de Historias de diván vuelve al ruedo con La voz ausente (Emecé), su octavo libro. Ya marcó una trayectoria en el mercado editorial.

La novela gira en torno a José “El Gitano”, un psicoanalista que aparece con un tiro en la cabeza en su propio consultorio. Pero el suicidio “cantado” se convierte en un crimen (supuesto) que empieza a investigar su mejor amigo, el también psicoanalista Pablo Rouviot. Este último fue el personaje de Los Padecientes, el tercer libro de Rolón. En la nueva trama, se obsesiona con resolver el caso del amigo. Auxiliado por los métodos del psicoanálisis, deberá deducir y enfrentar a personajes que, como el propio Rouviot, sobrevivieron a una historia de vida complicada y con oscuridades. Contará con la ayuda de un policía, el subcomisario Bermúdez.

En un vertiginoso thriller de 540 páginas -sin prólogo ni epílogo-, Rolón combina suspenso, muerte, dolor, amor y angustia. Hay, también, escenas de sexo explícito. Y alusiones a momentos claves del pensamiento. Muchas preguntas se conectan con interrogantes de la mitología griega, con el héroe Aquiles o con los relatos de Platón. También aparecen, entrelazadas con la ficción, ideas de grandes filósofos como Descartes, Karl Marx, Nietzsche y George Wilhelm Friedrich Hegel.

–¿Cómo definís el libro?

–Es un thriller psicológico, mucho más que Los Padecientes. Apunto permanentemente al suspenso. Mi intención es que el lector lo empiece a leer, se entusiasme, pregunte, cuestione, y que esa trama lo tenga atrapado.

–¿Qué te impulsó a construir el personaje de Rouviot?

–La primera historia de Pablo Rouviot, que se publicó en Los Padecientes, la tenía en la cabeza hace 30 años. Cuando Planeta me propuso escribir, les ofrecí hacer esa novela porque la trama me daba vueltas y me la quería sacar de la cabeza. Pero me dijeron: “Te venimos a buscar porque sos psicólogo, empezá a escribir sobre psicología y después vemos, y si vamos bien, tu tercer libro será una novela”. Después de Historias de diván y Palabras cruzadas, me tocaba escribirla. Además, Rouviot es un personaje para los argentinos: es el país más psicoanalizado del mundo y con más psicoanalistas per cápita del universo. Cualquier persona te dice: “Fue un lapsus, te traicionó el inconsciente”. Hasta el léxico del psicoanálisis está entre nosotros.

–Este nuevo libro tiene 540 páginas. ¿Cómo hiciste para escribir historias de vida complejas con un relato que sin embargo avanza de manera simple?

–Me pareció que era una linda manera contar historias muy complejas de un modo simple. Por ahí discurren Los Miserables o El retrato de Dorian Grey y otras novelas que tratan lo más profundo de las emociones, las miserias humanas y cuestiones heroicas que tenía que contar en poquito espacio y evitar que el lector deje de leer.

–¿Por qué hay tantos autores en tu libro, desde la mitología griega hasta clásicos de la literatura como Mark Twain y Oscar Wilde?

–Ese es el hilo conductor que le iba a permitir al protagonista, Rouviot, avanzar en su investigación con respecto al supuesto crimen de su amigo. Algo que le daría un perfil de cómo podía ser el sospechoso. Me encantó jugar con textos que he leído o estudiado. Son cosas que disfruto y, además, Rouviot me lo iba a agradecer.

–¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad?

–Esta obra es totalmente ficcional. Mis personajes tienen ese color que uno toma de la realidad para componer. El Gitano es uno de mis mejores amigos, pero El Gitano de mi novela tiene una vida muy distinta. En cuanto a Pablo Rouviot, es un psicoanalista y amante de la música. Le puse muchas de mis características porque así es más fácil escribirlo. Como decía Borges, todo autor escribe en sí mismo.

–A eso iba. ¿Cuánto hay de vos en Rouviot?

–Rouviot tiene muchísimo de mis pasiones y mis dolores, pero de un modo desmesurado; cosas que me duelen un poco y a él lo atormentan. Es mucho más fácil escribir desde la cabeza de un psicoanalista por cuestiones obvias y porque así pienso. Pero él tiene mucha más pinta que yo (risas).

–Hay varios personajes que tuvieron una infancia difícil, pero las consecuencias de eso parecen haberlos llevado por caminos diferentes. Rouviot no está perturbado como Dante Santana, un nombre central en esta historia, o está perturbardo de otra manera. ¿Hay distintas maneras de tramitar las heridas más difíciles?

–Santana está más perturbado que Rouviot. Cuando construís un superhéroe y un enemigo, siempre tienen mucho que ver entre ellos. Acá hay un encuentro, se conectan, se miran y dicen: “Nosotros dos sabemos de qué se trata esta tortura”. Y esto desemboca en tu segunda pregunta: qué es lo que hace uno con aquello que lo tortura. Con un deseo desenfrenado de ver sangre podés estudiar cirugía y salvar vidas o podés convertirte en Jack El Destripador. Rouviot tomó sus tormentos para ayudar a la gente y Santana no pudo hacer nada con sus tormentos más que destruir y destruirse.

–Angustia, neurosis, paranoia, realidad objetiva y realidad psíquica… ¿No quedó nada del psicoanálisis afuera del libro?

–(Risas) Algunas cosas quedaron afuera, como la pulsión. Primero, un libro te tiene que gustar cómo está contado, cómo está narrado y tiene un plus si además te abre a otros mundos. Es lo que intenté hacer con la intertextualidad.

–¿Por qué se llama La voz ausente?

–El origen del título es la voz de El Gitano, esa voz que se necesitaría escuchar para saber quién y por qué le hizo lo que le hizo. Rouviot trata de rescatar esa voz en sus pensamientos; es la que después va a buscar en las grabaciones que dejó su amigo, para que lo ayude, es la voz que no está. A la vez, es la mezcla con esta voz que Rouviot escucha en una de las grabaciones, que es la voz del criminal… una voz en una ausencia del cuerpo. Por eso me pareció lindo jugar con el cuerpo sin voz y la voz sin cuerpo.

–¿Tenemos voces ausentes?

–El ser humano no hace otra cosa que conversar todo el tiempo con sus muertos queridos. Cuando tenés entre 10 y 15 años te empiezan a transitar voces de “sabías lo que me decía mi abuelo”, y cuando sos más grande el tema es “mi viejo me diría” y empezás a componer voces que ya no están, a sentir la tortura de olvidarte voces que quisiste mucho y te empezás a angustiar hasta decir “no me acuerdo cómo era”. Hay personas que intentan llenar este vacío con realidades que me resultan groseras, como escuchar una antigua grabación. Nunca escuché una grabación ni he visto un video de mi padre. Esta especie de presencia en ausencia me genera un efecto muy siniestro y angustioso. Prefiero que su ausencia viva como presencia en mi memoria y que su voz ausente esté en mi presente casi siempre aunque ya no recuerde el tono de voz que tenía (Se conmueve).

–Rouviot dice: “No se suicida el que quiere, sino el que puede”. ¿Por qué?

–Matarse no es sencillo. Hay que tener una psiquis muy particular y haber llegado a un punto muy especial para que la mente de una persona esté dispuesta a llevar adelante ese acto. Escuché en mis pacientes decir: “Rolón, yo no me mato porque soy muy cobarde”… Pero te vas a morir tarde o temprano y eso es inevitable. Vivir es lo difícil. La vida requiere valentía. Lo difícil es transitar este espacio y que tenga un sentido hasta el día que llegue lo inevitable. Ahí aparece el peligro. Pablo usa esa frase porque conoce muy bien a José, El Gitano. Sabe que su amigo no puede, no tiene una estructura psíquica que le permita hacer este acto de ruptura con todo lo humano.

–El odio, la angustia y la muerte están siempre en la historia. ¿Por qué?

–Solo hay dos temas importantes para cualquier ser humano: la sexualidad y la muerte. Son los grandes enigmas. El que estudia una carrera y tiene por vocación tocar el violonchelo es porque su erotismo y su energía sexual la volcó en obtener placer de otra manera, pero lo que se juega es la sexualidad. Y cada vez que tenemos miedo aparece la muerte. Cuando tenemos miedo de que alguien nos deje es la muerte de una ilusión o de una relación. Son temas que angustian. La sexualidad y la muerte son los dos pilares en los que se apoya la pasión humana y podés verlas como el éxtasis de un encuentro amoroso o como la Pasión de Cristo, la pasión como padecimiento. Tiene un pie en la sexualidad y otro en la muerte y por ahí camina esta novela.

–El subcomisario Bermúdez dice que los terapeutas son retorcidos. ¿Qué hay de cierto?

–Un psicoanalista es necesariamente rebuscado porque es alguien a quien el paciente le dice que le gusta el color blanco y el analista tiene que pensar que por ahí no le gusta tanto el color blanco. Freud decía: “Venimos a traerle la peste al mundo”, eso es el psicoanálisis. Es la peste que le traemos a la gente para decirle: “Lo que usted cree es mentira, lo que usted cree es falso, lo que usted cree que ama no lo ama, usted hace esto porque no es bueno; lo hace porque le conviene”.

–¿En este libro la muerte le gana al amor, o viceversa?

–El amor logra engañar a la muerte por un rato. La batalla contra la vida está perdida desde el vamos. A mí me gusta una frase del pensador español José Luis Sampedro: “Las batallas hay que darlas, ganen o pierdan, porque se dignifican en darlas”. Eso es la vida, la batalla está perdida pero lo que dignifica es darla. Y el amor ayuda para ganarla.
CLARIN