Los músicos y Spotify libran su última batalla “en línea”

Los músicos y Spotify libran su última batalla “en línea”

Por Sebastián Espósito
Un dato es muestra suficiente: en el año que acaba de terminar escuchamos más canciones en streaming en una semana que en todo un semestre de 2012. Pero no es el único dato. Según el informe reciente de la consultora Nielsen, el auge de escuchar música en línea, a través de plataformas como Spotify , en mayor medida, u otras como Apple Music o Deezer, mantiene un crecimiento anual promedio del 12,5 %. La industria musical británica (BPI) aporta otro número. El año que pasó fue el primero en el que la mayor parte de la torta musical se saboreó en streaming. Los guarismos arrojaron un 50,4 %, porcentaje suficiente para ganar la contienda.
Sin embargo, no todos están contentos en el negocio. Mientras las grandes compañías discográficas respiran por haber vuelto a asomar la cabeza luego de vivir un comienzo de siglo cargado de incertidumbre y compitiendo con un jugador tramposo como la piratería, los músicos consagrados, aquellos de mayor peso están en pie de guerra.
“La última flatulencia desesperada de un cadáver moribundo”. Las palabras de Thom Yorke son de 2013 y describían por aquel entonces la relación conflictiva entre los autores y compositores de canciones y el gigante del streaming. Aún cuando todos veían a la novedad como la salvación de un negocio que tendía a desaparecer, el cantante de Radiohead se permitía discrepar. Y ser contundente.

Cuatro años más tarde, las opiniones encontradas y las contradicciones que se apoderan de los propios músicos vuelven a poner en la vidriera a Yorke. Al tiempo que se suma a un debate en Twitter generado por Geoff Barrow, de Portishead, sube a Spotify su “álbum invisible” de 2014, Tomorrow’s Modern Boxes. Ahora también editado en formato físico, tres temporadas atrás solo se podía conseguir a través del software BitTorrent.
A la pregunta de Barrow en la red social del pajarito “¿cuántos de ustedes han obtenido más de 500 libras esterlinas en Spotify?”, la respuesta de Yorke estuvo a la altura de su estirpe: “Los dejo, damas y caballeros, con los siguientes comentarios… sin hacer ningún comentario”. En forma paralela a este debate generado en las redes -el DJ Peanut Butter Wolf fue menos críptico: “En Spotify obtienes mucho más que en YouTube, pero mucho menos que por la venta de tus discos”-, en los últimos días de diciembre Wixen Music Publishing (compañía norteamericana que se especializa en derechos de propiedad de música) demandó en California a Spotify por 1600 millones de dólares. La cifra es por un total de 10.000 canciones de músicos a los que representa, entre los que se destacan Neil Young, The Black Keys y el legado de las obras de Tom Petty y Janis Joplin.
A través de Wixen, los músicos rechazaron un acuerdo de 43 millones de dólares. Según entienden, eso representaba menos de 4 dólares de ingreso por canción. En 2016 se firmó un acuerdo similar entre el servicio de streaming y la National Music Publishers Association de Estados Unidos (que protege el derecho de autor y que en el pasado tuvo una extensa lucha contra Napster) por 30 millones de dólares y en calidad de los reclamos que la asociación había recogido de la industria musical.
“Spotify (valuada el año pasado en 19 mil millones de dólares) ha construido un negocio multimillonario a costa de los compositores y de las discográficas, en muchos casos sin obtener ni pagar licencias por la música que está usando”, sostiene la demanda, que no es la única en América del Norte. Todo eso sucede en medio de los trámites que la empresa sueca hizo para empezar a operar en Wall Street.
En lo que a los músicos respecta, tampoco ellos tienen una única opinión. Rápidamente se pueden detectar dos grandes grupos: los que priorizan la difusión universal de su música que propicia la plataforma y los que quieren obtener mayores beneficios cada vez que alguien escucha una canción en streaming. Por lo general, de un lado están los más chicos, los que aún no tienen un gran número de seguidores; y, del otro, los pesos pesados de la industria. Incluso algunos de los que integran este selecto segundo grupo han vuelto sobre sus pasos en los últimos tiempos.
En 2015, Taylor Swift se bajó de Spotify y se mostró combativa: “Es un experimento que no compensa justamente a los compositores, productores, artistas y creadores de música”. En 2017 revisó su postura y volvió a la plataforma. Algo similar sucedió con Adele. “Entiendo que la música por streaming es el futuro, pero no es el único modo de consumir música. La música tiene que ser un evento y el streaming parece un poco descartable”, sostuvo años atrás la cantante británica. Pero en 2016, cuando volvió al disco con 25, también volvió a Spotify.
Los suscriptores a servicios de streaming como Spotify se convirtieron en la principal fuente de ingresos de la industria discográfica. En forma paralela al aumento de las suscripciones, las ventas físicas siguen descendiendo (con excepción del “milagro” de los vinilos) y también las descargas digitales. Cerca de 50 millones de usuarios de Spotify pagan por acceder sin restricciones a los 30 millones de pistas. Los músicos tienen el dato y entienden que este es el momento de librar la última batalla. Aun a riesgo de haberla perdido antes de empezar.
LA NACION