La felicidad como un mandato social

La felicidad como un mandato social

Por Inés Hayes
En Sociología de la felicidad (Editorial Biblos), Cecilia Arizaga explora tres fenómenos de la vida contemporánea: la idea de comunidad y la construcción de un nosotros en urbanizaciones cerradas suburbanas, torres exclusivas y barrios “distinguidos”, el cultivo de la sensibilidad en el ámbito doméstico y el consumo de psicotrópicos como modo para sostener un estilo de vida basado en la competencia. Según su investigación, son recursos mediante los cuales las clases medias intentan gestionar la incertidumbre, propia de esta etapa del capitalismo. De todo ello habla en esta entrevista.
–En el libro sostenés que vivimos en la gestión de la incertidumbre. ¿Cómo se explica esta afirmación y cuáles son las herramientas a las que recurren, sobre todo, las clases medias para sobrevivir? Es interesante lo que contás de cómo vivían nuestros padres y abuelos y cómo vivimos nosotros…

–Quienes pasamos nuestra infancia entre los 60 y 70 fuimos criados por nuestros padres de acuerdo al mundo de nuestros abuelos para transitar una vida adulta en el mundo de nuestros hijos. Fuimos criados con las reglas de un capitalismo que hacía de la planificación y la obediencia la regla para movernos en un nuevo orden regido por la inestabilidad y el peso de una demanda constante hacia la persona. Desde allí me pregunto cuáles son las emociones y las sensibilidades que nos definen como varones y mujeres de hoy y de qué modo las gestionamos. Mi trabajo focaliza en los sectores medios profesionales del Area Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) y por eso tomo tres consumos que conforman estilos de vida legitimados dentro de este sector social y analizo cómo emergen como recursos reparadores de la incertidumbre a partir de valores e imaginarios asociados a la idea de bienestar y calidad de vida. A ese proceso lo llamo la gestión de la incertidumbre: el modo en que las personas a través de los sentidos que les dan a sus prácticas encuentran recursos estratégicos para compensar los costes sociales y subjetivos de las nuevas reglas del capitalismo.
–¿Qué significa la noción de “management del yo”, concepto del mundo gerencial, aplicado a la sociología?
–Dentro de las nuevas reglas del mundo del trabajo, las competencias personales, emocionales, lo que suele llamarse “la actitud”, adquieren un gran protagonismo. Son nuevas demandas que promueven el desarrollo de una forma específica de gestionar las emociones y competencias necesarias para moverse exitosamente de acuerdo a reglas que se expanden del mundo empresarial al mundo de vida de las personas (a la familia, la vida social, el área de las emociones). La idea de “management del yo” habla de un individuo que se autoconstruye y autocontrola de acuerdo a estas demandas a partir de ciertos recursos que le provee el mercado.
–¿Quiénes son “los comunitarios”, cuándo surgen y cómo viven?
–En el libro construyo una tipología de modos de gestión de la incertidumbre asociados a ideas de bienestar: los sensibles, los autocontrolados emocionales y los neoconservadores culturales, concepto que tomo de Richard Sennett. El liga valores conservadores en lo cultural como la homogeneidad social con los valores de cambio que rigen la vida laboral. Dentro de estos últimos, “los comunitarios” son aquellos que a partir de la elección de vivir en urbanizaciones cerradas cristalizan valores de seguridad, homogeneidad social y ascenso social a partir de la construcción de la idea de comunidad como recurso compensatorio frente a la incertidumbre que lo acecha. No estamos hablando de clases sociales consolidadas sino que su ascenso social y lo que llamo su “imaginario de llegada” es precario, puede desmoronarse ante cualquier inminente despido o mal paso. En este contexto, la seguridad ontológica del nosotros comunitario resulta un nicho de certeza. Su emergencia está íntimamente vinculada a procesos socioeconómicos resultantes de las políticas neoliberales que se dieron progresivamente acá y en el mundo y que alcanzan su apogeo en los 90.
–¿Cómo se da el paso de la “casa eficiente” de los 50 a la “casa psicologizada” de la actualidad?
–La casa psicologizada responde a otro de los tipos ideales que analizo: el sensible-cosmopolita. Sus valores resultan antagónicos con los del comunitario en lo que respecta al modo de gestionar la incertidumbre y la búsqueda de bienestar. Sus valores están asociados al desarrollo de un capital emocional, a un cultivo de la sensibilidad que está fuertemente asociado a un desarrollo de cierto capital cultural, simbólico. Por eso también las barreras sociales que pone en juego son mucho más sutiles que las del comunitario, se trata de una distinción social dulcificada, suavizada, por lo simbólico. El capital emocional demanda cierto capital cultural que habilite el saber leer lo que llamo “la sofisticación de lo simple” que contienen determinados consumos y productos culturales que son propios de este tipo y en el que destaco “la casa psicologizada” que se define por una exacerbación del yo, una explosión del yo, en el modo de ambientar y vivir la casa.
–¿La casa psicologizada es también tecnologizada?
–Ahí la vivienda pasa a ser un reflejo de lo que Anthony Giddens llama el proyecto reflexivo del yo. Aparecen valores ligados a la autenticidad (vuelta a las fuentes, a lo simple, lo artesanal, no serializado) y al cultivo de la buena vida en donde confluyen ideales de búsqueda de uno mismo, hedonismo y sofisticación. Al resaltar lo sensible se separa de los ideales tecnocráticos de mediados del siglo XX, cuando los electrodomésticos venían a simplificar la vida del ama de casa moderna, aunque en la casa psi el mueble de la abuela conviva con los últimos adelantos tecnológicos.
–¿De qué manera se relaciona el auto- control de las emociones con la medicalización de la vida cotidiana?
–Al tercer tipo que analizo los llamo autocontrolados emocionales y se asocian con valores de rendimiento y autocontrol emocional para el logro de la performance social. La competencia, en el sentido de ser competente y de competir, frente a las demandas sociales (ser proactivo, generar proyectos, flexible para adaptarse a los cambios) resulta el eje rector de este grupo. Para no colapsar en el intento, se vuelven necesarios diversos dispositivos que contribuyan a la gestión del yo y al mantenimiento de los estándares requeridos. En este sentido, se da un proceso de medicalización de la vida cotidiana por el cual los medicamentos psicotrópicos vienen a dar respuesta rápida y eficaz a un individuo sobrepasado por las demandas sociales. La medicalización es la respuesta just in time (justo a tiempo) de un sujeto impaciente por solucionar su malestar frente a estas demandas y un sistema de salud que tampoco dispone de tiempo para darle.
–¿Cómo convive la incertidumbre con la búsqueda de la felicidad?
–La felicidad se ha vuelto un mandato social más. Condensa muchas de las demandas que nos impone hoy la sociedad en relación a ser competentes en el plano laboral, familiar, social y personal. Estas demandas se plasman en un mundo en el que las instituciones que nos moldeaban pierden peso al tiempo que se impone el ideal de “ser uno mismo”. Se trata de una autonomía y una demanda de autenticidad que se le impone al individuo y la padece cuando lo que trae es desamparo, incertidumbre y vulnerabilidad. Por eso, lo que me interesó trabajar es el modo en que estos tres consumos y los tipos ideales que construyó a partir de ellos representan intentos de compensar la incertidumbre y lograr más que la felicidad, pequeños nichos de certeza y bienestar que hagan más vivible la vida cotidiana.
CLARIN