Científicos argentinos desentrañan el juicio moral de terroristas e identifican cómo detectar la demencia frontotemporal

Científicos argentinos desentrañan el juicio moral de terroristas e identifican cómo detectar la demencia frontotemporal

Por Nora Bär
¿Cuáles son los vericuetos mentales de un individuo que llega a asesinar hasta a 600 personas?
Para contestar esta pregunta, un equipo de científicos argentinos realizó un singular experimento en las cárceles colombianas: entrevistó extensamente a 66 paramilitares convictos por crímenes de lesa humanidad y descubrió que para estos individuos la intención cuenta poco; el fin justifica los medios.
Los mismos investigadores, del Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional (de triple dependencia: Ineco, el Conicet y la Fundación Favaloro) identificaron un método que permite detectar una forma de demencia en etapas tempranas de la enfermedad.

Detección temprana
Para tomar decisiones terapéuticas, es fundamental conocer el “nombre y apellido” de la patología que enfrentamos. El problema es que algunas dolencias físicas, psíquicas o neurológicas tienen síntomas inespecíficos que hacen difícil su reconocimiento. Uno de los casos paradigmáticos es el de la demencia frontotemporal, caracterizada por pérdida de la inhibición, conductas riesgosas y cambios en la personalidad, aunque en etapas tempranas se conserven las funciones intelectuales, que pueden coincidir con las manifestaciones de otros cuadros cuyos mecanismos fisiológicos, efectos y evolución son diferentes.

Para enfrentar ese desafío, los científicos realizaron un trabajo pionero que arroja evidencias de que un método de análisis de la conectividad funcional cerebral podría ser el gold standard para detectar precozmente esta enfermedad, ya que resultó altamente consistente y selectivo en diferentes países y culturas. Se publicó en la revista Human Brain Mapping (DOI: 10.1002/hbm.23627).
“Se trata de un estudio sin precedente -dice Agustín Ibañez, que lideró un equipo internacional de neurocientíficos de la Argentina, Colombia y Australia-. Probamos que el análisis de «grafos» [vértices o nodos que, en este caso son los ensambles neuronales, vinculados entre sí en una red interconectada] es el único verdaderamente robusto entre todos los métodos de imágenes que se utilizan para detectar la demencia frontotemporal.”
Según el investigador, desde fines de los años noventa se entiende al cerebro como un órgano autoorganizado, una red de redes conectadas funcionalmente.
“La idea es que ninguna actividad local es suficiente por sí misma para producir un fenómeno o para afectarlo -explica Ibañez, director Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional-. Si bien hay centros jerárquicos, estos dependen de sus conexiones y a su vez pueden ser suplidos por otros nodos. Es algo similar a lo que ocurre en una orquesta: aunque un instrumento se dañe, la música sigue.”
La primera hipótesis que intentó explicar la aparición de las demencias fue la de la atrofia cerebral, pero luego se vio que ésta a su vez genera desconexión en áreas distantes, que es lo cardinal en este cuadro porque afecta la dinámica completa de los circuitos. “Hoy, la conectividad cerebral es el neuromarcador más importante propuesto para las demencias -afirma Ibañez-. Es más: hay evidencias de que antes que las neuronas, se afectan las sinapsis, que permiten la comunicación entre ellas.”
Hay diversos obstáculos para diagnosticar fehacientemente la demencia frontotemporal. Uno de ellos es que el diagnóstico es clínico y la atrofia es inespecífica; es decir, con distintos grados de atrofia, distintas personas pueden tener el mismo cuadro clínico. De allí que se postuló que analizar las conexiones permitiría encontrar marcadores muy tempranos.
“Esto originó una enorme cantidad de estudios, pero ¿cómo estudiamos las redes de conexión cerebrales? -se pregunta el científico-. La señal que captan los resonadores puede ser diferente, incluso entre uno y otro aparato de la misma marca. Y también pueden variar los parámetros elegidos y los diferentes métodos para estudiar la conectividad.”
Ibañez, Adolfo García, investigador del Conicet en Ineco y Lucas Sedeño, primer autor del trabajo decidieron enrolar a más de 100 pacientes en tres centros ubicados en la Argentina, Colombia y Australia. Fue un arduo trabajo de coordinación que llevó más de tres años.
“Para ver las alteraciones en conectividad, tomamos tres métodos de los más utilizados -cuenta Sedeño-. El último fue el de teoría de grafos, con el que tratamos de reducir la complejidad a índices que describieran la dinámica y la organización cerebral de forma más simple. Y con éste sí encontramos consistencia a pesar de la variabilidad.”
“El trabajar en tres países, con tres resonadores diferentes y con todos los métodos más utilizados en análisis de conectividad nos permitió no caer en un sesgo habitual en las neurociencias, que se basan en conclusiones locales, que luego se esgrimen como si tuvieran validez universal -aclara García-. Uno tiende a pensar en los métodos como si fueran la verdad última. En realidad, el método en algún punto revela lo que está, y en otro, crea lo que está. Según el que uno emplee puede encontrar ciertas cosas u otras.”
Y destaca Ibañez: “Tuvimos una sorpresa grande: la gran mayoría de los métodos no sirven. Algunos discriminaban aquí, pero no allá, otros aquí en este nivel y allá en este otro nivel. O sea, no había un patrón consistente ni homogéneo. Es más, había algunos que no daban bien en ningún lugar. Solo uno de los métodos de grafos resultó consistente. ”
Pero además avanzaron otro casillero: compararon los pacientes con demencia frontotemporal con un modelo fisiopatológico diferente, como el de ataque cerebrovascular, que también produce daño cerebral, y con otras demencias, como la enfermedad de Alzheimer y la afasia primaria progresiva, y pudieron ver que solo el método de grafos discriminaba con mucha precisión.
Ahora están trabajando con ingenieros para ver si estos resultados pueden automatizarse en clasificadores de imagen que permitan masificar el diagnóstico. “El análisis de grafos para detectar fallas de conectividad sólo tendrá utilidad como biomarcador si uno no puede hacerlo masivo”, explica Ibañez.

El juicio moral de los terroristas
“Como neurocientíficos, nos interesa dilucidar cómo los contextos socioculturales impactan en las diferencias individuales de cognición social -cuenta Ibañez-. Por ejemplo, una de las claves del juicio moral es saber detectar la intención malévola en otra persona. Normalmente, cuando uno se da cuenta de que alguien tiene mala intención, estima que el daño que va a hacer es mayor. Siente más empatía por la víctima, quiere castigar más… Ya a los dos años, los niños detectan intencionalidad de dañar, está estudiado en todas las culturas. Priorizamos la intención sobre el resultado.”
En las personas normales, si se daña sin querer, la condena no es tanta, aunque el resultado haya sido peor.
La idea de los científicos fue investigar si los mismos patrones se registran en los terroristas y el trabajo se pubica en la revista Nature Human Behaviour.
“Algo que se supone que caracteriza a estos individuos es la idea de que el fin justifica los medios. Que les interesa el resultado y no les importa cómo lo obtienen”, dice Ibañez.
Los sujetos estudiados habían asesinado un promedio de 33 personas, habían secuestrado e infligido torturas. Habían cometido un promedio de cuatro masacres (cuando se ejecutan cinco o más asesinatos de una vez) cada uno. No tenían antecedentes psiquiátricos graves (depresión, esquizofrenia), ni neurológicos (demencia, ACV).
Les tomaron pruebas cognitivas (de funciones ejecutivas, atención, inhibición, memoria de trabajo, inteligencia, abstracción, reconocimiento emocional, escalas de agresividad). Los compararon primero con controles sanos y después con sujetos que habían cometido asesinatos, que estaban en la misma cárcel, pero que no eran terroristas.
Los hallazgos fueron sugestivos: los terroristas manifestaron más agresividad proactiva y déficit en el reconocimiento de emociones, pero además exhibieron un patrón moral absolutamente aberrante, lo único que les importaba era el resultado.
“La discrepancia surgía en particular en las situaciones en las que había un conflicto; por ejemplo, si quiero matar, pero no me sale el tiro, entonces está todo bien, no hay culpa -agrega García-. Se les presentaron 24 escenarios con otras tantas historias en las que tenían que decidir qué tan malo era lo que sucedía. Se trata de una prueba sistemática, muy validada. Se probó en psicópatas y no muestran este patrón, de alguna forma hasta es opuesto. Si yo disparo hacia allá, el viento arrastra la bala y hace que Lucas se muera, los terroristas tienden a sobreculparme; los psicópatas, al revés, me adscriben mucha menos culpa que una persona normal. En ambos casos hay un patrón que se aleja de la norma, pero la dirección del alejamiento es distinta entre el psicópata y el terrorista. Los asesinos, por su parte, tienen el mismo patrón que los normales.”
Lo que el estudio no pudo dilucidar es si esta conducta se debe a la biología o a la cultura. “Como en cualquier otro fenómeno de la neurocognición, ambos factores cumplen un papel -dice García-. No cualquiera se hace ciego a la intencionalidad, y esa persona al mismo tiempo tiene que estar en un medio para que ese rasgo se exprese.”
Y concluye Ibañez: “Hay un aprendizaje de la violencia. En el contexto del conflicto colombiano, en los sectores más difíciles te enseñan a matar desde que sos chico”.
LA NACION