Por qué los argentinos somos los que más consumimos bebidas azucaradas en el mundo

Por qué los argentinos somos los que más consumimos bebidas azucaradas en el mundo

Por Vanina Lombardi
“La mitad de la población almuerza o cena con gaseosas, el 66% de los argentinos de entre tres y quince años las consume al menos una vez al día y, lamentablemente, nuestro país no tiene una política regulatoria para reducir su consumo “, dijo el médico Raúl Mejía, investigador del Centro de Estudios de Estado y Socidad (CEDES), durante unas jornadas en las que se debatió sobre la necesidad de promover políticas de regulación que ayuden a prevenir el creciente sobrepeso y obesidad en niños y adolescentes, organizadas por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la Organización Mundial de la Salud (OMS) y UNICEF.
“Hay alimentos que son vendidos falsamente como si fueran saludables, porque les agregan vitaminas y nutrientes, pero son claramente nocivos y en parte explican la epidemia de obesidad que se vive hoy en la Argentina y en el mundo”, le dijo a TSS Sebastián Laspiur, Consultor Nacional en Enfermedades no Transmisibles y Salud Mental de OPS/OMS en la Argentina, que participó de la organización de estas jornadas que se desarrollaron el 1 y 2 de junio en la Cámara de Diputados de la Nación.
El especialista mencionó la importancia de las políticas de etiquetado frontal en los productos comestibles -que le permitan al consumidor elegir y conocer si tienen altos contenidos de azúcar, grasas y sal-, las medidas de protección en entornos escolares -para evitar la venta de comida chatarra o ultraprocesada en los establecimientos educativos e instalar bebederos para que los niños tengan fácil acceso al consumo de agua- y las regulaciones para controlar la publicidad de alimentos, sobre todo la dirigida a niños.

La necesidad de medidas impositivas que busquen controlar la producción y el consumo de bebidas endulzadas también tuvo un rol central en el debate. Es que las cifras que se difundieron en el Congreso son alarmantes: la Argentina se convirtió en el mayor consumidor de bebidas azucaradas por habitante en el mundo. Se estima que se consumen 133 litros anuales en promedio por habitante y que las ventas de este tipo de bebidas se incrementaron un 238% en las dos últimas décadas, dando paso a un mercado oligopólico dominado por unas pocas empresas multinacionales.
Según un informe publicado por el Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI), elaborado por María Elisa Zapata, Alicia Rovirosa y Esteban Carmuega, durante los últimos 20 años el consumo promedio de gaseosas y jugos en polvo se incrementó de medio a un vaso de gaseosa por día, y en los hogares de menores ingresos el hábito de tomar bebidas endulzadas, que antes representaba una tercera parte del consumo de los hogares de mayores ingresos, hoy supera la mitad del consumo del grupo.
El último Boletín de Vigilancia Epidemiológica del Ministerio de Salud indica que, en el año 2011, el consumo per cápita de bebidas elaboradas por la compañía más grande de gaseosas fue de 80 litros: 2,5 veces mayor al consumo de 1991 y 1,5 veces mayor al del año 2001.
Esta tendencia se repite en América Latina. Según estadísticas la OPS/OMS, las ventas de bebidas gaseosas en la región “se duplicaron entre el 2000 y el 2013 y superaron a las de América del Norte, con una cifra de US$ 81.000 millones”. Según el mismo informe, las participaciones de mercado más concentradas América Latina, en 2013, se observaron en las bebidas gaseosas y en los snacks dulces y salados: el coeficiente de concentración de los cuatro fabricantes principales de bebidas gaseosas era de 82,2% del mercado total, las dos empresas principales eran transnacionales con sede en Estados Unidos y una de ellas tenía más de la mitad (63%) del mercado latinoamericano de bebidas gaseosas. En la Argentina, la concentración del mercado de esas cuatro empresas alcanzaba el 80,6%.
El porqué de estos cambios en la producción y el consumo puede ser de origen diverso, pero hay estudios que dan cuenta de la relevancia que tienen las políticas públicas y las medidas económicas, tanto para el consumo como para la producción, en este caso, de productos comestibles. El documento de la OPS, por ejemplo, considera que “la desregulación de los mercados permite condiciones propicias para mayores tasas de obesidad, ya que impulsa la producción, la comercialización, la accesibilidad y la venta de productos ultraprocesados -entre los cuales se incluyen las bebidas endulzadas- y, en consecuencia, fomenta su consumo”.

Impuesto a la gaseosa
“La obesidad y la diabetes son más prevalentes en los grupos económicos más desventajados y sabemos que las enfermedades cardiovasculares están fuertemente asociadas con el consumo de bebidas azucaradas”, afirmó Mejía durante el encuentro. El Boletín de Vigilancia del Ministerio de Salud corrobora esta afirmación, ya que detalla que, en comparación con quienes consumen menos de un vaso de bebida azucarada al mes, aquellos que consumen dos o más vasos diarios tienen un 26% más riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, un 20% más riesgo de sufrir síndrome metabólico y un 35% más de adquirir enfermedad coronaria. La Argentina se encuentra entre los países de América Latina con mayor mortalidad atribuida al consumo de bebidas azucaradas (una de las principales fuentes de azúcares simples en la dieta local): por cada millón de adultos, 74 mueren por consumirlas.
“La OPS recomienda que menos del 10% de las calorías provenga de azúcares simples, pero sabemos que supera el 30% en jóvenes”, advirtió Laspiur durante las jornadas y recordó que en la Argentina no existe una política tributaria especifica que tienda a reducir el consumo de bebidas azucaradas,aunque sí hay un impuesto interno que se está intentando modificar porque “no tiene valor para desincentivar el consumo. Es más, ha generado el mercado de aguas saborizadas, que están hechas con agua mineral y ha generado un aumento en su consumo, con la falsa creencia de que son más saludables que las gaseosas, pero tienen una altísima cantidad de azúcar”, subrayó.
Esto se debe a que las bebidas azucaradas tributaban alrededor del 28%, pero, por una disposición del año 2001, ese impuesto se redujo al 8%. Más aún, ese porcentaje se reduce a la mitad, al 4%, en dos situaciones productivas: una de ellas es si se le agrega un 10% de jugo al producto, pero eso encarece la producción más que lo que reduce el tributo. La otra es si se utiliza agua mineral para la elaboración de las bebidas. Por el contrario, quedan excluidos de dicho beneficio los jarabes, los jugos vegetales y de frutas puros y sus concentrados, las bebidas a base de leche y las no gasificadas a base de hierbas.
“Las medidas fiscales son las que tienen más capacidad de reducir el consumo en menor tiempo y la OPS/OMS recomienda este incremento para reducir el consumo y prevenir la obesidad”, dijo Fabio Da Silva Gomes, Asesor Regional en Nutrición y Actividad Física de la OPS/OMS en Brasil, y ejemplificó con los resultados “contundentes” que obtuvieron en México con una medida similar desde el primer año de aplicación: “la disminución de compra no fue drástica en los primeros meses porque la industria absorbió gran parte del impuesto para demostrar que no funcionaba, pero al final no resistieron y le pasaron el precio al consumidor, con lo que bajaron las compras desde 2015 de manera sostenida”, comentó.
Durante el encuentro se planteó la necesidad de incrementar el impuesto a las bebidas azucaradas en la Argentina, con la intención de desestimar su consumo, de manera similar a lo que ha ocurrido con el tabaco. Para conocer el impacto que una medida de este tipo podría tener a nivel local, Mejía, junto con un equipo de investigadores en CEDES, trabaja en un estudio sobre elasticidad de la demanda en este tipo de productos.
“Vemos que el consumo de gaseosas disminuyó y que el de las aguas saborizadas y frutales subió fuertemente, de 0,8 a 9,1. También subió el de jugos y refrescos sin diluir y en polvos para preparar”, adelantó Mejía, a partir de los resultados preliminares del informe que esperan publicar en los próximos meses. Y agregó: “Si se sube un 10% el precio de gaseosas, el consumo baja un 12%. Si se sube un 10% el precio de aguas saborizadas y jugos preparados, el consumo cae un 0,7%. Claramente, si se duplicara el precio, habría un descenso significativo en el consumo de gaseosas”.

La trampa del edulcorante
“Pasamos más de 30 años creyendo que los edulcorantes prevenían la ganancia de peso, pero estamos recompilando evidencia y separándola de las fuentes de financiamiento, porque muchos estudios eran pagados por los mismos fabricantes”, comentó Da Silva durante el evento y advirtió: “Si miramos estudios independientes, ya tenemos conclusiones que demuestran que los edulcorantes promueven la ganancia de peso a largo plazo, y si hablamos de los edulcorantes de bajas caloría es peor, porque hay azúcar o calorías y un poco de endulzante”.
Al respecto, el especialista aclaró que estos datos surgen a raíz de un estudio reciente que discrimina entre aquellos que recibieron el patrocinio de empresas y en los que había conflictos de interés de los que no. Detalló que consideraron 31 resultados sobre la relación entre edulcorantes y pérdida de peso: 22 habían sido financiados por la industria y decían que los edulcorantes ayudan a la pérdida de peso. Por el contrario, ocho de los nueve estudios independientes decían que estos endulzantes no previenen la ganancia de peso, básicamente porque los otros comparaban grupos de edulcorantes no calóricos con azúcar pero no con agua, “lo que impedía definir si la pérdida de peso se producía por la retirada del azúcar o por añadir el edulcorante”, explicó Da Silva y dio el ejemplo de una investigación en ratas que eran alimentadas con sucralosa, un endulzante artificial que se obtiene modificando la molécula del azúcar, y comenzaron a bajar de peso luego de que les quitaran ese edulcorante de la dieta.
“El edulcorante nos mantiene con hambre y nos motiva a seguir comiendo. Entonces, la persona que consume más edulcorante sigue con ganas de comer e ingiere más calorías de otros productos, que las personas que consumen, por ejemplo, agua”, concluyó Da Silva.
LA NACION