El ADN cuenta la historia de los caballos

El ADN cuenta la historia de los caballos

Por Kenneth Chang
Caballos sacrificados por nómades violentos que vivían en Asia Central hace más de 2 mil años ofrecen una nueva ventana a cómo la gente domaba los animales salvajes y los criaba para adaptarlos a sus necesidades.
Los escitas se extendieron desde Siberia hasta el Mar Negro durante unos 800 años, a partir del siglo IX antes de Cristo. Eran conocidos por sus habilidades ecuestres en combate, incluyendo la destreza para disparar flechas al ir montados, y por el trato brutal que daban a quienes derrotaban. Herodoto, un antiguo historiador griego, escribió que los escitas cegaban a sus esclavos, y los guerreros bebían la sangre del primer enemigo que mataban en batalla.
En un estudio reportado en la revista Science, un equipo internacional desplegó las herramientas genéticas más nuevas en 13 sementales que fueron enterrados en una colina en lo que ahora es Kazajistán, bien preservados en el permafrost.
El ADN decodificado no sólo ofrece un vistazo a los caballos antiguos, sino que también deja entrever que los escitas eran más que guerreros.
“Aquí los vemos como criadores”, señaló Ludovic Orlando, catedrático de arqueología molecular en la Universidad de Copenhague, en Dinamarca, quien encabezó la investigación.
Los hallazgos también encajan con una teoría emergente sobre cómo la domesticación en general cambia a los animales a medida que se entrelazan con los humanos.

***WARNING*** RESTRICTED USAGE — – PERMISSION NEEDED FOR EACH USE — CONTACT: PROF LUDOVIC ORLANDO, PHD HEAD OF PALEOMIX GROUP, CURATOR OF CRYOBANK CENTRE FOR GEOGENETICS NATURAL HISTORY MUSEUM OF DENMARK UNIVERSITY OF COPENHAGEN ØSTER VOLDGADE 5-7 1350K COPENHAGEN DENMARK PHONE: +4521849646 EMAIL: LORLANDO@SNM.KU.DK — — A Mongolian horse breeder catching horses, Kohmiin Taal Plateau, Mongolia. NYTCREDIT: Ludovic Orlando/Natural History Museum of Denmark/Centre National de la Recherche Scientifique


Entre los animales de granja cuyas vidas se han vuelto ligadas a la gente, los caballos fueron una adición tardía.
Los perros fueron los primeros amigos animales de los humanos —lobos que hurgaban entre montones de basura en busca de comida y se volvieron dóciles hace unos 15 mil años o posiblemente mucho antes. Ganado, gallinas y cerdos fueron domesticados por personas en diferentes partes del mundo hace entre 8 mil y 11 mil años.
Fue apenas hace unos 5.500 años que gente en Asia Central empezó a atrapar y tener caballos por su carne y leche. Montarlos vino después.
En la nueva investigación, los científicos utilizaron un poco de hueso de los esqueletos de los caballos —menos de medio gramo en la mayoría de los casos— para extraer ADN. Pudieron descifrar los genomas de 11 de los 13 caballos de la colina escita. También analizaron el ADN de dos sementales de una tumba real escita 400 años más antigua y de una yegua, que data de hace 4.100 años, que pertenecía a un pueblo cercano más antiguo, los sintashta, que ya habían ideado cómo usar caballos para tirar de carruajes de dos ruedas.
A partir del ADN, los científicos hallaron que los escitas criaban animales en busca de ciertas características: extremidades delanteras más gruesas.
Los caballos también tenían genes para retener agua, quizás indicando que las yeguas eran ordeñadas para consumo humano. Muchos de los caballos poseían genes asociados con una velocidad de carreras hallada en los pura sangre de la actualidad.
Muchos de los cambios genéticos estaban relacionados con la “cresta neural” —una línea de células a lo largo de lo que se convierte en la médula espinal durante el desarrollo embrionario, pero que migran a otras partes del cuerpo. Eso encaja con la idea propuesta en 2014 sobre cómo la domesticación y la crianza de animales capaces de vivir y trabajar con gente también llevó a una serie de otros rasgos observados comúnmente entre los animales domesticados: cerebros más pequeños, orejas caídas, colas enroscadas y coloraciones variadas.
Los cambios genéticos podrían reducir ligeramente el número de células de cresta neural y eso podría resultar en glándulas suprarrenales más pequeñas, que son las que producen hormonas de “luchar o huir”.
El resultado podrían ser animales con menos probabilidades de sobresaltarse y que estén más dispuestos a ser manejados por personas.
CLARIN/THE NEW YORK TIMES