El fotógrafo de la Antártida

El fotógrafo de la Antártida

Por Natalia López
Ya pasaron 15 años de su primer viaje, pero el fotógrafo Marcelo Gurruchaga todavía recuerda cómo empezó todo. Una calurosa mañana de verano le confirmaron que podía subirse al rompehielos Almirante Irízar para emprender una de las aventuras más grandes de su vida: viajar al frío antártico para registrarlo, recorrerlo y tratar de entenderlo.
“Mi trabajo cambió radicalmente a* partir de ese viaje. Yo venía de una etapa comercial, trabajaba en publicidad. Con la Antártida empecé a desarrollar mi lado artístico. Entendí que hay que hacer lo que a uno le gusta. Animarse a vivir el momento”, cuenta desde su estudio en San Telmo.
Llegar al extremo sur del planeta no es fácil y ese viaje no iba a ser la excepción. Aún siente los sacudones que sufrió durante el cruce del Pasaje Drake, tan temido por navegantes experimentados. Un punto geográfico único donde el Pacífico y el Atlántico se unen en medio de olas de más de cuatro metros de altura.

Hoy ya cuenta con diez viajes en su haber: tres a bordo del Almirante Irízar y siete en buques turísticos. Pero si bien las experiencias en un rompehielos como el Irízar y en un barco dé turismo son diferentes, Gurruchaga también las encuentra complementarias. “Con el turismo llegás a lugares naturales increíbles; con el rompehielos llegás a las bases. Atravesás el mar congelado y estás en constante contacto con gente de to-das partes, sobre todo los investigadores que están embarcados”.
El gran debut lo marcó. Después de varios días de navegación y de cruzar el Pasaje de Drake, vio el primer témpano. “Estaba a muchos kilómetros, casi en el horizonte. Se veía como un puntito blanco, pero era tal la emoción de haber llegado que la recuerdo como si fuera la mejor foto que hice en mi vida. Aunque, en sí, no tiene ninguna trascendencia artística”, recuerda el fotógrafo.
Después de esa primera foto llegaron las de los hielos imponentes, los pingüinos, las personas trabajando, las historias y los conmovedores paisajes. Aunque asegura no saber el total de imágenes sacadas, estima que “son cientos de miles…” Muchas de ellas ilustran su libro Antártida. Los colores del desierto frío”.
En ese libro está la foto que más lo emociona. Es un témpano flotando en medio del mar de Weddel iluminado por el sol a las 3 de la mañana. “Era un típico día nublado de la Antártida y de pronto surgió un haz de luz que se incrustó en el témpano como si lo prendiera fuego. Fue un momento único… no creo que se vuelva a repetir”, se conmueve.
La Antártida es un lugar difícil de describir. Gurruchaga la define como una vivencia muy fuerte que tiene que ver con lo sensorial y con lo íntimo: “Es la finitud y la infinitud. Sentirse súper poderoso porque uno está en un lugar donde pocos pueden llegar. Y, por otro lado, se siente lo que es uno frente a la naturaleza. Somos seres minúsculos. Cuando volvés, las cosas nunca son iguales”. Para mantenerse cerca del continente blanco comenzó a organizar foto-safaris en un buque turístico. Lo que le da una certeza: en enero de 2018 estará de nuevo pisando hielo antártico.
CLARIN