Réquiem para una PC que nació antes que el iPhone

Réquiem para una PC que nació antes que el iPhone

Por Ariel Torres
Respeto desde hace años una venerable tradición navideña. Entre la Nochebuena y el 25 de diciembre siempre se me rompe algo. Sin embargo, nunca, hasta ahora, había fallado una de mis computadoras. Pero todo llega.
En las vísperas de la Navidad que pasó, la máquina que usamos para ver cine y oír música pidió instalar unas actualizaciones y, luego de un rato, hubo que reiniciar el equipo. No lo sabía en el preciso instante de darle clic a Reiniciar, pero ése iba a ser el último acto de la más longeva de las computadoras que han pasado por mis manos en un cuarto de siglo.
Luego de reiniciar, la pantalla de arranque nunca más volvió a aparecer. Apliqué dos o tres medidas razonables y nada. Nada de nada. Hice un último intento con el botoncito de Reset, que esta vez se hundió, vencido, en el gabinete. “Bueno, creo que cumpliste, maquinita”, le dije, y la apagué.

1fbvww
Ese equipo había estado operando 24 horas por día durante 11 años, tres meses y 21 días. Grosso modo, había entregado 99.000 horas de servicio. Hasta la noche anterior a que fallara, habíamos estado viendo películas en Netflix con sólo 1 GB de RAM y un Pentium de los de antes, de los que se ponían al rojo vivo.
El costo de una máquina de primera (como lo era ese Pentium en 2005) se ha mantenido más o menos constante, tomando en consideración la inflación. Las características, en cambio, son otra cuestión, y es donde reside una de las causas de la crisis que la industria de computadoras personales está experimentando hoy.
Está fuera de discusión: que mi Pentium 4 haya durado más de 11 años es algo extraordinario.
Pero también significa que hace más de una década, cuando los teléfonos celulares tenían tapita y sólo servían para hablar y mandar mensajes de texto, pude comprar (por el valor de un iPhone 7 tope de gama) suficiente poder de cómputo para 11 años. Es decir, no necesité volver a invertir en tecnología durante más de una década. Sólo puse al día el espacio de disco y le cambié la fuente de alimentación un par de veces. Con un 1 GB de RAM, esa esforzada máquina se daba todavía el lujo de una maratón de Black Mirror, horas de música en MP3 o en Spotify, y mucho cine en DVD. Y a diario me servía como estudio MIDI para despuntar el vicio del piano. Todo, sin pestañear.
Por supuesto, fui actualizando mi computadora principal, donde hago edición de video o diseño 3D, pero voy a echar de menos esa granítica Pentium 4.
Fue una época de oro, la de la PC, en la que los usuarios contábamos con plataformas modulares, una arquitectura abierta y cómputo barato y a montones. Pero para una industria que se basa en la economía de escala, el que un equipo dure 11 años es muy malo. La PC sigue vendiéndose y es esencial para muchas actividades, pero del avance del poder de cómputo se ha ido haciendo más plano cada año. No creo que sea culpa sólo de la ley de Moore.
LA NACIÓN