Trabajo precario: los talleres clandestinos, origen de la mayor parte de la ropa del país

Trabajo precario: los talleres clandestinos, origen de la mayor parte de la ropa del país

Por Tais Gadea Lara
“¡Durante tanto tiempo regalé mi trabajo!” Entre su voz baja, su carácter sereno y la suavidad con la que sus manos tocan las telas mientras conversa, esta frase se erige como una suerte de grito por ser vista y valorada. La expresión de Elsa Lucana es apenas una entre miles en la Argentina y entre millones en todo el mundo. Es la visibilización de un problema de dimensiones globales, pero también con un fuerte arraigo local, y que involucra a todos: productores y consumidores.
“Históricamente, el trabajo textil fue un problema en la Argentina por la precariedad de sus condiciones”, asegura Roi Benítez, fundadora de la empresa social La Costurera y representante local del movimiento Fashion Revolution.
Hoy, conforme los relevamientos de la organización social La Alameda, el 78% de las prendas que se fabrican en la Argentina proviene de talleres clandestinos donde existen prácticas de trabajo forzoso, precario o esclavo. Estas son confeccionadas por más de medio millón de personas. En la ciudad de Buenos Aires, este número alcanza aproximadamente a 30.000.
Desde la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI), respaldan estas cifras. “Se estiman en 25.000 las personas en la ciudad que trabajan en la informalidad y en 5000 las que lo hacen en condiciones de esclavitud”, dice Claudio Drescher, presidente de esa entidad.
Algunas de las propuestas de solución a estas irregularidades por parte de la CIAI incluyen lograr la trazabilidad de la cadena de valor completa a través de la identificación de cada prenda con un chip o la construcción de un Parque Industrial de la Confección, que desarrollará formatos productivos de última generación en condiciones de trabajo digno.
Esta misma semana, hubo un allanamiento con detenidos en un taller textil clandestino en el que había 28 trabajadores, denunciado por La Alameda, en el Bajo Flores; allí se esclavizaba a personas para fabricar uniformes de la policía bonaerense.
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Esta misma organización, que lucha por el trabajo digno, ya denunció a 112 marcas de ropa por esclavitud y trata en el país con trabajadores procedentes en su mayoría de las provincias del Norte y de países limítrofes, como Bolivia, Paraguay y Perú.
Tamara Rosenberg, responsable del emprendimiento textil de la cooperativa de la Fundación La Alameda, esboza algunas de las características que definen la “esclavitud posmoderna” en el mundo de la moda: alto nivel de deficiencia en las condiciones higiénicas en las que se trabaja (falta de limpieza, iluminación y acceso a servicios básicos, en espacios reducidos), ausencia de respeto por los acuerdos normativos de la industria textil nacional (como los salarios mínimos, la formalización del empleado y el límite de horas que debe trabajar) y una falta de regulación por parte del Estado (no se realizan auditorías en el lugar ni respecto del trato con los trabajadores).
En la Argentina, la problemática se combina con otras urgencias sociales como la trata de personas, la inmigración limítrofe con promesas de “trabajos ideales” y la explotación de menores.
Esta realidad se puso de manifiesto a mediados de 2015, con el incendio de un taller clandestino que funcionaba en una casa tomada en el barrio porteño de Flores; allí murieron dos chicos.
En ese momento, el legislador Gustavo Vera, desde La Alameda y con otras cientas de organizaciones sociales, entregó al gobierno porteño un listado de 155 talleres clandestinos para su control.
“Esta temática trasciende por mucho un interés sectorial. Cuando le empezás a quitar el velo, te das cuenta de que hay trata de personas, que hay empleados en precariedad laboral, que hay hombres y mujeres en condiciones muy alejadas de una condición digna”, explica María Cornide, coordinadora de la Secretaría de Responsabilidad Social de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME).

Apostar a emprender
Elsa esboza una sonrisa cuando habla de sus cinco hijos y del orgullo que siente porque estudien. En su casa, tanto ella como su marido trabajan en la industria textil desde hace más de 20 años; durante muchos de esos años, ella dedicó sus habilidades de tejido y costura en talleres ubicados en la calle Avellaneda para marcas de ropa chicas, donde la problemática se hacía presente.
Para Elsa, las horas de trabajo eran extensas y el precio por la prenda era muy bajo e imposible de negociar. “Si te ofrecían $ 10 por un trabajo, eran $ 10, no podías negociar. No tenías ganancia”, recuerda y agrega: “Tuve que salir a vender los fines de semana para poder ganar más. Y yo prefiero coser”.
Con el paso del tiempo, la maternidad y la necesidad de dejar de sentir “que estaban regalando su tiempo, su trabajo”, Elsa y su marido apostaron a emprender y trasladar sus atributos de costura a su hogar.
Allí es donde hoy, con tres máquinas y cortes de telas que se realizan con tijera en la mesa o hasta en el propio piso, realizan sus trabajos para distintas marcas. Los desafíos igual continúan: no disponer de la máquina collareta los obliga a tener que rechazar ciertos trabajos, o no contar con el monotributo por miedo a no tener un trabajo sostenido en el tiempo y no poder pagarlo luego.
Desde hace dos meses, Elsa realiza costuras para Totebag, una empresa B de bolsas reutilizables con foco en la sustentabilidad, que le dio la confianza que necesitaba para trabajar con monotributo y apostando a un proyecto con impacto positivo.
“Los cartoneros llevaban retazos de tela a la feria y yo los compraba a un bajo costo para hacer ropa para mis hijos, incluso cosiendo a mano cuando no tenía máquina”, recuerda Elsa mientras toca con suavidad las bolsas recién cosidas para Totebag a partir de la reutilización de retazos de otras prendas.
Su hoy empleadora, Lorena Núñez, fundadora de Totebag, destaca la importancia de valorar a personas como Elsa detrás de las marcas de la industria textil.
“Me genera satisfacción dar trabajo sostenido en una industria que se quiere sacar todo de encima rápido. Elsa me enseñó que hay que dar oportunidades, que hay que saber escuchar a los que saben, que si le encontrás una vuelta hasta un retazo genera más trabajo”, dice.
LA NACION