El atleta ideal

El atleta ideal

Por Ezequiel Fernández Moores
“Don’t come back” (No vuelvan), dicen aún hoy carteles en Cockpit Country, un remoto bosque húmedo en las tierras altas montañosas del noroeste de Jamaica. La frase nació en el 1700. Estaba dirigida a los derrotados soldados del Imperio Británico. La escribieron los Maroon (Cimarrones), apodo del invasor español a los esclavos más fuertes. A los que habían sobrevivido al infierno del viaje desde África. Y a toda la crueldad posterior. Los Maroon masacraron a los nuevos invasores británicos en una batalla clave de 1738. Permitieron volver a un soldado, con la oreja en la mano, para que contara lo sucedido. El gobernador británico de Jamaica firmó entonces el tratado que reconoció tierra y libertad a los Maroon. Queen Nanny y Cudjoe, esclavos traídos desde Ghana, fueron sus líderes históricos. A la mujer la homenajea en un documental que será estrenado este año la atleta Shelly-Ann Fraser-Pryce, heredera de su bravura, flamante tricampeona en los 100 metros que se corrieron este lunes en el Mundial de atletismo de Pekín. El capitán Cudjoe fue designado comandante en jefe de Trelawny. En esa parroquia está Cockpit Country. Es, también, la parroquia en la que nació Usaín Bolt, el hombre que mañana, en la final de los 200 metros, buscará dar un nuevo paso para gritar que es el mejor atleta de la historia.
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El relato de los fantásticos guerreros Maroon como posible origen de los velocistas jamaicanos fue uno de los primeros que escuchó Yannis Pitsiladis. El biólogo de la Universidad de Glasgow viaja desde hace más de diez años a Jamaica, un país de apenas tres millones de habitantes, pero del cual proceden varios de los mejores velocistas del mundo. Pitsiladis viaja también a Etiopía y Ghana. Investiga si, tal vez, hay una etnia que domina el ADN del atleta ideal. Primero hizo de antropólogo. Escuchó que Jamaica es tierra de velocistas por esclavos como los Maroon. Que la isla tiene supuestos tubérculos especiales. Y otras historias más. Pasó entonces a tomar muestras de saliva de cientos y cientos de habitantes. Pagó de su bolsillo a un curandero para obtener más muestras. Hipotecó dos veces su casa. Fue estafado por un asistente que, en lugar de colectar él las muestras acordadas, salivó doscientas veces creyendo que la trampa no sería descubierta. Pitsiladis se pasó un año detrás de la muestra de un campeón. En plena reunión social, llegó a esterilizar una copa de vino de la que había bebido un atleta estrella. Tiene el ADN de 125 de los mejores velocistas jamaicanos del último medio siglo. La investigación, todavía en fase preliminar, no apoya sin embargo la tesis que vincule a los Bolt con los guerreros Maroon. Descubrió que el muy rico ADN jamaicano responde al lema del país al que llegaron esclavos de todas partes: “De muchos, un pueblo” (Out of many, one people).
Errol Morrison es el investigador médico más respetado de Jamaica. Trabajó largos años con Patrick Cooper, un periodista que siguió buscando explicaciones biológicas a la superioridad de velocistas negros aun en su exilio forzado de Houston (escribía discursos del líder independentista Norman Manley) y dictando conclusiones en su lecho de enfermo hasta su muerte, en 2009. Cooper comprobó el origen de casi todos los grandes velocistas de las últimas décadas. Devoró publicaciones científicas sobre biología, medicina, antropología e historia. Analizó un célebre estudio de los tipos corporales de todos los deportistas olímpicos de 1968. Otros sobre niveles bajos de hemoglobina en la población afroamericana de Estados Unidos. Y que una vieja malaria endémica en el África Occidental subsahariana, cuna original de casi todos los grandes velocistas, provocó alteraciones genéticas y metabólicas que favorecían la creación de fibras de contracción rápida, esenciales para un velocista. El detalle de los estudios genéticos de Pitsiladis y Morrison, investigadores insospechados de racismo, forma parte de El Gen Deportivo (The Sports Gene, 2014), “el libro más fascinante, educativo y provocador”, según lo describió New Yorker. David Epstein, su autor, periodista de Sports Illustrated, elabora un gran debate científico entre talento y esfuerzo, discute la difundida tesis de que se puede llegar a la excelencia después de diez mil horas de práctica y acepta que, en casos como el de Bolt, a veces “entrenar menos es la mejor medicina”. Epstein comenzó a interesarse en el tema cuando advirtió que los keniatas y jamaicanos miembros del equipo atlético de su misma Universidad resolvían con talento lo que otros debían trabajar con más esfuerzo. Entrevistó a deportistas e investigadores. Viajó a la Jamaica de Bolt. Y también viajó a África, donde comenzó todo.
Sólo diecisiete atletas en la historia de Estados Unidos corrieron la maratón debajo de las 2 horas y 10 minutos. En apenas un mes, octubre de 2011, treinta y dos corredores keniatas kalenjin alcanzaron esa misma marca. El origen, hace cinco mil millones de años, es África. Por eso, la diversidad genética en África es infinitamente mayor que fuera de África. “África domina la cuarta jornada del Mundial de Atletismo”, decían ayer los principales titulares desde Pekín. Pero el fenómeno atlético, advierte Epstein, no es en toda África. Están los orono en Etiopía y los sabei en Uganda. Y, ante todo, están los guerreros kalenjin en el Valle del Rift occidental de Kenia. Irrumpieron con siete oros en los Juegos Olímpicos de México 68 y, desde entonces, dominan en las pruebas de media y larga distancia. Los kalenjin son el doce por ciento de la población keniata, pero entre ellos están más de tres cuartas partes de los mejores corredores del país. Un talento natural masivo que enriquece a la élite. La ligereza y economía de movimientos que dan sus piernas flexibles, muy largas, con pantorrillas, tobillos y extremidades muy flacas, caderas estrechas, el clima caliente y seco, la altitud que favorece la potencia aeróbica y la genética, dice Epstein, son una combinación ideal. El autor (es formidable su relato en la pista precaria de Iten) relativiza la tesis inicial del abigeato como entrenamiento clave de los kalenjin. Supuestas carreras de hasta 160 kilómetros para ganar prestigio y mujeres al retornar al pueblo con ganado ajeno. Epstein vuelve a Pitsiladis, el biólogo que, además de Jamaica, también recorrió Kenia. El legendario Wilson Kipketer, es cierto, tenía la escuela frente a su casa. Pero los niños kalenjines que sí corren kilómetros para ir a la escuela, dicen los estudios de Pitsiladis, tienen un treinta por ciento de capacidad aeróbica mayor. “Ayuda a los norteamericanos a competir en carreras de fondo -decía una publicidad irónica en Estados Unidos-, donando autobuses escolares a los niños keniatas.”
Jamaica y Kenia no se han salvado estos últimos años del doping. Jamaica vivió un escándalo en 2013, con ocho positivos (entre ellos Asafa Powell y Veronica Campbell-Brown), renuncias masivas en la Agencia nacional antidoping (Jadco) y la revelación de que Bolt y sus compañeros no habían sido sometidos a un solo control sorpresivo en los tres meses previos a los Juegos de Londres 2012. El nombre de Bolt, aclaró la cadena alemana ARD, no está dentro de los cientos de campeones olímpicos y mundiales cuyos controles internos dieron resultados sospechosos que fueron ocultados en la última década. El atletismo precisa que Bolt, como sucedió el domingo en los 100 metros, vuelva a ganarle mañana en los 200 a Justin Gatlin. Los músculos del estadounidense, dijo esta semana Epstein, citando estudios recientes, podrían seguir viéndose beneficiados por los efectos de los anabólicos que le fueron detectados en 2006. Bolt es un ícono global del deporte. En Jamaica, gracias a él, los “Champs” pasaron a convertirse en el mayor espectáculo anual del país. Son los campeonatos nacionales del atletismo universitario. Cuatro días de competencia, cien institutos, treinta y cinco mil personas que colman el Estadio Nacional de Kingston. Los escolares corren desde los cinco años de edad soñando con ser Bolt, pero los universitarios más jóvenes tienen prohibido entrenarse todos los días y tampoco pueden levantar pesas hasta los 16 años. Nuevos centros buscan evitar éxodos tempranos al dinero del atletismo de Estados Unidos. Los genes, dice Espstein, influyen, pero no explican todo. También hay sociedades que engordan comiendo basura. Y hay otras que, en cambio, corren para sobrevivir.
LA NACION