La película de la FIFA

La película de la FIFA

Artículo publicado en La Nación el 29 de octubre de 2014.

Por Ezequiel Fernández Moores
Otra vez de villano”, habrá pensado Tim Roth cuando le ofrecieron interpretar a Joseph Blatter. Roth fue un skinhead racista en su debut en 1982 en el telefilm Made in Britain. Diez años después, fue el “Señor Naranja” de Perros de la calle, aunque hacía de policía infiltrado. Otra vez con Quentin Tarantino, fue Ringo o Pumpkin, criminal de Tiempos violentos (Pulp Fiction). En 1995 ganó su primera nominación al Oscar como el aristócrata Archibald Cunningham, un villano célebre de Rob Roy. Luego fue el sádico general Thade en El planeta de los simios y también Emil Blonsky (La abominación), monstruo perseguidor de El Increíble Hulk. Pero cuando el director francés Frederic Auburtin lo convocó para hacer de Blatter, Roth se encontró ante un desafío. Porque el Blatter de United Passions (Pasiones unidas), el film de la FIFA presentado este año en el Festival de Cannes, es un hombre ético y democrático. Un idealista que paga salarios de su propio bolsillo en tiempos de crisis. Un visionario negociador que salva al fútbol de la quiebra. United Passions es una película de 110 minutos de fútbol. Pero sus héroes son los dirigentes.
“Cuando leí el guión -contó Roth tiempo atrás a The Times- me preguntaba: «¿Y dónde está acá la corrupción? ¿Dónde las puñaladas por la espalda, los negocios?».” “De ahora en más -dice en cambio el Blatter de Roth-, tenemos que ser ejemplares en todo. La mínima falta de ética será severamente castigada.” El enojo se debe a posibles errores de su predecesor Joao Havelange, caracterizado en el film por Sam Neill. El actor neozelandés no es el célebre paleontólogo Alan Grant, aunque la FIFA se parece a Parque Jurásico. A los 98 años, Havelange, echado de la FIFA en 2013 por corrupto, perdió sus últimas esperanzas de rehabilitación en Brasil el domingo pasado, con la derrota del candidato opositor Aécio Neves. El film lo muestra como un hombre empeñado en regalarle fútbol a todo el mundo. “El futuro del fútbol -dice Havelange-Neill- está en África, Asia y América.” Niños etíopes corren detrás de la pelota. Y, de paso, se refrescan con Coca Cola. Fuentes de la FIFA me confían que en el guión original Havelange hasta era negro.

Havelange y Blatter siguen los pasos del francés Jules Rimet, tercer presidente de la FIFA caracterizado por Gerard Depardieu. Havelange-Neill, Blatter-Roth y Rimet-Depardieu son un trío de superhéroes que, pese a diversas adversidades, crean primero la FIFA y luego los Mundiales. Vencen a la villana Inglaterra, obligada a ceder la patente. “¿Por qué no llevan el Mundial al África, para jugarlo en medio de los zulúes?”, dice uno de sus dirigentes, enojado porque Rimet da a Uruguay la sede del primer Mundial de 1930. “Los nativos africanos -sigue el inglés malo- son estúpidos e indisciplinados. Es su naturaleza. ¿Cómo podrían los negros apreciar las sutilezas de un juego inventado por los blancos?” Sólo siete países pudieron ver United Passions. En Rusia, donde Blatter presentó ayer con Putin el logotipo del próximo Mundial, duró apenas dos semanas en exhibición y recaudó unos 160.000 dólares. En Portugal sumó 6600. En Serbia, 2700. Hungría, Eslovenia y Ucrania juntaron monedas. En Francia fue directo a DVD. A la presentación en el Festival de Zurich fueron apenas 120 personas en una sala para 500. No hay fecha prevista en la Argentina. La FIFA, que invirtió 27 millones de dólares en la película, organizó una avant première para sus principales ejecutivos. Todos, me cuentan las fuentes, debieron dejar una opinión. “Un bodrio”, coincidió una buena mayoría.
“¡Necesitamos más ingresos! ¡No me importan si llaman a Brezhnev, Castro o Mao!”, grita en una escena Havelange, que golpea la mesa. Pero el Mundial 78 no va a la Cuba de Fidel, sino a la Argentina de Videla. “Algunos sponsors están nerviosos, hay violaciones de derechos humanos”, le advierte Blatter. “Los intelectuales pueden protestar, pero durante el Mundial -responde Havelange- sólo importa el fútbol, porque da consuelo ante la tragedia y el dolor.” Las buenas intenciones precisan dinero. Para eso llega Blatter. “Tango”, le dice Horst Dassler, mientras le muestra la nueva pelota Adidas. El matrimonio hizo nacer a ISL, la compañía de marketing creada en 1982 y quebrada en 2002, después de repartir sobornos a un centenar de dirigentes, Havelange incluido. El film, por supuesto, omite a ISL. La épica reemplaza a la investigación. Aparece al menos Edgar Willcox (acaso un álter ego de Andrew Jennings, el periodista británico que destapó el escándalo). “¡Por el amor de Dios! -inquiere Willcox a Blatter-. Usted fue secretario general. O sabía, lo que lo hace culpable, o no sabía, lo que lo hace un maldito tonto!” Blatter responde con una sonrisa. Cierra la película salvando una reelección en 2002 y levantando la Copa 2010 en Sudáfrica con Nelson Mandela.
Blatter, que impuso algunos cambios al guión original, encontró un salvavidas con el gran Mundial de Brasil. Nadie, ni siquiera la justicia, parece hoy interesada en seguir investigando a la mafia que revendía entradas oficiales en el propio hotel de la FIFA. La Comisión Ética sí obligó a 65 dirigentes, incluyendo al presidente de la UEFA, Michel Platini, a que devuelvan un reloj Parmigiani de 26.000 dólares regalado por la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). “Ahora -dice el Blatter real, no el actor- tenemos una organización ejemplar en temas de ética.” Lo dice porque se viene un noviembre difícil. El estadounidense Michael García, investigador de la Comisión Ética que la FIFA debió crear tras el escándalo que provocó la doble votación de los Mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022, presiona para que su informe de 350 páginas se haga público. El juez alemán de la Comisión Ética, Hans-Joachim Eckert, ya avisó que sólo se harán públicas las conclusiones, como quiere Blatter. Dicen que los documentos de García, que trabajó 18 meses y entrevistó a 22 dirigentes que participaron de la votación, incluyen seguimientos de cuentas bancarias que comprometen a varios miembros del Comité Ejecutivo. Y Blatter ya no tiene a Julio Grondona, el vice senior que no hablaba inglés, pero sabía cómo frenar la amenaza judicial de una Federación. Mandaba a Lionel Messi y, como el seguro era imposible de pagar, le daba dinero extra a cada jugador rival para que nadie golpeara al crack.
“La decisión de no publicar entero el informe de García es una muestra más de que la FIFA precisa democracia y transparencia.” Lo dice el chileno Harold Mayne-Nicholls, quien me aclara que no decidió aún si antes del 29 de enero, plazo límite, se presentará para competir contra Blatter. A los 78 años, Blatter aspira iniciar en 2015 un quinto mandato seguido. United Passions, que inicia avisando que hay un poco de ficción y cierra agradeciendo primero a Blatter, no parece la mejor presentación, según la recepción helada que tuvo en mayo pasado en Cannes. Tim Roth apareció en el mismo festival haciendo del príncipe Rainiero en Grace de Mónaco, junto con Nicole Kidman. Una película y un papel, dicen los críticos, igual de opacos que United Passions y Blatter. “Crecí en una granja, no le tengo miedo al barro”, cuentan que respondió Roth cuando un amigo lo alertó de los riesgos de interpretar al presidente de la FIFA. Más que Raniero o Blatter, uno de los mejores últimos grandes personajes de Roth fue Cal Lightman, el experto en lenguaje facial y gestos corporales, tics que acaso delatan si estamos diciendo la verdad. Porque puede ser fácil engañar con la palabra, no tanto con el cuerpo. La serie de TV de Lightman-Roth tenía un nombre inequívoco: “Miénteme”.
LA NACION