Sobre la oscuridad de la palabra enemigo

Sobre la oscuridad de la palabra enemigo

Un escritor, Damián Amador, está pensando una novela. Una asistente, de nombre Alma, lo acosa: lo reta, acomoda, intenta establecer algo de orden en el caos de la habitación, lo manda a abrigarse. Hace una autopsia de lo que él va escribiendo: lo ametralla a preguntas. Lo acusa de manejar a los personajes con las técnicas de un aviso publicitario. “El enemigo” es una metanovela: una obra dentro de otra, una capa de cebolla que esconde otras tantas, un entramado de textos, personajes, pensamientos, teorías. – Una de las tesis que atraviesa el texto pretende demostrar que el encuentro entre amigo y enemigo es posible. ¿Usted cree que esto es efectivamente así o se trata más bien de un pensamiento utópico? – “El enemigo” es una novela, o por lo menos pertenece a un género de ficción. Es el personaje Damián Amador el que está desesperado por tratar de demostrar que ese encuentro es posible a pesar de sí mismo, de su propia erudición y de su conocimiento de la historia. A pesar de sus paradigmas y sus dogmatismos, a pesar de todo obstáculo. Todos estos “a pesar” refieren, sin duda, a una suerte de utopía, a una clase de sueños, a un anhelo quizás imposible y él lo comprende porque, avanzada la lectura, llega a decirlo. Él es un ser “paranormal”, casi fronterizo, un desquiciado con grandes saltos de lucidez. La historia que va a escribir se encargará de meterse en los laberintos de la condición humana y el final es hasta para el mismo escritor una sorpresa que, obviamente, no se propuso y que lo vuelve al ámbito de lo real, con más desgarro que con el que empezó. – La idea de la superposición de géneros (“novela, ensayo, drama, no me importa…”) ¿tiene que ver con este planteo de la posibilidad de convivencia entre distintos? – No lo había pensado así, pero es una mirada sumamente interesante. Lo cierto es que a Damián Amador se le superpone todo lo conocido, lo rígido, no porque está renegando por lo establecido sino porque nada le alcanza en su delirio abarcativo. También esta superposición genérica responde a la permanente interacción entre ficción y realidad que en los ‘60 (su traducción literaria fue el realismo mágico) constituyó un fenómeno latinoamericano, con exclusión de Argentina más europea que latinoamericana, casi una intrusa en el continente y, ahora, esta confusión entre ficción y realidad también incluye a nuestro país. El personaje dispone de datos completamente reales y comprobables, pero además necesita crear una historia para ensayar esa tesis que se propone. Entonces, la ficción es una tela con agujeritos por donde se asoma todo el tiempo lo real. O quizás, Amador tenga miedo, dispone de mucha información y un ensayo lo expondría más. Entonces, recurre a una ficción verosímil donde sobrevuela una realidad encubierta. No sé, es bastante más complejo y no quiero abusar del centimetraje. – Uno de los personajes plantea que “el lector está con el escritor desde la primera palabra de una novela”. Y a lo largo de toda la obra, permanentemente la palabra del autor es sometida a la crítica de una lectora despiadada. ¿Cómo vive usted el proceso de escritura? ¿Hay un ‘alma’ que cuestiona, rebate, pone en discusión los contenidos? – En realidad, ella conoce a Damián profundamente. Además, su crítica mordaz es un recurso, una postura actoral para protegerlo de su propia locura y para preservar el prestigio que el escritor ha logrado. (Para este personaje creo que me inspiré, aunque lo supe después, en una mezcla de personalidades bastante dispares: Onetti y Fuentes). Después de leer el libro como lectora, muchas veces se me representaba el uruguayo que escribía desde la cama sin soltar el vaso de alcohol y el brillante y “fresco” autor mexicano. En cuanto al proceso de escritura, yo lo vivo como una búsqueda personal, bastante desesperada también, donde quiero encontrar respuestas y, como digo siempre, necesito entregar el proceso de esa búsqueda y los resultados que sean a alguien. Siempre se escribe para alguien. Siempre se escribe dialogando con alguien y ese alguien no es otro que el lector. Sí, también está esa “almita” que cuestiona y rebate y es mordaz, pero en unas obras más que en otras. Hay novelas donde las historias y los personajes fluyen con más mansedumbre diría y, aunque sufra una “posesión”, es más placentero. Pero en otras, como ésta, estuvo todo el tiempo acicateándome ese “daemon” implacable porque el tema no es nada sencillo, aunque insisto que no hay nada auto referencial. – En su libro aparece la discusión sobre si la obra literaria debe contener un mensaje. ¿Cuál es su opinión al respecto? – Siempre aseguré con total certeza que no. Escribir encorsetada por un mensaje no es una creación literaria; sin embargo, reconozco que aunque el escritor no se lo proponga, siempre envía ese mensaje. La diferencia es ésa: que no se lo propone y, entonces, el mensaje es construido por cada uno de los lectores, según su percepción. Además, es inútil separar lo estético de lo ético, cada estética tiene su ética y viceversa y, si hablamos de ética, en todo subyace alguna preceptiva. Ese razonamiento no lleva a colegir que todo lo que “mandamos” contiene un mensaje. En el caso de “El enemigo”, es otra “tara” de Damián Amador querer plasmar un mensaje unívoco, hijo de su propia desesperación. En realidad, él está buscando un mensaje para sí mismo y para su megalómano mesianismo. Sin embargo, es probable que fracase. Pero para saberlo, hay que leer “El enemigo”.

FUENTE: EL LITORAL