Caroline Wolfer. “Los jefes padrillos instalan un modelo falso de liderazgo”

Caroline Wolfer. “Los jefes padrillos instalan un modelo falso de liderazgo”

Por Delfina Krüseman

Caroline Wolfer está vestida de paisana: bombachas, boina, camisa. El curso es en un Barrio Privado de Manzanares, Buenos Aires. Al fondo hay una arboleda, caballerizas, un picadero circular. También hay un caminador automático. Es una mañana sin una nube, cantan los pájaros y las chicharras. La dueña de casa y excelente anfitriona es Silvia Bruno. Caroline habla español perfecto, maneja al grupo de unas 20 personas (domadores, jinetes, veterinarias, protectoras de animales, criadores). Es una mujer encantadora y trabaja con caballos desde niña. Cuenta que quería ser domadora desde que nació. Hace 7 años la contrataron de una estancia en Salta para enseñarle a los peones el método de Doma Natural. ¿Una mujer suiza enseñándole sobre caballos a esos gauchos de altura? ¡Sí! Caroline se ganó la confianza de esos alumnos rudos y logró transmitir un sistema más efectivo y amigable con los animales que el utilizado en los cerros… Desde entonces viene todos los años al país a dar cursos, organizar cabalgatas…En fin, a pasarla bomba. Las presentaciones del grupo se hacen un poco largas pero cuando empiezan las enseñanzas en el picadero, desaparece la ansiedad.

“ACTITUD ES TODO”

Caroline comenta que cada caballo es un individuo particular. “Este caballo: ¿Tiene miedo? ¿Tiene confianza? Hay que conectarse con cada uno de ellos porque todos me enseñan algo diferente. Hay que trabajar sin ansiedad y transformarse en líder. El ser humano es el que se tiene que adaptar y corregir su posición. No hay caballos malos o caballos que no sirven… Si hay caballos que fueron maltratados, lo primero es buscar la raíz del problema de cada uno. Si muerde es porque, por ejemplo, no tiene confianza o respeto. Si un caballo fue maltratado, se trabaja su parte femenina, se busca que genere confianza y se trata de bajarle el respeto y el miedo. Entonces lo más fácil es domar un potro salvaje porque no tiene experiencias traumáticas anteriores. Aunque también hay que saber que los caballos que son tratados como mascotas son muy difíciles de manejar.

CONFIANZA, CONFIANZA, CONFIANZA.

Y lo más útil es transmitir confianza. Tenemos que usar la misma técnica cuando estamos abajo u arriba. Un punto principal es trabajar en la base porque la doma es un trabajo de fases. Hay que aplicar el lenguaje del caballo, que es corporal. Hay que aprender su idioma. Cuando el potro está en el corral el método para mostrar liderazgo se basa en: a)Dirección b)Espacio c) Velocidad. Caroline ahora se hace pasar por una yegua madrina y un potro la sigue por todo el picadero. Es impresionante. Caroline tiene un don con los caballos.

LA YEGUA LÍDER Y EL PADRILLO.

Caroline Wolfer, la domadora suiza, habla desde el centro del picadero. Explica que en las manadas hay dos tipos de líderes. 1. La yegua líder. El resto de la manada la sigue porque le tiene confianza. La yegua pone orden, no es fuerte pero tiene experiencia. 2. El padrillo. Va atrás de la manada, tiene fuerza, toma decisiones, es determinado y protector. Echa a otros que le disputan su poder. Entonces el domador debe aplicar el lenguaje del caballo, que es corporal, y debe ver cómo es su punto de vista. Y debe nivelar energías. Por ejemplo, si el caballo está asustado, el jinete respira tranquilo para que el animal entienda que no pasa nada. En el picadero hay dos y uno tiene que ser el líder. Cuando el potro está en el picadero, el método para demostrarle liderazgo se basa en: a) dirección; b) espacio; c) velocidad. Ahora una yegua alazana se acerca a Wolfer. La yegua se muestra confiada, mantiene su espacio, no trata de racarse la cabeza contra la domadora. Wolfer la observa (explicación en Episodio II) y comenta que se trata de una yegua inteligente: “Va a aprender rápido, no se le va a enseñar muchas veces la misma cosa para no aburrirla”. Wolfer ahora se transforma en una yegua líder. Le llama la atención a la alazana con gestos mínimos pero contundentes. Y la alazana no le quita la mirada de encima. Además Wolfer usa la fusta como si fuera una extensión de su brazo. Después de un breve reconocimiento mutuo, Wolfer le da la espalda a la alazana y empieza a caminar por el picadero en distintas direcciones. Aunque parezca imposible, la yegua alazana la sigue mansita por todos lados. “Para que te siga, hay que imaginar un cabresto invisible”.

LUEGO VIENE LA ETAPA DE HACERSE PASAR POR UN PADRILLO.

Wolfer se pone en el centro del picadero y hace un gesto bajando la cabeza y luego levantándola hacia adelante. Imita los movimientos del padrillo. La alazana entonces empieza a caminar. Si la domadora repite el movimiento de cabeza (de abajo hacia adelante), la yegua trota. Y para hacerla frenar, tira su torso para atrás, como si estuviera montada. La yegua responde a todas las instrucciones. El ombligo del domador apunta adelante de la cabeza del potro. Y la fusta la apunta al medio de la panza. “Esto funciona cuando el caballo tiene la atención correcta. Controlo su velocidad con el cuerpo, usando su lenguaje”, explica Caroline y sonríe. El objetivo es llamar su atención, no hay que dejar que no haga nada. Con respecto a la dirección, la domina moviendo las caderas (tiene ritmo latino), siempre teniendo en cuenta que la mirada y la dirección de los hombros van juntos, se mueven en simetría. Al principio se trata de acelerar, girar y frenar. En la parte de forjar la relación, la idea es que el caballo siempre debe girar hacia el lado interior del picadero, nunca hacia afuera. La yegua alazana trabajó rápido y bien. Entonces se merece el descanso y la largan.

EL PADRILLO.

Es el turno de un padrillo. Se trata de un tordillo que apenas entra al picadero empieza a correr, a tirar patadas y a revolcarse. Es un árabe que está en llamas. “Con él hay que trabajar respeto y confianza. Este padrillo juega más: va a querer morder, invadir el espacio. Tenemos que saber que en el juego se establece el liderazgo”, dice Caroline. Eso sí, aclara que se trata de un animal de 500 kilos y que no le va a quitar la atención para no salir lastimada. Si se trata de un caballo muy dominante, se trabaja con dos brazos de distancia, en vez de uno. En los padrillos el espacio es más importante. Entonces Caroline no va a hacerse pasar por yegua líder todavía, se va hacer pasar por otro padrillo. Por la forma de la cabeza (más recta), las orejas finas, juntas y rectas Caroline comenta que “tiene más sangre que la yegua alazana”. El tordillo se muestra atento a lo que pasa afuera del picadero porque hay yeguas. Entonces la domadora explica: “Yo soy el centro del universo: las yeguas son mías, la bosta es mía y no voy a dejar que la huela. Todo es mío y lo voy a defender. Si me patea, voy a contratacar. Nosotros tenemos la última palabra”. Para lograr liderazgo va a ocuparle los espacios. Y para empezar a comunicarse le corta el paso. No le grita, ni lo presiona: sólo defiende su lugar. “No hay que ponerse a su nivel de energía, más bien hay que nivelarla, bajársela. No hay que tenerle miedo, ni ser agresivos”. Caroline logra tener toda la atención del padrillo…Ya se olvidó de las yeguas de afuera, de oler la bosta. Cuando deja de morder el cabresto, “bien”, le dice tranquila. Es que hay que trabajar con refuerzos positivos. El padrillo camina y trota en las direcciones que Caroline le va indicando. Si el padrillo intenta parar, Caroline no lo deja. No hay que practicar lo fácil: hay que dominar el espacio del potro. Hacia el final de la sesión de trabajo de una media hora, Caroline le pone el bozal y se hace pasar por yegua líder. Si el padrillo intentara acercarse a menos de dos brazos de distancia, Caroline le metería una patada. Pero parece que va comprendiendo las enseñanzas del día y sale del picadero manteniendo la distancia. Se ganó el descanso.

UN BUEN DOMADOR SACA LO MEJOR DE CADA CABALLO.

Ahora es el turno de un nuevo potro que responde perfecto a la yegua líder y al padrillo. Caroline se acerca, lo toca con la mano a la altura de la paleta, después con la fusta. También le toca las piernas y el potro se deja. Caroline no lo deja escapar, le habla bajito sin interrupciones. Luego le pasa sogas por el lomo y las deja caer a propósito para que entienda que las cosas se pueden caer y que no pasa nada. Le pasa una campera por el lomo, sin darle mucha importancia. Le va subiendo la campera por el pescuezo hasta taparle la cabeza y los ojos por completo. “Muy bien”, le dice al final. Lo felicita y lo largan.

FUENTE: LA NACIÓN