Yankees, go home

Yankees, go home

Por Ezequiel Fernández Moores
kees go home”, decía el cartel más grande. Otros recordaban Irak y Vietnam. Había imágenes ridiculizando al Tío Sam y, cómo no, también se quemaron banderas de Estados Unidos. Más aún: los hinchas de Manchester United y Liverpool olvidaron viejas batallas y en el partido de marzo pasado se unieron en protesta contra sus dueños norteamericanos. “Glazer where ever you may be. You bought Old Trafford, but you can´t buy me” (donde quiera que estés, compraste Old Trafford, pero no pudiste comprarme a mí), cantaron los de Manchester United. “Thanks, but no Yanks”, decían los de Liverpool. Malcolm Glazer y el dúo Tom Hicks-George Gillett compraron al Manchester y al Liverpool, respectivamente, a través de créditos bancarios que cargaron a los clubes. Manchester United anunció la semana pasada pérdidas inéditas porque Glazer destinó la facturación récord a pagar los intereses de su deuda. Liverpool quedó en estas 48 horas bajo riesgo de quiebra e intervención judicial. ¿Qué sucedió en la glamorosa y millonaria Premier League para que los dos clubes más históricos y exitosos del fútbol inglés, con 18 ligas cada uno, llegaran a tamaño descalabro?
Resulta fácil cuestionar ahora al Tío Sam. Pero la avaricia que inició el descontrol que hoy asusta a la Premier League, la liga más millonaria y endeudada del fútbol mundial, fue iniciada por británicos. Martin Edwards ganó 200 millones de dólares cuando vendió el Manchester United a dos irlandeses apodados la “Coolmore mafia”, que luego hicieron su negocio vendiéndole el club a Glazer. David Moores vendió el Liverpool a Hicks-Gillett por 89 millones de libras. Y Ken Bates compró el Chelsea por una libra y se lo vendió por 140 millones de euros al magnate ruso Roman Abramovich. Es formidable, por lo obscena, la descripción que hace el periodista David Conn en su libro The Beautiful Game sobre el nacimiento en 1992 de la Premier League. Tiburones de Wall Street reemplazaron a los hooligans. Yuppies ignorantes del fútbol ingresaron en los clubes enterados de que la TV Sky de Rupert Murdoch comenzaba a pagar oro a cambio de la exclusividad. Metieron a los clubes en la Bolsa para especular con sus acciones. Pusieron a uno de los suyos, Dave Richards, al frente de la Premier League, pese a que venía de un desastre en el Wednesday Sheffield. “Fue como poner al capitán del Titanic al frente de la Marina”, escribió el político laborista Joe Ashton.
La codicia invadió a todos, jugadores incluidos. “El fútbol -escribió David Mitchell este domingo en The Observer- salió de las páginas deportivas para ocupar las de escándalos, finanzas y policiales. Los clubes nunca tuvieron tanto dinero, pero paradójicamente jamás estuvieron tan cerca de la insolvencia mientras sus hinchas ni siquiera pueden pagar el abono para verlos por TV.” Miles de hinchas formaron asociaciones de protesta. Una de ellas, The Spirit of Shankly, abre su portal con una frase de Bill Shankly, mítico ex DT del Liverpool: “El socialismo en el que creo es el de uno trabajando para el otro, cada uno compartiendo los beneficios. Así entiendo al fútbol Así entiendo a la vida”. El humor del fútbol, se sabe, suele depender de lo que sucede dentro de la cancha. Los de Chelsea, por ejemplo, recibieron felices a Abramovich al ritmo de Mujer b onita: “We are fucking loaded na, na, na, ná” (“Estamos forrados de guita”).
Tom Hicks, el texano dueño de Liverpool, es el mismo que una década atrás averiguó aquí la posible compra de River o San Lorenzo. No pudo hacerlo. En Brasil, gracias a la ley Pelé, se adueñó de Corinthians y Cruzeiro a través de un fondo de inversión. También fundó PSN, un canal deportivo que infló derechos televisivos de la Libertadores, la F. 1 y la NBA y que cerró sorpresivamente un año después. En 2007, Hicks, dueño de los Texas Rangers del béisbol, entre otras franquicias deportivas en Estados Unidos, aterrizó en el Liverpool. “Esto es maravilloso, respetaré las raíces del club”, dijo tras escuchar a los hinchas cantando en el estadio de Anfield el conmovedor himno “You´ll never walk alone” (“Nunca caminarás solo”). “Pero ¿cómo no dejar que termine caminando solo a un hombre que prometió que a los sesenta días de su asunción iniciaría la construcción del «estadio más fino del mundo», que finalmente jamás hizo?”, se preguntó hace unos días el periodista Paul Hayward en The Guardian. Hicks-Gillett incumplieron varias promesas más y multiplicaron por siete la deuda del club. Ahora, con el equipo en su peor inicio de la Liga en 57 años, Hicks acepta su salida, pero primero quiere duplicar su inversión. El directorio del club lo echó porque ya tiene recambio: John Henry. Es de Estados Unidos. Y también posee un equipo de béisbol (Red Sox).
“¿Por qué si nosotros no nos metemos en el negocio del béisbol, los yanquis quieren quedarse con nuestros clubes?”, se preguntó un hincha de Liverpool en un foro. En Estados Unidos, los clubes son franquicias que negocian estadios con el político local y compiten en campeonatos sin descensos. La industria del entretenimiento deportivo impone topes salariales. Y para que el espectáculo siga siendo negocio de todos, y no de pocos, el deporte made in USA también reglamenta la política de fichajes. Evita así que las grandes estrellas terminen siempre en los mismos equipos. En la Premier League, por supuesto, hay riesgo de descenso. Lo exige la FIFA. Pero el fútbol permite, en cambio, que los clubes grandes ganen cada vez más. Por eso, además de los norteamericanos, también aterrizaron en la Premier League magnates rusos como Abramovich o los jeques de Abu Dhabi que compraron al Manchester City de Carlitos Tevez. Quieren ganar visibilidad, lavar dinero o, simplemente, hacer negocios. Lo que sea, han inflado los dineros del fútbol como nunca. “Un dirigente de un club llegó a decirme «comunista», pero este modelo, así como está, es insostenible”, admitió hace unos meses lord Brian Mawhinney, un político conservador de 70 años, tras siete temporadas como director de la Premier League.
La FIFA advierte desde hace años sobre los desbordes de la Premier League. Acaso teme que sus clubes, controlados por capitales foráneos, lideren una rebelión contra Joseph Blatter. También la UEFA de Michel Platini advirtió a comienzos de 2010 que 18 clubes ingleses debían cuatro mil millones de euros, el 56 por ciento de la deuda total que tienen los 732 clubes del Viejo Continente. La lista de la UEFA era liderada por Manchester United y Liverpool. Si Abramovich pone dinero propio (o del pueblo ruso) en Chelsea y los árabes hacen lo mismo en el City, Glazer y Hicks-Gillett cargaron a los clubes los créditos que sacaron para poder comprarlos. Esto es lo que enfurece a los hinchas. Glazer compró al Manchester con cero deuda. Asumió y le cargó 1200 millones de dólares. “Somos el mejor negocio del fútbol inglés, pero todo ese dinero sólo sirve para pagar la deuda de Glazer”, se queja Duncan Drasdo, líder de hinchas bajo protesta. Pero, ¿tiene derecho al pataleo la UEFA cuando ella misma agigantó los premios de sus copas y amplió así la brecha entre grandes y chicos? ¿Y qué puede decir la FIFA si acepta que sus selecciones programen amistosos en sedes ridículas con el único fin de recaudar dinero mientras exponen a lesiones a los jugadores?
Glazer aseguró el viernes pasado que su inversión en el Manchester no correrá el mismo camino que la de Hicks. Pocos le creen. Ven las imágenes de estas horas de cientos de fanáticos de Liverpool haciendo guardia ante el tribunal que puede declarar la quiebra del club. Hace unos meses, circuló el rumor de que un brazo inversor del gobierno chino quería comprar al Liverpool. Cuentan, en broma, o no, que desistieron tras ver a miles de fanáticos gritando: “Yankees go home”. Temieron que Liverpool se les convirtiera en un segundo Tiananmen.
LA NACION