La nueva era de la cirugía: con menos riesgo y sin dolor

La nueva era de la cirugía: con menos riesgo y sin dolor

Por Nora Bär
Hace menos de lo que podría suponerse, la cirugía llegaba a practicarse casi como un sacrificio ritual. Un médico alemán del siglo XVIII, por ejemplo, reconocía que para hacer una mastectomía, el cirujano debía “ser inquebrantable y no dejarse perturbar por los gritos de la paciente”. Aún en los primeros años del siglo pasado muchos se consideraban afortunados si sus pacientes sobrevivían a la operación.
Hoy, gracias a catéteres, imágenes de inédita precisión, tecnología 3D, nuevas anestesias y suturas, y videocámaras en miniatura , cada vez más intervenciones se hacen por pequeños orificios o por los conductos naturales del organismo.
Las técnicas mínimamente invasivas están transformando la cirugía: con frecuencia los pacientes vuelven a su casa el día de la operación o al día siguiente. Además, la recuperación es rápida y prácticamente no sienten dolor.
Con esta nueva modalidad ya se reemplazan válvulas cardíacas , se desobstruyen arterias, se extirpan vesículas, se hacen bypass gástricos y se corrigen problemas articulares. En suma, la cirugía de hoy difiere tanto de sus comienzos como lo haría una nave espacial de un carro de tracción animal.
La angioplastia, procedimiento realizado al periodista Jorge Lanata hace sólo unos días para implantarle varios stents, es tal vez el ejemplo paradigmático de estas técnicas. A él, como a muchos miles de otros pacientes, bastó con practicarle una pequeña punción de alrededor de 1,7 mm en la arteria radial (en el antebrazo) introducir un catéter (un dispositivo tubular) también milimétrico, remontar la vía sanguínea hasta la obstrucción y desplegar allí el stent (pequeño tubito de metal o plástico que mantiene la “luz” de la arteria). Al no exigir grandes cortes, puede realizarse hasta en forma ambulatoria.
“Por una incisión cada vez más pequeña, se pueden solucionar problemas de complejidad creciente, desde patologías de los vasos sanguíneos, incluso intracerebrales (como esas dilataciones de las paredes de las arterias llamadas aneurismas), que se resuelven colocando coils (alambrecitos que producen coágulos y que hacen que el aneurisma se cierre). Antes, para tratar ese cuadro había que abrir el cráneo”, explica el doctor Oscar Méndiz, jefe del Departamento de Cardiología Intervencionista de la Fundación Favaloro, que recientemente estuvo a cargo de la intervención de Lanata y poco antes fue uno de los médicos responsables de la salud de la Presidenta.
Lo mismo ocurre con las lesiones en las arterias carótidas. “Hay discusiones sobre si la cirugía tradicional es mejor que el stent-afirma Méndiz-. Indudablemente, cada caso tiene características particulares y hay que decidir en conjunto, pero lo cierto es que a través de una punción en la arteria radial evitamos una cirugía en el cuello.”
El paciente se retira con un vendaje que parece una muñequera y que a las dos horas de operado puede aflojarse. “Si la intervención no es compleja, se puede ir el mismo día a su casa -asegura Méndiz-. Nosotros ya tenemos una experiencia de más de mil casos.”
Gracias a esta disminución drástica del trauma quirúrgico, muchos procedimientos tradicionales, como el bypass, vienen decreciendo de manera significativa en todo el mundo.
“Cada vez se pueden resolver situaciones más y más complejas por angioplastia. Y más del 90% de las angioplastias coronarias se hacen por la arteria de la muñeca -detalla Méndiz-. No se necesita que el paciente esté acostado y los riesgos de sangrado son muchísimo menores. Hay casos que pueden andar mejor con cirugía convencional (por ejemplo, cuando hay múltiples lesiones), pero es muy difícil convencer a un paciente de que se opere.”
La comparación es convincente: una cirugía de tórax tradicional exige seccionar el esternón con una sierra, a veces, detener el corazón, e instalar drenajes que son muy dolorosos… La recuperación es larga y el trauma quirúrgico, importante. Por el contrario, el paciente que se hace una angioplastia puede retomar rápidamente su vida normal.
Pero la cardiología no es la única especialidad que se beneficia de métodos mínimamente invasivos. Con estas técnicas se embolizan tumores hepáticos (se inyectan partículas para bloquear o reducir el flujo de sangre), se hacen operaciones abdominales y se curan articulaciones dañadas.
Antes, para extraer una vesícula con cálculos (colecistectomía) era necesario hacer una incisión de entre 13 y 18 cm. Ahora, bastan cuatro pequeños cortes (uno de ellos en el ombligo, por el que se introduce el laparoscopio, que permite ver el interior del abdomen) para introducir el instrumental, separarla de sus adherencias y extraerla. El paciente concurre al hospital a la mañana, y a alrededor de las siete de la tarde está listo para volver a su casa.
La cirugía bariátrica para lograr la reducción de peso en personas con obesidad es considerada una operación mayor. Sin embargo, desde que se hace por laparoscopia, también a través de cuatro o cinco pequeñas incisiones, su uso se multiplicó exponencialmente.
“Estamos operando a entre 150 y 200 pacientes todos los meses -dice el doctor Oscar Brasesco, director de OCMI (Obesidad y Cirugía Mini Invasiva), que ya lleva realizados más de 9000 de estos procedimientos-. La cirugía bariátrica se hace en los Estados Unidos desde 1965. Pero hay un antes y un después de 1995, cuando un cirujano de ese país publicó un estudio sobre sus primeros cien pacientes operados con laparoscopia. Desaparecieron el 90% de las complicaciones, vinculadas con la herida, las infecciones respiratorias, el tromboembolismo pulmonar.”
En manos de un profesional entrenado, esta intervención dura alrededor de una hora y cuarto (en comparación con tres a cinco horas que llevaba la de “cielo abierto”), un par de horas más tarde el paciente está caminando por los pasillos del hospital, al otro día se va a su casa y a la semana está en el gimnasio.
También la traumatología hace uso de técnicas mínimamente invasivas. Ya está muy difundido el tratamiento de las lesiones de rodilla por artroscopia (introduciendo un artroscopio para ver el interior de la articulación). Pero hasta se pueden tratar áreas de más difícil acceso del esqueleto. Según explica el doctor Jorge Ortega Traverso, director del Centro de Cadera, detectada la patología mucho antes gracias a los actuales métodos de diagnóstico, es posible tratarla adecuadamente a través de dos incisiones de un centímetro. “Normalmente, estos cuadros se dan en deportistas y bailarines clásicos, que enfrentan una particular exigencia de elongación que termina lesionando la cadera -explica el especialista-. También hay estudios que indican que existe un 15% de la población genéticamente predispuesta a tener deformidades en la cadera que generan esta afección. La intervención tarda una o dos horas y se hace con anestesia local. Al día siguiente se van caminando.”
Es más: hay cuadros en los que ni siquiera es necesario hacer incisiones. Tal es el caso de la operación para tratar el enfisema grave. “Antes, se abría el tórax, se identificaban las zonas más enfermas del pulmón y se extirpaban controlando que no hubiera pérdida de aire -explica el doctor Pedro Grynblat, de Cemic, que el año pasado realizó por primera vez una intervención mínimamente invasiva para este cuadro-. Hoy, con técnicas de broncoscopia, en las que se introduce instrumental para ver el interior del pulmón por la boca, la tráquea y los bronquios, se puede colocar una pequeñísima válvula que aísla la zona dañada y permite la recuperación de la parte sana.” Con la cirugía tradicional, cuenta el médico, los pacientes no se olvidaban de la operación por lo menos durante un año. Con el procedimiento mínimamente invasivo, a los dos o tres días están caminando en condiciones que no tienen punto de comparación con su estado anterior.
Esta verdadera revolución silenciosa hasta cambia el concepto de hospital. “Si usted pasa cerca de nuestra sala de cateterismo y ve personas sentadas en los sillones, puede pensar que está en la sala de visitas. ¡Pero son los pacientes! -dice Méndiz-. Estas salas de espera se parecen más a las de las aerolíneas que a las de un hospital.”
LA NACION