A 40 años de su muerte: Perón, el líder que cambió la historia

A 40 años de su muerte: Perón, el líder que cambió la historia

Por Carlos Romero
A 40 años de su muerte, gran parte de la múltiple vigencia de Juan Domingo Perón está en sus palabras. Desde esas frases machacantes, casi haikus de conducción, donde se condensan las ideas vertebrales, las verdades de su doctrina, Perón se proyecta sobre el presente y lo hace con penetrante actualidad, incluso más allá de lo estrictamente político. Todo un revés del destino para quienes pretendieron exterminar, con decretos, miedo y plomo, letra por letra, el recuerdo de su figura y hasta el sonido de nombre.
Lejos del lugar común de la “marchita” y el tic de los dedos en V, Perón y su criatura, el peronismo, siguen siendo una incomodidad, incluso para muchos de los que se autodefinen como propios. El “hecho maldito”, aglutinante y contradictorio que, a pesar de las adulteraciones y concesiones, se resiste a ser domesticado. A cuatro décadas de la Argentina de mediados del siglo XX, donde el General fue “figura central” –como definió, de una vez y para siempre, Rodolfo Walsh en aquella portada de Noticias, el diario de Montoneros–, la sola mención de Perón acerca posiciones o divide familias, es ese generoso significante vacío del que hablaba Ernesto Laclau, y para una enorme porción de la dirigencia vernácula continúa marcando el Norte de la escena nacional.
A Perón y a su fraseo hoy se echa mano, estratégicamente, para sostener un debate, aun entre dirigentes de banderías partidarias ajenas; se lo cita en las charlas de café casi como si se tratara de un comodín argumentativo, y hasta le aporta a una canción de la nueva militancia esos versos centrales donde se esfuerzan las gargantas.
Vive el General una suerte de segunda primavera, con bares que llevan su nombre, oportuno merchandising, remeras con su rostro y –para nada un dato menor– políticas de Estado que reivindican su autoría. Claro que no siempre fue así. Su memoria histórica tuvo que superar varias décadas de oscurantismo, con las heridas de muerte que dejó la dictadura, los cuarteles de invierno de los ’90 y el terremoto final de 2001.
El 1 de julio del ’74, cuando murió, Perón sumaba 78 años y tres presidencias, todas ellas por la vía del voto. Acumulaba, también, un enorme capital de pasiones, en amores y odios. No era para menos. En menos de una década de ejercicio del poder, dejó tras de sí una serie de conquistas que dieron vuelta, ladrillo por ladrillo, la matriz económica, cultural y política del país, con fuerte eje en los derechos sociales y laborales. Durante sus mandatos, se recuperó para el Estado la red ferroviaria, YPF, la Marina Mercante y los depósitos bancarios; se dispuso la gratuidad de la enseñanza universitaria y se desarrolló una gestión sanitaria sin precedentes; fue nacionalizado el comercio exterior de granos y se avanzó hacia un equilibrio entre el país agroexportador y la naciente industria local. En esos nueve años, se levantaron las compañías públicas de agua, gas y energía eléctrica; así como Aerolíneas Argentinas, el CONICET y la CONEA.
ARMAS. Nacido en Lobos el 8 de octubre de 1895, alguna vez Perón quiso ser médico, como lo había sido su abuelo Tomás, pero pronto se inclinó por el oficio de las armas. A los 16 años, ingresó al Colegio Militar, del que egresó en 1913, como subteniente de Infantería. Ocupó varios destinos y, hacia 1930, ya era miembro del Estado Mayor del Ejército. Su carrera castrense combinó la docencia en la Escuela Superior de Guerra con la escritura de textos sobre estrategia militar. Fue agregado en la Embajada Argentina de Chile en 1936 –año en que asciende a teniente coronel– e integró, en 1939, una misión de estudios organizada por el Ejército que lo llevó a recorrer varios países de Europa. Retornó al país en 1940, en 1941 alcanzó el grado de coronel y en el ’43 dio los primeros pasos de un destino político que ya no tendría vuelta atrás.
Por entonces, como miembro del Grupo Oficiales Unidos (GOU), Perón tomó parte del derrocamiento del gobierno de facto de Ramón Castillo, en el epílogo de la “Década Infame”. En la nueva administración, recaló en el Departamento Nacional de Trabajo, al que transformó en Secretaría. Desde ese lugar construiría un vínculo profundo con la “columna vertebral” del movimiento de masas que llevaría su nombre. Los obreros a los que Perón escuchó, reivindicó y organizó fueron los que exigieron su liberación en la gesta del 17 de octubre de 1945, irrumpiendo en una Ciudad de Buenos Aires escandalizada por las patas en la fuente. Esa misma popularidad que el joven coronel había ganado entre los trabajadores le valió enemigos de peso en el Ejército, que lo obligaron a renunciar y lo detuvieron en la Isla Martín García, hasta que las huelgas en todo el país y la multitud reunida en la Plaza de Mayo lograron su libertad.
Acompañado por sectores populares, progresistas e independientes, a los 50 años Perón pidió el retiro del Ejército y abrazó la política. Era octubre del ’45. Apenas seis meses después, el 4 de junio de 1946, asumió la Presidencia del país, tras imponerse en las urnas con el 52% de los votos, derrotando al armado conservador cristalizado en la Unión Democrática.

EVA
El mismo mes en el que Perón decidió lanzarse a la arena política, contrajo matrimonio con María Eva Duarte. Antes, en 1929, se había casado con Aurelia Tizón, quien murió nueve años después.
A Eva la conoció a principios de 1944, durante un festival en el Luna Park por los damnificados del terremoto de San Juan. Juntos, fueron el nervio y corazón del movimiento peronista.
Evita participó activamente de la campaña del ’46 y, como ella misma lo definió, se transformó en “el escudo de Perón” ante los ataques de rivales políticos que pronto se transformaron en enemigos ideológicos.
La primera dama hizo de la Fundación Eva Perón su bastión, corriendo a las “señoras bien” del patriciado y cambiando la beneficencia por una ecuación según la cual ahí donde había una necesidad, nacía un derecho. Desde la Fundación, también impulsó otro de los sellos del gobierno de su esposo: el deporte. Con los Juegos Infantiles Evita y los Juegos Juveniles Juan Perón, cientos de miles de chicos humildes, como el ya mítico Carlitos Caride, por primera vez tuvieron botines y pudieron patear una pelota de cuero.
Junto a su obra social, Evita creó el Partido Peronista Femenino, forjó un vínculo directo con el movimiento sindical y fue clave para que en 1947 se aprobara el voto femenino. Ese derecho fundamental fue uno de los logros que luego se incorporaron a la Constitución del ’49, una Carta Magna de avanzada en materia de conquistas sociales, verdadero hito del primer peronismo y síntesis de aquella identidad.
Perón –el hombre y el político– nunca pudo reponerse de la muerte de su compañera. Los síntomas de su cáncer de útero aparecieron en 1951. Visiblemente enferma, en agosto de ese año y ante una multitud de trabajadores, Eva pidió más tiempo para responder al pedido unánime de que integrara la fórmula Perón-Perón, en la que sería la primera elección presidencial con sufragio universal. Días después, declinó la candidatura y pronunció su emotivo Renunciamiento.
Evita falleció el 26 de julio del ’52, a los 33 años.

EXILIO Y RETORNO
Junto a Juan Hortensio Quijano, con el 62% de los sufragios, el General obtuvo su segundo mandato en 1951. De todas formas, el peronismo reelecto no tuvo la impronta del primero. Con un Segundo Plan Quinquenal que establecía una economía de reglas más convencionales, las necesidades energéticas impusieron el polémico acuerdo con la Standard Oil de California y Perón fue perdiendo parte de su base de apoyos. En paralelo, con la Iglesia Católica y los sectores más conservadores de las Fuerzas Armadas como punta de lanza, el antiperonismo fue cerrando filas. El conflicto con la curia arrancó en el ’54, cuando el Vaticano impulsó la creación de su propia representación política, el partido Demócrata Cristiano. Luego, entre otras medidas que crisparon a la Iglesia, el presidente dispuso equiparar ante la ley a los hijos legítimos e ilegítimos, promulgó las normas de Divorcio y de Profilaxis, y quitó de las escuelas la obligatoriedad de la enseñanza religiosa. El 16 de junio de 1955, aviones de la Fuerza Aérea con la inscripción “Cristo Vence” bombardearon la Plaza de Mayo y asesinaron a más de 300 personas. Tres meses después, Perón fue derrocado y partió rumbo al exilio. Por varios años, sus seguidores serían prescriptos, fusilados y silenciados.
Desde su retiro, primero en distintos puntos de América Latina y, finalmente, en Puerta de Hierro, el líder vio caer el acuerdo del ’58 con Arturo Frondizi y crecer el descontento de la resistencia peronista; vio pasar el Cordobazo y la sucesión de puebladas; y vio el fortalecimiento de las organizaciones armadas que pedían su retorno.
Pasaron 17 años. Perón regresó al país el 20 de junio de 1973, junto a la mujer que había conocido durante su periplo de exiliado: María Estela Martínez, “Isabelita”, su tercera esposa. Los enfrentamientos, la balacera y los 13 muertos de Ezeiza marcaron el clima con que el general transitaría el tramo final de su vida política, con la izquierda y la ortodoxia de su partido en rumbo de colisión.
Cuando el gobierno militar de Alejandro Lanusse llamó a comicios presidenciales, levantó la prescripción al peronismo, pero no a Perón. Con cerca del 50%, la fórmula Cámpora-Solano Lima se impuso. Una vez asumido, Héctor Cámpora dimitió, se convocó a elecciones y el 23 de septiembre de 1973 Perón llegó a su tercer mandato, con Isabelita como vice, superando el 60% de los votos.
En el que se volvería su último discurso, el 12 de junio del ’74, desde los balcones de la Rosada y ante las columnas de la CGT, Perón dijo: “Sé que hay muchos que quieren desviarnos en una o en otra dirección, pero nosotros conocemos perfectamente bien nuestros objetivos y marcharemos directamente a ellos, sin influenciarnos ni por los que tiran desde la derecha ni por los que tiran desde la izquierda.” Antes, en el acto por el 1º de mayo, había llamado “imberbes” a las columnas de Montoneros, que abandonaron la Plaza de Mayo.
El presidente murió el lunes 1 de julio a las 13:14, víctima de una cardiopatía isquémica crónica. El gobierno quedó en manos de Isabelita, pero en poder de su ministro de Bienestar Social, el “Brujo” José López Rega.
Tras varios días de duelo, comenzaba otra Argentina, heredera del General, pero ya sin su presencia ordenadora. Los primeros efectos de esa ausencia se harían oír con una violencia que, lejos de diluirse, iría en aumento.
Pasaron 40 años de aquel entonces, y el recuerdo de Perón sigue sumando episodios desde el presente. Por atracción o rechazo, con momentos de menor o mayor intensidad, continúa siendo un centro de gravedad para la política argentina.
TIEMPO ARGENTINO