Copa del Mundo 2014: Messi se sacó la cruz, pero se espera el redentor

Copa del Mundo 2014: Messi se sacó la cruz, pero se espera el redentor

Por Cristian Grosso
Alcides Ghiggia sembró demonios. Durante 64 años, espectros y espíritus hicieron del estadio Maracaná su hogar fantasmagórico. Pasaron tantos. Zico, Romario, Ronaldo, Neymar. pero el bestiario se había anclado, irrespetuoso con los ilustres visitantes. Ni las sucesivas remodelaciones del coloso podían espantar a esas gárgolas futbolísticas que se nutrían de una mitología fortificada con el paso de las décadas. Hasta ayer, cuando un duende posó su zurda por primera vez. Las ánimas entendieron que el espanto y la psicosis ya no podían ser el aura del Maracaná después de que ese muchacho terrible, pero de cara angelical, había encontrado el antídoto. Geniecillo feroz, él les demostró que en un pestañeo era capaz de convertir un vaso con agua en un tsunami. Lionel Messi cazafantasmas de leyendas para desatar su propia fantasía.
El regreso mundialista del Maracaná no podía saldarse con el gol en contra de un bosnio impronunciable. Messi tejió la mejor maniobra del partido, en complicidad con Higuaín , y de la derecha al centro, su vieja debilidad, dibujó arabescos hasta que encontró el hueco para el zurdazo letal junto al palo. Entonces, la furia se apoderó de su cuerpo. Furia porque él es el primero que sabe que no jugó ni cerca de las expectativas que despierta. Sólo una mueca de desdén se le escapó cuando le contaron que la FIFA lo había elegido el jugador del partido, una decisión de exclusiva conveniencia marketinera. Furia por la raquítica versión que había mostrado la selección en el primer tiempo. Furia por el gol, porque pasaron 2921 días, sí, casi 8 años, desde aquel primer y único tanto en los mundiales.
Corrió envenenado, con las venas del cuello a punto de explotar. Necesitaba el gol. Sudáfrica 2010 había sido un calvario entre atajadas providenciales y postes inexplicables. Entonces descargó el insulto, igual que aquel 16 de junio de 2006, en Gelsenkirchen, cuando creía que ya desde el debut en los mundiales nacería un prolífico romance. Esa tarde Leo entró a los 29 minutos del segundo tiempo, por Maxi Rodríguez , y cerró la magnífica goleada 6-0 sobre Serbia. También insultó, también descargó nervios y angustia por una lesión traicionera que lo mantuvo 72 días inactivo en la antesala de la Copa de Alemania. Ese gol fue de derecha y tras pase de Tevez ; quizá allí nació el embrujo.
“Lo mejor es el resultado”, sintetizó tras el partido. Eligió callar algunas críticas, pero deslizó que el dibujo táctico que lo potencia es el de la segunda etapa, cuando rodeado de los Fantásticos encuentra descarga y asistencias. La selección, y él, comenzaron a ofrecer signos vitales después del entretiempo, cuando el equipo transitó caminos reconocidos. Porque no siempre tendrá las soluciones, entonces necesitará de laderos que no sólo distraigan, sino que le permitan sociedades y también remansos entre tantas exigencias.
Pero Leo no se engaña: su chip albiceleste todavía necesita ajustes. El síntoma alentador fue la rebeldía con la que asumió la segunda parte; no se perdonaba retroceder a esos tiempos en los que vivía estacionado en una ciénaga futbolística cuando se enfundaba de albiceleste.
Dueño de una gambeta relampagueante, con Leo todo puede ocurrir en un parpadeo. Con movimientos de ardilla, se frena en seco y vuelve a explotar. Todo eso lo ofreció en el gol, pero no alcanza. Nos acostumbró a sobredosis, por eso cuando anda austero se encienden alarmas. El público, igual, ya convertido en devoto fundamentalista, lo cobijó con todas las ovaciones y reverencias que antes le retaceaba. Si la Argentina se sintió local en Río de Janeiro, directamente Leo jugó tan arropado como en el patio de su casa en Rosario.
Para Messi no se trató de un gol cualquiera. Las estadísticas dirán que fue su conquista número 39 en la selección y así avanza en su decidida persecución de los 56 gritos de Batistuta . Dirán, también, que en el Maracaná alcanzó a Diego Maradona como el máximo goleador como capitán de la selección, con 22 tantos. Pero lo que las estadísticas no pueden sondear es la liberación que provoca un gol. “El gol fue un alivio, sí. Por cómo venía el partido, y porque era para asegurar los tres puntos. Terminar convirtiendo, después de cómo estaba jugando, fue bueno. Para mí fue especial”, asumió Leo. Una confesión en pocas palabras. Estaba decepcionado con él mismo. ¡Perfecto! Nada más estimulante que un genio disconforme.
Aun sin la impronta de lo extraordinario, cuando se sintió acompañado por la partitura y los intérpretes, Messi subsanó casi todo lo que estuvo a su alcance y encaminó una victoria que desfiló por la cornisa. Porque el entrenador siempre será el dueño de los mensajes, pero afortunadamente el jugador lo es de los hechos.
El derechazo de Ghiggia condenó al Maracaná a una pesadilla que pareció eterna: 1950-2014. Encerrado en la somnolencia de una maldición mundialista. La última travesura fantasmal fue un gol en contra, siempre sarcástico y burlón. Hasta que Messi lo reabrió oficialmente con un zurdazo centellante. Para gritarlo con rabia, para espantar a los demonios que no lo dejaban convertir en una Copa del Mundo. Pura venganza, por donde se lo mire.
LA NACION