Gilberto Gil: “para mí la vida sigue siendo un gran misterio”

Gilberto Gil: “para mí la vida sigue siendo un gran misterio”

Por Alberto Armendariz
Sus manos negras y delicadas acarician el aire como acompañando su suave forma de hablar; sus dedos, alargados y acabados en uñas de guitarrista marcan sutilmente el compás de la conversación. Aunque lo quisiera, a Gilberto Gil le sería imposible esconder su alma musical; ese talento que lo convirtió en una de las figuras clave de la música popular brasileña. Gil cumplió 70 años en junio de 2012 y desde entonces resultó muy homenajeado, tanto en su natal Salvador de Bahía como en Río de Janeiro, donde compone y vive junto a su cuarta esposa, Flora. Ese año se develó un mural con su imagen en la céntrica plaza carioca de Cinelandia, y se inauguró una exposición sobre su extensa obra, en la que juega un rol fundamental el movimiento tropicalista que en los 60 ayudó a fundar con Caetano Veloso, Tom Zé, Torquato Neto y Os Mutantes. Pero Gil, humilde y tranquilo, no se siente muy a gusto con los reconocimientos; de hecho, guarda todos los premios y galardones que ha recibido en el baño principal de su productora, una casona en el barrio de Gávea donde recibió a LA NACION.

¿Cuál cree que es su mayor mérito?
-Creo que viene de la música, de un estilo de vida, un ejemplo más… No he hecho ningún gran descubrimiento, ni inventé nada, pero soy una persona dedicada a la tentativa de perfeccionamiento de las cosas de la vida. Soy una suerte de instrumento musical, como una guitarra que quedará ahí parada y alguien de vez en cuando agarrará para tocarla.
Gil confiesa que no tiene iPod y que le siguen gustando los CD; para las giras, siempre se lleva algo de João Gilberto, Bob Marley y Miles Davis, sus principales influencias. En el show “Concierto de cuerdas y máquinas de ritmo”, que el jueves traerá al Gran Rex, está acompañado en las guitarras por uno de sus ocho hijos, Bem Gil, además del chelista Jaques Morelenbaum, el violinista Nicolas Krassik y el percusionista Gustavo di Dalva. Tocarán temas de los discos Gil luminoso y Banda Dois y clásicos de su repertorio como “Oriente”, “Viramundo” y “Panis et circenses”.

¿Cómo prepara un espectáculo ahora? ¿Es diferente de cómo lo hacía cuando era más joven?
-Tengo mucho más interés y cuidado en intentar agotar las posibilidades de exploración: la música, la interacción, el contenido y el sentido de las canciones, la técnica, la ejecución, la automatización de los desempeños desde los puntos de vista físico y mental, decorar las canciones, hacerlas fluir automáticamente. Me gusta mucho ensayar, algo que cuando era joven no me gustaba; era más espontáneo y libre. Hoy me gusta sedimentar el material con el cual trabajo. Paso horas tocando la guitarra en casa; creo que ahora toco mejor, con más facilidad, me considero mejor instrumentista.

¿Se ve más como instrumentista que como cantante?
-Para mí la voz es un instrumento más. Siempre bromeo diciendo que mis primeras cuerdas fueron mis cuerdas vocales.

¿Qué se mantiene tropicalista de su música hoy?
-Queda la marca de los ejercicios hechos durante la época del tropicalismo. Las aberturas en el campo de la composición, los intentos de invención, de creación diferenciada que aquel período ofreció, con el trabajo con grupos de rock, con las guitarras. Se mantiene una mirada panorámica, permanente en términos giratorios para captar los 360 grados del círculo de la vida. También un respeto profundo por la diferencia, por admitirla y considerarla fundamental; el sentido de diversidad.

Usted que fue ministro de Cultura durante el gobierno de Lula da Silva, ¿cómo ve a la presidenta Rousseff?
-Siempre me gustó ella. Como ministra de Minas y Energía hizo un trabajo muy interesante. Aquello la calificó como gestora, y luego Lula le ofreció la Jefatura de Gabinete, un cargo político que también desempeñó muy bien. Hoy la veo fuerte; trabaja con mucho gusto y tiene talento gerencial. Llega después de dos presidentes especiales, Fernando Henrique Cardoso, una suerte de príncipe académico, y Lula, un líder sindicalista, un obrero. Ella tiene una fuerte carga simbólica también: es la primera presidenta mujer, representa el ascenso de la clase media, viene de ese sector social, descendiente de extranjeros que lucharon por abrirse camino en este país y se profesionalizaron. Es muy cuidadosa, no se deja tomar por la vanidad del cargo; está ahí para trabajar duro.

¿Aceptaría volver a la política si ella se lo pidiese?
-No, no tengo talento para eso, no me gusta la política.

A fines de los 60, usted debió exiliarse en Londres junto a Caetano Veloso, perseguido por el gobierno militar. ¿Qué opina de la forma en que se estableció recientemente la Comisión de la Verdad?
-Es importante para el país y para la humanidad; es civilizador. No puede haber un avance real sin que se apunten responsabilidades por los crímenes cometidos. No me parece mal que la Comisión no tenga el poder de juzgar a los responsables, lo importante es que pueda indicar la necesidad de juicio para aquellos que merecen ser juzgados; no debe sustituir el papel del Poder Judicial.

Como ministro de Cultura, luchó por la liberalización de los derechos de autor, el software libre y el libre acceso. ¿En qué dirección cree que vamos hoy?
-Se va equilibrando. Hubo un momento de mucho entusiasmo por la llegada de las nuevas tecnologías y el sentido libertario que aportaban. Pero todo eso fue cayendo en el campo de la realidad, fue dialogando con la realpolitik del mundo empresarial, la lucha de los intereses involucrados, especialmente en el ámbito de las comunicaciones, que ha sido el más afectado por las nuevas tecnologías, el ciberespacio e Internet. El mundo de las comunicaciones reaccionó muy fuerte. Lo que hay ahora es una adaptación a aquel vértigo libertario; de alguna manera pasó, pero el sistema fue impregnado por esa necesidad de liberalización, por las conquistas populares, por la masificación de los procesos tecnológicos contemporáneos, que dan magia a eso, la construcción de una clase media mundial. Ahí vienen los problemas con WikiLeaks, la reacción global a la prisión de las rusas de Pussy Riot, “la primavera árabe”, cuestiones mundiales que exigen mucho equilibrio, tanto en el sentido del impulso libertario, que debe ser medido, gerenciado con cuidado, pero también desde el punto de vista reaccionario del sistema, que debe ceder en áreas significativas de su racionalismo, para renovarse con dosis más significativas de libertad, horizontalidad, participación, democracia.

¿Cuáles son las lecciones más importantes que aprendió en estos 70 años?
-Para mí la vida sigue siendo un misterio, requiere una relectura permanente, no tiene un significado conclusivo, o al menos yo todavía no lo descubrí. Se trata cada vez más de desdoblamientos, coincidencias entre polos opuestos, equilibrio, anulación de valores positivos y negativos, vida y muerte, todas cuestiones misteriosas. Y la muerte aún más; en la vida por lo menos tenemos un flujo consciente dentro de ella; en la muerte no sabemos.
LA NACION