Un método peligroso: psicoanálisis, amor y pasiones

Un método peligroso: psicoanálisis, amor y pasiones

Por Paula Gingins
Nunca se me hubiera ocurrido hacer de Freud: no me parezco a él en ninguna etapa de su vida”, se ríe, del otro lado del teléfono, Viggo Mortensen, en perfecto castellano rioplatense.
“Si no me lo hubiera propuesto [David] Cronenberg, jamás lo hubiera imaginado, y si me lo hubiera ofrecido otro, no lo hubiera aceptado porque me hubiera parecido un disparate”, reconoce el Aragorn de El Señor de los Anillos . “Como lo conozco bien, ya trabajamos dos veces juntos [en Una historia violenta y Promesas del Este ], lo respeto y sé que toma muy en serio el casting de sus películas, sé que no es un disparate y no está tan loco. En el momento, supuse que a lo mejor sí lo estaba -bromea-, pero después me acostumbré a la idea, cuando acepté que era posible cambiar mi aspecto, mis ojos, mi nariz, pesar un poco más, las entradas?”. La magia del cine, en otras palabras y, tal vez, el talento de los artistas.
Un método peligroso , la coproducción entre Canadá, Alemania, Reino Unido y Suiza, que aquí distribuye Alfa Films y que fue aplaudida en los festivales de Toronto y Venecia, se podrá ver a partir del jueves en las salas locales. Esta vez, el canadiense Cronenberg decidió contar esa especia de ménage à trois intelectual, con una fuerte carga de sexualidad y erotismo, que existió entre el incipiente psiquiatra Carl Jung, representado por Michael Fassbender ( X-Men, primera generación ), su mentor, Sigmund Freud, y la bella e intensa Sabina Spielrein, en la piel de Keira Knightley ( Piratas del Caribe y Orgullo y prejuicio , entre otras), quien primero sería paciente de Jung, luego su amante y, más tarde, se convertiría en una inteligente terapeuta.
En esta trama de juegos de mentes, las palabras tienen su peso. Mortensen expresa que tienen una formalidad y rigidez extrañas, propias de la época. “Cuando se pelean Jung y Freud, cara a cara o por carta, el lenguaje es formal y correcto, a pesar de que las cosas que dicen son fuertes.”
En vísperas de la Primera Guerra Mundial, los escenarios que forman el marco de la historia se dibujan en Zurich y Viena, sobre la base del guión del reconocido Christopher Hampton ( Expiación, deseo y pecado ; Amistades peligrosas ). Hampton antes la había llevado a las tablas, con su pieza The talking cure ( La cura del habla ), basada en la novela A most dangerous method , de John Kerr.
Cuando Mortensen sintetiza su idea sobre la película, dice que lo más importante es el nacimiento de amistades que luego “se estropean y marchitan de manera estúpida”. Va más allá: “La historia es un poco trágica, un poco triste y, a veces, algo graciosa, un poco patética la manera en que se rompen estas amistades, no tanto por diferencias basadas en lo académico o científico, sino por culpa del orgullo o la propia inseguridad”. Adelanta que en este drama no hace falta saber algo sobre el psicoanálisis ni sobre la historia de Europa a principios del siglo XX, “ni siquiera interesarte Freud, Jung o esta Spielrein que muy pocos conocen, aunque es muy interesante llegar a conocerla y un papel muy rico para cualquier actriz”. Aprovecha para destacar que “lo hizo muy bien Keira, en una actuación muy valiente, exacta, precisa, hermosa, muy emotiva”. Este es, para Mortensen, un drama entre “personas inteligentes, ambiciosas, que quieren dejar sus nombres en los libros de historia, pero son inseguros, vulnerables, al punto de llegar a ser paranoicos y se portan más infantilmente que los pacientes que tratan de ayudar”.
Además de estos tres enormes personajes, se sumará al relato Otto Gross, el psiquiatra austríaco y anarquista que fue paciente de Jung, encarnado por Vincent Cassel ( El cisne negro ; Promesas del Este ).

HACIA FREUD
El actor estudió, leyó las obras del padre del psicoanálisis, viajó a Viena y aprendió a lidiar con los cigarros que fumaba su personaje. “Freud nos ha marcado más de lo que pensamos. Hablamos de cosas de las que no hablaríamos de no ser por sus investigaciones.” Si el maquillaje y la transformación física no era el problema, ¿cuál era entonces?, se preguntó Mortensen. “Bueno, el desafío de tener tanto diálogo, tantas palabras para decir, que no es lo que me suelen dar en mi trabajo como actor de cine, ¿no? He tenido papeles en los que se exigía más que nada una comunicación no verbal y, en este caso, el tipo usa palabras para atacar, para defenderse, para manipular, para seducir, para evadir -reflexiona-. ¿Cómo hacía eso sin aburrir a todo el mundo, sin ser acartonado? Leí cosas sobre él escritas por gente de su época y resultó que Freud era gracioso y con sentido del humor; no era rígido. Eso me ayudó a entrar en personaje.” Detalla que lo mejor es estar “relajado y flexible”, dispuesto a recibir lo que ofrecen los otros actores, los escenarios, la ropa (“y los cigarros esos, que a ver cómo los fumás sin quedar como un idiota”).
En un país como el nuestro, casi una “patria psicoanalizada”, probablemente la película llamará la atención y dará para hablar, aunque para este actor el film resulta equilibrado. “No es una película hecha para crear tensión. Los dos quedan bien y quedan mal en este cuento. Son personas inteligentes, pero con fallas personales. Creo que, especialmente en esa época, las diferencias de ideas entre Jung y Freud no eran tan grandes. Más que nada la ruptura era fruto del orgullo y de sus diferencias culturales, entre una persona básicamente religiosa, acomodada económicamente, casi una especie de líder religioso, y un judío ateo, al que no le interesaba nada eso y que la tuvo que pelear bastante. Vienen de sitios muy distintos. Se quieren y se admiran, tienen cosas en común, pero, a su vez, son diferentes. La película los humaniza.”
LA NACION