El Papa pidió a la Iglesia despojarse de lo mundano, un “peligro gravísimo”

El Papa pidió a la Iglesia despojarse de lo mundano, un “peligro gravísimo”

Por Elisabetta Piqué
Rezó ante la tumba de San Francisco , peregrinó a todos los lugares simbólicos de su vida, almorzó con un grupo de pobres y oró en silencio ante el crucifijo que hace 808 años le habló al poverello (pobrecito) y le dijo: “Ve y repara mi Iglesia”.
En una histórica e intensa visita de 12 horas , el primer papa que se atreve a elegir el nombre de Francisco -el santo más popular del mundo, que renunció a su riqueza para estar con los pobres, con los leprosos, con los últimos-, volvió a afirmar las bases para la reforma de la Iglesia.
Acompañado por los ocho cardenales elegidos para integrar un consejo que lo ayude a gobernar en modo colegiado y a modernizar la curia, se convirtió en el primer papa que pisa la Sala de la Expoliación.
Allí, en 1206, el joven Francisco, hijo de un comerciante, se despojó simbólicamente de su ropa, rechazando su riqueza. Y Francisco, el papa del fin del mundo que quiere una Iglesia pobre para los pobres, la llamó a despojarse del espíritu mundano, su peor enemigo.
“La Iglesia debe despojarse de un peligro gravísimo, que amenaza a todos: el de la mundanidad, que nos lleva a la vanidad, la prepotencia, el orgullo, y esto es un ídolo”, clamó Francisco, que prefirió dejar de lado el discurso que tenía preparado, evidentemente emocionado por estar en ese mismo lugar donde el poverello empezó su revolución.
Ese texto decía: “Si queremos salvarnos del naufragio, es necesario seguir la vía de la pobreza, que no es la miseria -que hay que combatirla-, pero es el saber compartir, ser más solidarios con los necesitados, confiar más en Dios y menos en nuestras fuerzas humanas”.
“Todos estamos llamados a ser pobres y por eso debemos aprender a estar con los pobres, compartir, tocar la carne de Cristo. Un cristiano no es uno que se llena la boca con los pobres. ¡No! Es uno que los encuentra, que los mira en los ojos, que los toca”, explicaba. “Estoy aquí no para «ser noticia», sino para indicar que ésta es la vía cristiana, la que recorrió San Francisco”, agregaba.
“La Iglesia somos todos”, destacó, y al improvisar, dijo una y otra vez que es necesario liberarse “del espíritu de mundanidad, que es la lepra, el cáncer de la sociedad”.
“Es tan triste encontrarnos con un cristiano mundano, un cristiano de pastelería”, agregó Francisco. Al hablar siempre en la Sala de la Expoliación ante un grupo de pobres, no dejó de condenar a “este mundo salvaje que no da trabajo y que no ayuda”, en el que hay chicos que mueren de hambre y cientos de miles de refugiados. Recordó, entonces, a las víctimas de la tragedia frente a la isla de Lampedusa. “Hoy es un día de lágrimas”, sentenció.
El Pontífice, que llegó en helicóptero desde Roma, empezó su peregrinación tras las huellas del poverello con una conmovedora visita a un centro que atiende a chicos discapacitados, a quienes saludó uno por uno, con inmensa ternura.
Conmovido por el dolor presente en el lugar, donde los enfermos involuntariamente emitían sonidos y gritos, tampoco leyó el discurso preparado. “Estamos entre las llagas de Jesús, y estas llagas deben ser escuchadas, reconocidas”, dijo en voz baja, con rostro serio.

MISA
Al presidir una misa ante 10.000 fieles frente a la basílica de San Francisco -a la que asistió el premier italiano, Enrico Letta-, destacó en su homilía que “la paz franciscana no es un sentimiento edulcorado”.
“¡Por favor, este San Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteística con la energía del cosmos… La paz de San Francisco es la de Cristo”, dijo.
“El santo de Asís testimonia el respeto por todo lo que Dios ha creado y que el hombre está llamado a custodiar, pero sobre todo testimonia el amor por cada ser humano”, explicó. Tras recordar que Francisco fue un hombre de armonía y de paz, pidió que el odio ceda el lugar al amor. Y el cese de conflictos armados, de violencia, de terrorismo y de guerras en Tierra Santa -“tan amada por San Francisco”-, en Siria, en todo Medio Oriente y en el mundo.
Como San Francisco es el patrono de Italia y ayer se festejaba su día -un día marcado, sin embargo, por el luto por la tragedia de Lampedusa-, el Papa pidió especialmente por la nación italiana, “para que cada uno trabaje por el bien común, apuntando a lo que une más que a lo que divide”.
En una jornada gris y fresca, durante su maratón Francisco fue aclamado en todo momento al grito de “¡Francesco! ¡Francesco!” Y no defraudó a los miles de peregrinos de toda Italia que se despertaron al alba y lo aclamaron a su paso en el “papamóvil”. Sonriente, el papa argentino saludó a todo el que pudo, besó chicos, tuvo momentos de humor y se conectó con todos.
“Es el papa que necesita la Iglesia, es simpático, es divertido, es juvenil, es humilde y todo lo que dice es fuerte, ojalá que lo escuchen”, señaló a LA NACION Alida Costa, que viajó desde Como, en el Norte. No faltaron argentinos, como Gloria Trovo, cordobesa que vive en Perugia, que no ocultaba su entusiasmo.
Francisco, que había sido invitado a almorzar al Sacro Convento por los superiores franciscanos, junto a las autoridades, como Letta, declinó el convite. Y en otro gesto que marca el rumbo de un papado distinto, almorzó en un centro de Cáritas junto con 57 pobres.
Más tarde, en una reunión con el clero en la catedral de San Rufino, Francisco insistió en la importancia de que los sacerdotes caminen entre la gente y lleven el Evangelio hasta las periferias existenciales.
Antes de partir de regreso a Roma, destacó el coraje que hay que tener para formar una familia, habló del matrimonio y llamó a 25.000 jóvenes que lo aclamaron “a no tener miedo, a dar pasos definitivos”.
LA NACION