El Cine: una industria que agonizó y renació para volver a sus raíces

El Cine: una industria que agonizó y renació para volver a sus raíces

Por Axel Kuschevatzky
Las últimas tres décadas han sido para el cine de constante movimiento. Es parte de su paradoja: la acción que en pantalla se vive como natural es, en realidad, una sucesión de imágenes fijas proyectadas a 24 fotogramas por segundo.
En estos últimos treinta años esa inercia se vio amenazada una y otra vez por fuerzas externas e internas, cambios tecnológicos y modificaciones en el consumo. Constantemente agonizó y pudo renacer, se transformó en otra cosa para -finalmente- volver a sus raíces. Los largometrajes locales gozaron del prestigio pero también de abandono, tuvieron apoyo y fueron -intermitentemente- ignorados. ¿Qué pasó en el cine en la Argentina entre 1983 y 2013? Para comprender la dimensión de esta historia es útil remontarse a un período anterior.
Para 1981, el Proceso de Reorganización Nacional vivía su propia crisis. Las recetas económicas de la era de la “plata dulce” mostraban grietas mientras el presidente de facto Roberto Viola atravesaba un efímero mandato de nueve meses. En el horizonte empezaba a hablarse de una eventual “salida democrática”. Una muestra de la inestabilidad del momento es que en abril de ese año asumió la dirección del Instituto de cine el Comodoro Julio César Boittier que duró en el puesto apenas 10 días. En 1980 se habían rodado solo 34 películas en un sistema cercado por una férrea censura. Más de 40 films estaban prohibidos por el ente de Calificación que en ese momento dependía de la Secretaría de Información Pública. Ninguna temática, actor, director, guionista o técnico escapaba de ser chequeado en las listas negras.

Signo de cambios
Pero algo estaba pasando porque el 20 de abril de 1981 comenzó el rodaje de Tiempo de Revancha, protagonizada por el hasta entonces prohibido Federico Luppi. ¿Un signo de deshielo? Quizás. Lo que era aún más interesante es que la película reflejaba con suprema inteligencia su contexto. Tiempo de Revancha es la historia de un experto en explosivos con un pasado que tuvo que ser limpiado de su curriculum para ingresar a una multinacional. El experto decide usar el plan de un amigo, simular un shock tras una explosión, fingir que perdió el habla y ganarle un juicio a la empresa. La metáfora del silencio a cualquier costo era clarísima para los espectadores de la época, más cuando en una secuencia el cadáver de un personaje era arrojado desde un Ford Falcon.
El suceso de Tiempo de Revancha fue enorme, con más de 20 semanas en cartel en Capital, transformándose en un fenómeno cultural impensado. Pero además, marcó el regreso de una línea adulta de cine local, casi ausente desde 1976, y el inicio de todo un subgénero policial local.
Los números de esa industria eran débiles: en 1981 se vendieron en toda Argentina poco más de 13 millones de tickets, un 25% de las entradas compradas en 2012. En 1981 vivían en nuestro país 27 millones de personas, lo que equivale a 0,4 tickets anuales por habitante. En 2010 la proporción pasó a ser de 1,15, aproximadamente. Era una Argentina con menos salas de cine pero más grandes, donde el video y la TV por cable aún no había afectado la taquilla.
Jaqueado por el descontento, el Proceso jugó su destino en la guerra de Malvinas para luego emprender la retirada el 10 de diciembre de 1983. Al final las urnas no estaban tan guardadas.

El destape
Dos meses después, en febrero de 1984, el Senado de la Nación derogó la ley 18.019 disolviendo el Ente de Calificación Cinematográfica y eliminando la censura fílmica en Argentina. Ese mismo día, el Instituto de Cine, dirigido por Manuel Antín, había otorgado los primeros créditos para reactivar la industria. Un mes más tarde, media centena de películas salía de la oscuridad para verse en salas bajo slogans vendedores como “¡Ahora sin cortes! Versión completa” y “Prohibida por la Censura-Autorizada por la Justicia”. El impacto cultural fue inmediato gracias a lo que se llamó “destape”. El efecto de los créditos también se hizo sentir. Entre las películas beneficiadas estuvieron Camila (1984) y La Historia Oficial (1985), una nominada y otra ganadora de un Oscar.
Durante esos primeros años de democracia varios ejes temáticos atravesaron incansablemente parte de la producción. Una línea repasaba los efectos del Proceso y ocasionalmente una fuerte inquietud por el destino de esa “mano de obra desocupada” circulante. En Retirada (1984), Darse Cuenta (1984) o El Exilio de Gardel (1986) tocaban en parte esa tecla. Siguieron estrenándose películas de corte policial, comedias parecidas a las que se rodaban antes de 1983 y films llamados “testimoniales”, inspirados en hechos reales o titulares de los diarios.
Los filmes lanzados al mercado pasaron de 20 en 1983 a 37 en 1986. Esta multiplicación abrió el juego a otros géneros, con directores asociados a la publicidad dedicándose a los largometrajes (Jusid, Sorin y Puenzo, entre muchos). El número de producciones se mantuvo estable hasta que el alfonsinismo tuvo que lidiar con problemas institucionales y económicos que lo superaron.
El negocio también estaba cambiando. El video era un boom y aunque las cifras no son muy confiables, el cálculo de la industria es que en pocos años se pasó de 400 a 2000 videoclubes en todo el país. Muchos exhibidores y distribuidores pasaron a editar VHS como una extensión de su negocio histórico. Y las familias dueñas de grandes salas comenzaron a desprenderse de ellas y muchos cines se transformaron en estacionamientos, locales bailables, farmacias y templos evangélicos. La hiperinflación y una expansión de los servicios de TV por cable apresuraron los tiempos.
El sistema iba hacia el colapso.

Tiempos menemistas
El arribo del menemismo al poder un año más tarde tuvo efectos insospechados. Económicamente neoliberal en los hechos pero nacionalista en los discursos, el Gobierno se alió con grandes holdings y generó una política cultural impredecible. A principios de la década desfilaron por el Instituto de Cine realizadores pero también empresarios gastronómicos y organizadores de festivales folklóricos con una relación con la pantalla grande difícil de discernir. René Mujica, Octavio Getino, José Anastasio, Guido Parisier, Antonio Ottone y Julio Maharbiz fueron sus eventuales responsables en una transición de INC (Instituto Nacional de Cine) a INCAA (Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales a partir de 1995), con agendas políticas e ideológicas muy diferentes. El número de rodajes descendía y para 1992 solo llegaban a la docena, fruto de la falta de fondos del Instituto de Cine y del desinterés del público.
La presión para salvar a la industria no se hizo esperar. Las asociaciones y entidades de productores, técnicos, directores, actores y hasta estudiantes salieron a la calle para pedir por una nueva ley de cine. En septiembre de 1994 el Congreso sancionó la nueva ley Nº 24.377. Ese acto es básicamente el evento más importante en la historia reciente del cine local. Irónicamente, surgió en el contexto de una administración no muy afecta a proteger ni la cultura, ni la industria ni la producción argentina. Los fondos saldrían mayoritariamente de un impuesto equivalente al 10% del alquiler o venta de videos o DVDs y del 25% del total de los ingresos obtenidos por el COMFER (hoy el AFSCA). La propia actividad audiovisual generaría sus mecanismos de financiación.
Con una caja más sólida, el cine argentino se triplicó. En 1995 se estrenaron 33 films locales, un promedio que se elevó en 2000 con 44. En 2005, los títulos fueron 63 y el año pasado 132.
El abaratamiento de la tecnología, el acceso a subsidios para operas primas y una gran masa de estudiantes de cine buscando códigos narrativos propios generaron lo que la crítica llamó Nuevo Cine Argentino. A partir de Pizza Birra Faso (1997) y Mundo Grúa (1996) esa línea conceptual tomó forma y generó más interés por la producción local en festivales.

Cuestión de Estado
En los últimos tres períodos presidenciales, la industria de medios se convirtió como nunca en cuestión de Estado. La sanción de la ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual también se acercó al cine, marcando una obligación de compra de derechos y/o producción y emisión para los canales de TV. Se reconoció al sector oficialmente como industria. Las políticas de protección han crecido en estos últimos 10 años.
¿Las deudas pendientes? La ley de cine es previa a Internet y sus ejes en muchos casos están desactualizados. Contempla la producción pero no el lanzamiento de las películas e inhibe el reconocimiento y subsidios como películas argentinas a los films hablados en otro idioma pero generados aquí. La legislación es anterior a profundos cambios de hábitos y diferentes dinámicas que el sector vivió en casi 20 años.
Tras tres décadas de democracia, el cine argentino ha logrado los mayores reconocimientos de su historia (dos Oscars y premios en festivales como Cannes y Berlín, entre otros), capacidad de exportación, nociones de identidad, el potencial de llenar salas aquí y en otros países. Las próximas batallas serán definitorias: la pelea contra la desvalorización de los contenidos (tanto por la piratería como por las plataformas gratuitas) y la lucha por adelantarse a los cambios de gustos de los espectadores para seguir siendo una opción sostenida. Pero tranquilos, que el cine argentino está muy lejos de su The End.
EL CRONISTA