El Madison tiene los días contados y le da paso a su leyenda

El Madison tiene los días contados y le da paso a su leyenda

Por Daniel Meissner
Por primera vez en su existencia, el gran mito neoyorquino tambalea y vislumbra un inequívoco futuro de devastación absoluta. El progreso, en favor de comodidades que a veces no reconocen ni siquiera a renombrados emblemas, dará un paso determinante en Nueva York. Las consecuencias, no obstante, están lejos de ser una buena noticia para quienes valoran espacios que atesoran momentos únicos. Después de que se confirmara la ampliación de la estación de Pensilvania, el Consejo ciudadano le dio un ultimátum de diez años al Madison Square Garden, que será demolido dentro de ese lapso para darles paso a las obras.
La sentencia actúa como un disparador que lastima emociones. No sólo los Knicks de la NBA y los Rangers de la NHL deberán buscarse un nuevo hogar, sino que con el futuro derrumbe del estadio se irá una parte importante del show en América. El básquetbol y el boxeo, pero también la música y otras artes se cobijaron en inolvidables jornadas bajo su techo, en la intersección de la Calle 33 con la 7» Avenida. Aunque el actual edificio se abrió en 1968 y sufrió una remodelación en 1991, el nombre Madison es un símbolo de larga data para los americanos, ya que éste es el cuarto en erigirse luego de los dos primeros, que se levantaron en la plaza homónima, y del tercero, construido en la Calle 50 y la 8» Avenida.
Capaz de mutar de un escenario de dimensiones siderales con una pasarela enorme a una cancha de básquetbol que es la envidia de cualquier otra del planeta, y de ella a un oasis gélido para un cotejo de hockey sobre hielo, su polifuncionalidad lo convierte en un lugar mágico. Allí, Muhammad Alí y Joe Frazier dejaron impávidos a unos 20.000 espectadores (su capacidad habitual), quienes por momentos hicieron un silencio sepulcral para escuchar los golpes de esos dos monstruos, en 1971 y en 1974, en dos fabulosos duelos que vieron una vez vencedor a cada uno. Porque “peleas del siglo”, hubo muchas, pero la primera de aquellas dos fue la que originó el eslogan.
También Ringo Bonavena se batió con ambos bajo las luces del MSG en épicos duelos. Si hasta Carlos Monzón, en su única incursión norteamericana (frente a Tony Licata) pasó por el mítico lugar. Y si de gestas heroicas se trata, entre sus paredes aún suenan los ecos de la primera conquista de los Knicks en la NBA, cuando el equipo encabezado por Willis Reed -que jugó lesionado una buena parte del torneo- se retiraba ovacionado cada noche por su entrega, en 1970.
El tenis no le fue ajeno desde que Pancho Gonzales desafiara (y venciera) a Rod Laver por 10.000 dólares para demostrar que éste no era imbatible. Después, el Masters Grand Prix agigantó figuras como las de Ivan Lendl, que se consagró cinco veces ante una multitud; la de Guillermo Vilas, que se mostró implacable ante Jimmy Connors en el 77; la de Gaby Sabatini, triunfante en 1988 y 1994, y las de Martina Navratilova y Steffi Graf, quienes dejaron la impronta de jugadas memorables y levantaron copas para aumentar los quilates del lugar.
Para que el emblema neoyorquino se haya metido más aún en el corazón de los estadounidenses, resultó clave que al margen de lo deportivo se registrasen otros sucesos inoxidables al tiempo como los fastuosos recitales de Elvis Presley, Kiss y Madonna, el Memorial por las víctimas del 11-S y el haberse transformado en la sede de la histórica visita del papa Juan Pablo II en 1979.
Conocido como “el palacio del nombre de las tres mentiras”, porque no está en la calle Madison, no es cuadrado y tampoco alberga un jardín, el MSG podrá perder su espacio físico, podrá ser borrado del paisaje y hasta el material que lo sostiene podrá ser hecho polvo, pero la mística continuará flotando en el ambiente que lo supo albergar.
Dicen que, con la reestructuración, el tren bala que pasa por la Penn Station podrá alcanzar los 350 km/h. Casi tan veloz como los recuerdos que desfilarán por la cabeza de cualquier nostálgico que, dentro de diez años, transite por la 7» Avenida y, al llegar a la Calle 33, escuche una ola de ovaciones y se encuentre imaginariamente con Alí y Frazier intercambiando golpes con fiereza, en busca de la gloria más pura.
LA NACION