El Papa y la reformas vaticanas que conmueven al mundo

El Papa y la reformas vaticanas que conmueven al mundo

Por Ezequiel Chabay
Manuel es un sacerdote rosarino que estuvo dos años como párroco en Ferrara, al norte de Italia, y los últimos dos en España, haciendo un doctorado. En ambas penínsulas, hizo buenas migas con obispos y cardenales, que le abrieron la puerta al mundillo vaticano. A pocos días de la elección de Francisco, supo de la preocupación que existía entre los “curiales” por sus “gestos”, quienes temían que su comportamiento se volviera “demagógico”.
Vía mensaje de texto, describió la situación: “Acá hay un cierto malestar… los curas italianos hablan de demagogia, por los gestos. Además, piensan que va a estar más seguro en los apartamentos (vaticanos). Tres curas me lo dijeron: lo de los pobres les pone mal. Es que están hartos de recibir extracomunitarios que no pagan impuestos, que delinquen y están mejor que ellos”.
Pero esto es apenas el maquillaje de la cuestión. Si viaja en papamóvil o en un simple jeep, si viste zapatos negros o rojos (por la sangre de los mártires) o si se resiste a los discursos escritos por sus secretarios, poco importa a la hora de pensar que Francisco recibió un edificio agrietado de manos de Benedicto XVI. Luego del júbilo y el protocolo diplomático, Jorge Bergoglio comienza a mostrar que el acercamiento de la Iglesia a la gente requerirá más que simple revoque a las paredes de ese gran templo que es la Iglesia universal, con más de 1.200 millones de feligreses.

Manos a la obra
Los cambios están a la vuelta de la esquina. A diferencia de su predecesor, con quien mantiene encuentros “casuales” en los jardines vaticanos y ante la réplica de la gruta de Lourdes, Francisco permanecerá todo el verano trabajando en la Santa Sede. Apenas irá a Castelgandolfo, la residencia veraniega, para rezar el Ángelus junto a los fieles cada domingo. De lunes a sábado, en tanto, permanecerá enfrascado en modificar la curia romana, esa gran organización de unos 4.000 empleados que mueve los hilos de la fe cristiana.
En los apartamentos vaticanos -a los que acude sólo para trabajar- le esperan los nombramientos de sus funcionarios de gobierno, la remoción del polvillo que aún oculta el Banco Vaticano, el sistema judicial del microestado, el informe con la comisión cardenalicia que colaborará con el gobierno eclesial, las problemáticas del mundillo religioso y las decisiones pastorales que deberá tomar para hacer frente a una realidad directamente desinteresada de Dios y que no conoce otra fe que la que se se venera en el altar del espejo.
Como pastor de la grey católica, Bergoglio comienza a esquilar el pelo negro a las ovejas descarriadas. Y promete no olvidarse ni una.
La Santa Sede vuelve al ruedo el 1 de septiembre. En esos días, entrará en vigencia una reforma judicial que endurece las penas contra quienes cometen delitos dentro del microestado que gobierna. También deberían estar los nombres de la alta dirección que lo acompañará en esta misión. Y en esos días, se esperan también señales concretas de gobierno y del rumbo que emprenderá la Iglesia.

La cúpula vaticana
Semanas atrás, Bergoglio visitó el edificio de la Secretaría de Estado Vaticana. Fue alrededor de las 8, cuando culmina su habitual misa en Santa Marta. Para su sorpresa, se encontró con el edificio vacío, pero con las luces prendidas. “¿A qué hora llegan a trabajar?”, les preguntó el Papa. “A las 10”, le respondió el portero, quien también debió explicarle que los oficinistas dejan las luces prendidas al salir. “Con la luz de una noche, un sacerdote de Buenos Aires come todo un año”, le respondió Francisco.
Como en Buenos Aires, Bergoglio solía no dejar ninguna decisión de peso al azar. Si bien se reconocía “despistado”, sabía cuándo prender el “alertómetro”. Por eso, todos descuentan que la salida del cardenal Tarsicio Bertone, actual número dos del Vaticano, es un hecho. Primero, por su edad. Segundo, porque se le adjudica la crisis diplomática y de filtraciones que cayó contra Benedicto, enfermo y sin fuerzas para contenerla. Tercero, porque no le alcanzaría el patrimonio para pagar la factura de luz y otros despilfarros y gaffes cargados a su cuenta.
Pero en Roma jamás se reemplaza un caballo hasta no tener otro para continuar camino. Por eso, el calor del verano europeo dará para pensar a Francisco. Si se recurre a su currículum vitae, se observa que eligió como obispos auxiliares a los más cercanos, a sus “hijos” espirituales. A pesar de no ser -propiamente- los más carismáticos, eficientes o completos doctrinalmente.
Para el padre Alejandro Russo, rector de la catedral de Buenos Aires y especialista en Derecho Canónico, el “número dos” requiere ciertas habilidades, como agilidad, diplomacia, don de gobierno y capacidad de resolución. En esta línea aparece Giusseppe Bertello, presidente de la gobernación del Estado y antiguo embajador en Ruanda, durante la época más álgida del enfrentamiento entre los hutus y los tutsis.
“Para este Papa no es menor el tema de la agilidad y de la eficiencia -explica Russo-. Cuando estaba en Buenos Aires, en las reuniones que mantenía, se identificaba un problema, se buscaba una solución y se resolvía. Por supuesto que no son materia de comparación: imagínate que toda la curia porteña es apenas una seccioncita de la Santa Sede”.
Precisamente porque no es lo mismo Buenos Aires que la Iglesia entera, en estos 128 días de Francisco han abundado más los gestos que las disposiciones y acciones de gobierno. Claudio Caruso es especialista en comunicación institucional de la Iglesia, y a su parecer, a Francisco le falta mostrar aún signos de gestión.
“Comprendo que el Papa está generando una atracción en la gente, logrando reunir a diferentes sectores para lograr consenso. Pero luego de esto hay que hacer algo y a partir de octubre, legislar”, remata Caruso. También él ha estado por Europa y, por su procedencia argentina, un cura le consultó: ¿No hay nada bien qué hagamos los sacerdotes? Hacía referencia a las insistentes prédicas y mensajes de Francisco sobre el ascetismo y la misericordia, que han generado en Europa que la gente pase la lupa sobre el accionar de los sacerdotes. Y como todo buen jefe, Francisco debería tener cuidado de ponerse a sus subordinados en contra.

El gobierno de la Iglesia
Como no es lo mismo Buenos Aires que la Iglesia universal, Francisco deberá superar el magro desempeño que la arquidiócesis porteña mostraba en ciertos rubros, como ser las parroquias cerradas a causa de los balances en rojo, las flacas vocaciones sacerdotales en una ciudad poblada por dos millones de habitantes, o los casos de pedofilia que recaen sobre unos 18 sacerdotes.
Al momento, Francisco dio lugar a un decreto que venía boyando desde la época de Benedicto XVI y lo rubricó con su firma. Se trata del denominado Motu Proprio, por iniciativa del pontífice, y que en este caso actualiza en forma de enmienda el Código Penal y su manual de procedimiento. Así, deroga la pena de cadena perpetua, que será sustituida por la reclusión a 30 ó 35 años; introduce la figura del delito de tortura y se amplía la definición de la categoría de delitos contra los menores, entre los que destacan los abusos sexuales a menores de edad.
Para el padre Russo, que se formó en Roma, son medidas de adecuación a las convenciones internacionales en materia jurídica. Pero también tienen una fuerte impronta simbólica: “También es afirmar que el Vaticano no es una covacha de corruptos”. De esta manera, se evitarán problemas diplomáticos como en el pasado. El más recordado es el del arzobispo Paul Marcinkus, titular del Instituto para las Obras Religosas (IOR), o Banco Vaticano. El purpurado norteamericano fue citado por la justicia italiana en la década del 80 para responder a manejos que lo vinculaban con la mafia italiana, pero logró un salvoconducto hacia su país gracias a su inmunidad diplomática. Esto, en sí, es imposible desde que Benedicto XVI ordenara entregar a la justicia secular a todo quien fue llamado a responder por acciones delictivas.
Por si fuera poco, otros dos escándalos sacuden al organismo que administra los bienes de la Santa Sede, es decir, el Instituto para las Obras de Religión (IOR), o el “Banco de Dios”. Días atrás, el contador responsable de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica, monseñor Nunzio Scarano, fue detenido por la justicia italiana acusado de cometer delitos financieros. El altercado costó el puesto del director y subdirector del organismo, que aprobaron cada una de sus medidas.
Para sumar a la novela, un hombre de confianza de Bergoglio, como el padre Battista Ricca, director de la Casa Santa Marta -donde vive el Papa-, fue nombrado como secretario interino del organismo. Monseñor Ricca tomó el cargo de manera provisional para asistir a los encuentros de la comisión cardenalicia de vigilancia del banco vaticano y concurrir a los encuentros del consejo de superintendencia. También debería tener a su cargo la vigilancia de los documentos, por los que la magistratura prohibió destruir cualquier tipo de material.
Pero el padre Ricca también se hizo conocido como “Monseñor Rosa”, a causa de la “conducta escandalosa” que le pesa haber llevado en el Uruguay cuando era secretario del nuncio apostólico de este país. Este “detalle” habría generado gran dolor en el Papa, quien lo removería de su cargo a la brevedad.
Pero las medidas tomadas en el IOR se deben comprender a la luz de un proceso de “credibilidad y transparencia” del organismo, que en pocos meses ha mostrado signos de progreso: en mayo, informó de la apertura de una página web para divulgar un “informe anual” de sus actividades, y una semana más tarde, publicó en conjunto con la Autoridad de Información Financiera del Vaticano un reporte sobre los avances en materia de registro y denuncia de las transacciones sospechosas.
Días atrás, se conoció que el IOR contrató a la consultora Promontory Financial Group, que revisará todas las operaciones y las circunstancias en que se desarrollaron.
De todos modos, la mano de Francisco sigue actuando. En continuidad con Benedicto, sí, y muy someramente. Así lo entiende Paloma García Ovejero, una de las principales vaticanistas de lengua hispana, y que viajará el próximo lunes a Río de Janeiro en el avión el Santo Padre. “Las reformas están en marcha -explica a El Cronista WE-. Hablar de consecuencias inmediatas sería precipitado, entre otras cosas, porque (el Papa) está aprovechando las vacaciones para terminar de darles forma. Además, hablar en genérico de la Curia es imposible. Está formada por personas que en su inmensa mayoría son de altísima calidad humana y extraordinaria preparación intelectual”.
Sí hay que atribuirle a Francisco una jugada nunca antes vista: el pasado 13 de abril, constituyó una comisión de ocho cardenales para aconsejarlo en el gobierno de la Iglesia universal y reformar la Constitución Apostólica Pastor Bonus, que rige la administración de la curia romana. Desde ese día, cuentan con seis meses para indagar, estudiar y reflexionar con el fin de llevar propuestas concretas.
“Son la gran novedad y los encargados de la reforma principal, la de la curia. Es importante tener en cuenta que la comisión de ocho cardenales forman un grupo asesor, por lo que cabe suponer que hará coincidir algunas medidas con el principio de curso”, aseveró García Ovejero. Entre los nombrados, figura el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, presidente de Cáritas Internationalis, y uno de los principales oradores con los que cuenta hoy la Iglesia, y Sean O’Malley, arzobispo de Boston, de origen capuchino, quien reemplazó en el gobierno pastoral de esta diócesis al cardenal Bernard Law, acusado de encubrir a sacerdotes pederastas.
Así fueran cardenales, obispos, sacerdotes, religiosas o laicos, quienes rodean al papa Francisco tienen la misión de ayudarlo. Su principal preocupación es colaborar con la administración y acelerarla, “porque si no hay trámites que se vuelven eternos, y la gente se muere esperando una resolución”, explica un entrevistado. De todos modos, queda claro que lo del pontífice es el acercamiento pastoral y la preocupación por la gente.
A pesar de no sentarle a gusto la dinámica con que se realizan las cosas, Francisco confesó recientemente vivir “blindado” con la Paz de Dios.
Sea por vías administrativas o por las vías que llevan a las “periferias” existenciales y geográficas de las que tanto habla, el Papa se dispone, como pastor universal, a esquilar la maraña negra que cubre a su grey. Lo cual, después de todo, con éxito o con fracaso, bastará para reconocerle que es un “pastor con olor a oveja”.
EL CRONISTA