La paranoia norcoreana

La paranoia norcoreana

A lo largo de las últimas semanas, el aislado régimen norcoreano, al que se denomina “régimen ermitaño”, ha alimentado sin cesar una espiral de peligrosas provocaciones y amenazas de todo tipo. Ellas están dirigidas principalmente contra la vecina Corea del Sur, contra los Estados Unidos y contra Japón.
En paralelo, Corea del Norte ha reabierto y está reactivando su viejo reactor nuclear de Yongbyong, suministrado en la década de los años 60 por la ex Unión Soviética, que produce plutonio, así como sus instalaciones de enriquecimiento de uranio. En ambos casos, lo hace obviamente con el propósito de volver a producir combustible apto para bombas nucleares. Además, como si no existieran límites de ningún tipo a sus ambiciones nacionales, Corea del Norte ha realizado recientemente un nuevo ensayo atómico subterráneo contrariando el derecho internacional y ha lanzado satélites espías al espacio, en este caso, con suerte variada.
Pese a todo, como aparentemente Corea del Norte aún no cuenta con bombas nucleares lo suficientemente pequeñas como para ser alojadas en las cabezas de sus misiles, más allá de sus amenazas grandilocuentes, el peligro más inmediato parecería ser generado por sus misiles de corto y mediano alcance respecto de la seguridad de sus vecinos más inmediatos: Corea del Sur y Japón. También podría atacar las bases militares norteamericanas en ambos países y, quizás, algunas otras relativamente cercanas, como la emplazada en la isla de Guam. Según las palabras de los voceros militares del régimen norcoreano, “hoy o mañana” podría estallar una conflagración nuclear.
La decisión final parecería estar en manos de un joven arrogante e inexperto, el nuevo líder, Kim Jong-un, quien podría estar siendo manipulado por la poderosa y poco transparente elite militar. Hay asimismo quienes creen que Corea del Norte sólo está probando cuán efectiva es hoy su capacidad de intimidación, o midiendo cuál es su cuota real de poder en la comunidad internacional, si es que esa cuota existe, con el propósito de negociar directamente con los Estados Unidos.
Ante esta alarmante realidad, Washington ha ratificado que defenderá a Corea del Sur si ésta fuera atacada, y ha instalado radares y defensas especiales en Japón, alta mar y en la base de Guam, en el Pacífico, mientras se prepara para hacer algo similar en Alaska.
Ocurre que el peligro norcoreano es “real y grave”, como acaba de asegurar el propio secretario de Defensa norteamericano, Chuck Hagel, especialmente porque el tiránico y hermético régimen norcoreano tiene un perfil de ribetes paranoicos. Por ello, se siente obsesivamente amenazado por supuestas amenazas externas e implanta el temor en la mente de su pueblo, al que exige obediencia ciega. Esa paranoia alimenta no sólo delirios de grandeza, sino manías persecutorias y un militarismo extremo.
El régimen parece temer todo lo que luzca como capaz de impulsar una eventual reunificación de la península coreana. De allí que haya decidido, lastimándose a sí mismo, cerrar la zona franca de Kaesong, donde existe un proyecto industrial conjunto de las dos Coreas. El medio millar de trabajadores surcoreanos que allí trabaja ha sido físicamente impedido de seguir haciéndolo por primera vez desde 2009. En la zona hay instaladas unas 120 empresas surcoreanas de primera línea con tecnología de última generación que dan empleo a unos 53.000 trabajadores norcoreanos y producen mercaderías por valor de 500 millones de dólares anuales. Esas firmas exportan por valor de unos 100 millones de dólares anuales, monto que Corea del Norte percibe en moneda dura.
Pese a todo esto, los observadores apuestan a que el complejo de Kaesong no permanecerá cerrado. Pero, en rigor, nadie lo puede asegurar, ante la total imprevisibilidad que caracteriza al régimen norcoreano y torna posible hasta la peor y más espeluznante de las pesadillas.
LA NACION