“Escribir trae felicidad y salvación porque te libera de los fantasmas”

“Escribir trae felicidad y salvación porque te libera de los fantasmas”

Por Ivana Romero
Sentada debajo de un paraíso, Alejandra Laurencich habla y fuma Gitanes. Es una mañana quieta en su jardín, con dos bicicletas recostadas contra el árbol y su perra de tres colores, Brit, que de vez en cuando reclama cariño mientras salta sobre el césped. En cierto momento, cuando la conversación deriva hacia los años de la dictadura, Alejandra se sobresalta y murmura: “Yo no quiero que eso vuelva a pasar nunca.” Ni ella ni la cronista saben, aún, que en el Neuropsiquiátrico Borda se acaba de desatar una represión cuyas balas de goma impactan en el presente por su parecido salvaje, brutal, con el pasado.
Los personajes de Lo que dicen cuando callan (mujeres, en su mayoría) también advierten cuando algo anda mal aunque no sepan de qué se trata. Pero el lector sí sabe, sí vislumbra los fantasmas, las obsesiones, los enigmas, tejidos con sabiduría en el espacio de silencio que se abre entre línea y línea. El libro –que se presentó ayer en la Feria del Libro porteña, editado por Alfaguara– reúne dos trabajos previos: los relatos de Coronadas de gloria (publicado originalmente en 2002, que obtuvo el tercer premio del Fondo Nacional de las Artes) y de Historias de mujeres oscuras (publicado por primera vez en 2007, que obtuvo el Segundo Premio Municipal en 2011). A ellos se suma un cuerpo de nueve cuentos inéditos que da título al volumen.
Antes de ser escritora, Laurencich –nacida en 1963– fue el mejor promedio de la Escuela de Arte Prilidiano Pueyrredón. Además estudió cine durante un par de años y así devino guionista. “Yo escribía todo el tiempo, pero no pensé que lo que hacía pudiera transformarse en un oficio. Por eso al principio busqué otros”, cuenta. Sin embargo, una enumeración de recuerdos da cuenta de que la escritura siempre había estado ahí: los papeles sueltos (donde volcaba sus percepciones infantiles, por ejemplo, las vacaciones en Mar del Plata en casa de su abuela eslovena), el cuento del señor fusilado por querer ver un amanecer (escrito en 1976), un puñado gigante de poemas, como el que habla de mares helados y metrallas mucho antes de que la Guerra de Malvinas fuera cierta. Y también una novela cuyo germen estuvo en las charlas secretas que tenían con su hermana gemela sobre Luis Alberto Spinetta. “Lo adorábamos. Era la época de Pescado Rabioso, de Almendra. Así que cada noche una decía: ‘Tengo una parte’, y empezaba a contar. Todo era muy libre: un día Luis tenía un padre militar, al otro uno empresario, se vestía así o asá…” Alejandra reinventó la historia, la estructuró, la escribió. Ana María Shua llegó a leer la versión final y alabó la desmesura de la joven narradora de 24 años, que había escrito casi mil páginas. Ese trabajo sigue inédito. Su primera novela publicada fue Vete de mí (Norma, 2009).
En los noventa, Alejandra empezó a participar del taller de Liliana Heker y ahí se quedó casi diez años. Ahora, ella dirige sus propios talleres y es directora editorial de la revista literaria La Balandra.
–El libro se abre con “Felicidad”, un cuento sobre los padecimientos de un niñito y lo que piensa su madre en un taxi mientras va a cuidarlo. Y casi se cierra con “La decisión”, que habla del vínculo entre una hija y su padre moribundo. Al primero lo escribiste en 1993 y al otro, hace poco. Los dos transcurren en hospitales y son, de algún modo, el inicio y el fin de etapas vitales.
–Pasa que en los hospitales la vida y la muerte están muy ligadas. Mi mamá era adicta al sanatorio y nos llevaba seguido. Era como nuestro segundo hogar. Así que desde chica, yo vi los manejos de poder, la postración de los pacientes, el modo en que ciertos médicos se ponen en el lugar de semidioses… Es como una lente de aumento puesta sobre el ser humano. Y los cuentos que escribo se ocupan de mirar con esa lente. Muchos ocurren en lugares cerrados o domésticos como los colectivos, los patios, las cocinas… Pero enfocar los pensamientos de las mujeres que están ahí es como replegar el mundo, contenerlo en el cuento y que se despliegue nuevamente a través del pequeño universo de cada protagonista. Lo que piensa, sí, pero también detalles de la época donde vive, lo que ella va diciendo aunque no lo diga.
–Si hablamos de épocas, “Bajo un cielo de invierno” se refiere a una señora que espera el mail de su hija que vive lejos. La tecnología, para ella, es un mundo fuera de sintonía.
–Dicen que la tecnología acerca. Si tenés una hija en Alemania, como ese personaje, podés tener sus mails a diario. Pero eso implica reaprender a comunicarse. Y para la señora, eso se traduce en una distancia que es enorme. Ahora mis hijos, de 18 y 26 años, resuelven todo con una pantalla. Pero para la mujer de “Bajo un cielo…”, la pantalla la enfrenta a un mundo que es soledad absoluta.
–¿Qué sentís al ver tus cuentos reunidos en un volumen que, si nos ponemos a pensar, te llevó como 20 años de escritura?
–(Piensa). Nada. (Se ríe). Te juro. Esos cuentos muestran un estado de situación de lo mejor que podía escribir en el momento en que fueron publicados. Ahora estoy en otra cosa. Estoy escribiendo una nueva novela, la continuación de Vete de mí, y trabajo en la terminación de otra. Estoy mucho más atenta a lo que estoy haciendo que a lo que hice.
–Las mujeres de tus relatos se parecen a las del pintor Johannes Vermeer, que las enfoca en medio de sus asuntos domésticos y las baña con luz tenue. ¿Influye en tu escritura el hecho de haber estudiado arte?
–Todo lo que tiene que ver con el arte, modifica. Esos climas que se instalan en una pintura son ventanas abiertas: lo que te propone el artista conecta con la subjetividad propia. Punto, línea, plano, color… son diferentes herramientas que las de la literatura. Pero cuando escribimos, también le proponemos al lector abrir una ventana, establecer un encuentro entre la mirada de quien escribe y de quien lee. Y el lector puede sumergirse o no, sentir rechazo o no, dejar que las vivencias ajenas se encuentren con las propias.
–¿Para qué escribís?
–Para salvarme. Me siento muy mal si no escribo. Escribir trae felicidad y salvación porque te libera de los fantasmas, de las ideas más negras. Ese es el lugar de la literatura en mi vida. Si no escribo ¿para qué vine a este mundo?
TIEMPO ARGENTINO