Entre la propaganda y el estigma de Gorbachov

Entre la propaganda y el estigma de Gorbachov

Por Alberto López Girondo
Los conocedores del cine recuerdan a Terry Jones como el director de los filmes del grupo británico Monty Python. Entre ellos figuran joyas como La vida de Brian y El sentido de la vida, las dos últimas. En todas se destaca el conocimiento que el galés –y en general del grupo humorístico británico, – tienen de la historia de Occidente. No por nada Monty -formado por alumnos de Oxford que se conocieron haciendo teatro en los tiempos libres- es todavía hoy, a 40 años de su paso por la BBC, una referencia de lo que se puede hacer apelando al humor inteligente pero también extremada y sutilmente culto. ¡Cuántos sketches ingeniosos de “creadores” actuales nacieron en aquellos 45 brillantes episodios emitidos entre 1969 y 1974!
En el año 2006, Jones, que ya había dado muestras de su erudición en el mundo antiguo en libros y documentales, hizo una serie de cuatro capítulos sobre los Bárbaros, o más bien, sobre esos pueblos a los que los romanos genéricamente llamaban bárbaros. La serie, producida, como no, por la BBC, todavía puede verse en el canal Encuentro y es altamente recomendable para entender muchas cuestiones que ahora se debaten en torno a la designación de un papa nacido en Latinoamérica, territorio bárbaro si los hay para la concepción eurocéntrica que domina en las sedes del poder mundial y las cabezas de las oligarquías vernáculas.
Entre los bárbaros del imperio romano figuran los pueblos celtas, los godos, los sasánidas, los hunos y los vándalos. Es interesante el capítulo que Jones tituló “El fin del mundo”, curiosamente, como la frase que usó Jorge Bergoglio para explicar de dónde es originario. Allí, el documentalista une el nacimiento de Atila con el de Genserico. Para el imaginario del buen y fácil pensamiento, un fiero conquistador venido de la lejana Asia con ansias destructivas el huno, y una suerte de hooligan nacido en la “atrasada” geografía húngara del siglo V el otro. Pero que en la reconstrucción que hace Jones resultan ser tipos bastante más racionales y compasivos de lo que los retrata la propaganda romana, la mejor herramienta con que contó el imperio para prevalecer, destaca el ex Monty Python.
Jones los junta porque más o menos para la misma época -452 y 455 respectivamente- llegaron hasta las puertas de Roma, una ciudad venida a menos por la lenta declinación del imperio, y cada uno a su manera la devastó luego de que el emperador huyera como un Sobremonte de las postrimerías de la edad Antigua. Pero no se quedaron con sus tropas en la ciudad que todavía era el centro imaginario del mundo. ¿Por qué, si eran tan primitivos no la destruyeron totalmente y cubrieron sus ruinas con sal, como los romanos habían hecho en Cartago 147 años antes del nacimiento de Jesucristo? Una de las razones es porque no eran tan bárbaros como los pintaban, arriesga Jones. La otra es que el Papa León-que rigió los destinos de la Iglesia entre el año 440 y el 461- los convenció de alguna manera hasta ahora misteriosa de que se fueran. El dato que Jones no deja de resaltar en el documental es que ese hecho demostró que ya en Roma no mandaban los emperadores sino que el poder real estaba en manos de la Iglesia. Por ese hecho y algunos más, León fue llamado El Magno. Es, en cierto modo, el que concretó el sueño de los primeros cristianos, de ser la religión del imperio para extenderse luego sobre el mundo. Habían pasado de ser perseguidos a convertirse en los árbitros de la civilización construida por ese pequeño pero ambicioso pueblo de la península itálica que debió aprender a navegar para adueñarse del Mediterráneo y alrededores. Eran ahora los cristianos un verdadero imperio asentado en las fauces del otro, más terrenal y decadente, el romano.
Este detalle es uno más en la profusa historia de la Iglesia Católica Romana, que no por nada es dos veces milenaria. Es la institución más antigua de Europa y ese es un dato que convendría tener en cuenta antes de cualquier análisis sobre lo que implica la designación de Bergoglio como el número 266 en ocupar el trono de Pedro. Porque es obvio que los cardenales que lo eligieron tienen detrás de sí esos dos milenios y no las miserias de la derecha argentina o latinoamericana ante su pérdida de influencia actual.
Ya en los 60, la región había mostrado el rumbo que le quería dar a la Iglesia en el Concilio Vaticano II. Y 50 años, para la historia de la Iglesia, se comprenderá que es menos que un suspiro. ¿Volverá Bergoglio sobre esos pasos que quisieron clausurar bajo mantos de sal Juan Pablo II y Benedicto XVI? ¿Querrá hacer un giro copernicano?
Grandes sectores de la izquierda latinoamericana pero también de la derecha con sede en Miami leyeron que Francisco venía a pelear palmo a palmo con los gobiernos populares con un objetivo de liquidación de un proyecto de integración. Amparado este pensamiento en el rol que cumplió el polaco Wojtyla con la Unión Soviética desde 1978. La pregunta sería ¿puede hacerse algo así hoy, en medio de escándalos financieros y sexuales como los que tiene la Iglesia en una Europa que se desmorona lentamente?
Da en el clavo el politólogo Atilio Borón cuando sostiene que en la región existen “procesos que cuentan con un enorme apoyo popular que ni remotamente existía allá (en la URSS)”, y agrega que “la ´revolución de terciopelo´ de Checoslovaquia nada tiene que ver con la Revolución Bolivariana de Venezuela, Evo Morales no es Lech Walesa, y Correa no es Ceaucescu”.
Es interesante reparar en el análisis que hace el suizo Hans Küng, un teólogo de 85 años que en aquel Concilio participó al lado de Ratzinger y que ahora argumenta que Bergoglio más bien intentará hacer como Gorbachov en los últimos días de la URSS, esto es, “propiciará reformas, hará una glasnost (apertura)”, pero no mucho más. Para lo cual recuerda que Mijail Gorbachov, el último líder soviético “no hizo una revolución, sino que introdujo reformas que corrigieron los errores que había antes. Lo mismo espero de Bergoglio, aun cuando no haga una revolución. Para no dividir la Iglesia, él empezará a introducir reformas.”
¿Qué tipo de reformas? Habrá que ver.Por estos días circulan versiones sobre la posición “amistosa” que el nuevo papa habría manifestado en la intimidad durante su arzobispado porteño para aceptar sino el matrimonio igualitario, al menos la unión civil entre personas del mismo sexo. Pero también deberá tener en cuenta –para no abundar en las cuentas del banco Vaticano o las denuncias de abusos sexuales- los problemas que aquejan a la “militancia” eclesiástica en torno del celibato. Que para los más conservadores resulta ser un tema eterno del cristianismo olvidando que en dos milenios hubo de todo, incluso papas que fueron hijos de papas, o casos como el de los Borgia, Lucrecia y César, hijos de Alejandro VI, el maquiavélico pontífice nacido en Valencia en 1431 bajo el nombre de Rodrigo Llançol y Borja.
Francisco recibió en una extensa audiencia el lunes a Cristina Fernández y ayer a Dilma Rousseff. Es evidente que hace medio siglo El Vaticano mira a América Latina como el reservorio más numeroso de católicos. Ya entonces la curia romana había percibido que el centro de gravedad del mundo se estaba inclinando hacia otros confines. El conservadurismo eclesiástico se unió al imperio estadounidense para intentar cortar de cuajo con esa posibilidad desde los 70. Ahora, tal vez, haya llegado la hora de cambiar de política y quién sabe, alguna vez el Vaticano se mude a territorios bárbaros ubicables en el Fin del Mundo.
Mientras tanto conviene no comprar el discurso de la propaganda, que como sugiere Terry Jones, convierte a santos en demonios y a réprobos en venerables, y no creerse que estos procesos democráticos están prendidos de alfileres. Porque la tarea de Francisco, por fuerza, deberá ser algo más que marketing y buenas intenciones si no quiere que el Vaticano termine como la Unión Soviética.
TIEMPO ARGENTINO