Antes de la muerte de Perón, EE UU ya había dado su respaldo a los militares

Antes de la muerte de Perón, EE UU ya había dado su respaldo a los militares

Por Gerardo Aranguren y Javier Borelli
Desde noviembre de 1973, ocho meses antes de la muerte de Juan Domingo Perón, la Cancillería estadounidense ya recomendaba estrechar vínculos con las Fuerzas Armadas ante una eventual sucesión del presidente argentino. Así lo asegura un documento secreto divulgado por la organización Wikileaks.
Los cables de la diplomacia estadounidense develan el apoyo de Washington a la dictadura militar que se instaló en 1976, a la que consideraba la mejor opción ante “el clima de incertidumbre que amenaza a sus intereses en el país”.
Elaborado en el Departamento de Estado días después de que se conociera que Perón había tenido que ser atendido de urgencia a raíz de un edema pulmonar, el documento recomendaba: “Debemos esforzarnos por mantener un estrecho vínculo con los líderes militares clave en tanto representan una de las pocas alternativas institucionales viables a los peronistas.”
La complicación en el estado de salud del presidente había puesto en alerta al servicio exterior estadounidense que encontraba en Argentina a una “nación importante para la formulación e implementación de políticas hacia Latinoamérica”.
El primero en reaccionar ante el cuadro de Perón había sido el embajador de Estados Unidos en Argentina, Robert Hill, quien el 21 de noviembre de 1973 redactó un cable “confidencial” al Departamento de Estado titulado “El serio estado de salud de Perón y sus posibles efectos”. Allí, señalaba que “aun si Perón se recupera, esta recaída en su estado de salud deja una nube sobre el futuro de su administración”. También agregaba que, en caso de morir el líder, los militares quizá debieran tomar el control como “medida preventiva” a pesar de su “reticencia a asumir el gobierno de manera directa”.
Henry Kissinger, nombrado al frente del Servicio Exterior estadounidense apenas dos meses antes, encargó la elaboración de un “documento de contingencia” para circular entre las distintas agencias del país norteamericano en el que se planteaban los posibles escenarios ante la muerte del líder peronista y recomendaba líneas de acción. Recién envió el material al embajador en Argentina el 2 de julio del año siguiente, mientras en las calles el pueblo despedía al fundador del Partido Justicialista.
El documento enfatizaba que “cualquier intervención en casi cualquier aspecto de la política interior de la Argentina requiere que Estados Unidos actúe con la mayor discreción y sensibilidad”. En especial, remarcaba la importancia de no quedar “identificado” con las actividades represivas para “suprimir la subversión”, para lo cual “el gobierno argentino (…) está formando unidades especiales de policías, personas del movimiento obrero y posiblemente de las Fuerzas Armadas a las que les dará libre acción”. Además, concluía que “cualquier vínculo, no importa cuán tenue sea, de Estados Unidos con estas organizaciones casi legales puede traer serias repercusiones”.
Ante la muerte de Perón, el escenario más probable, según el Departamento de Estado, era que María Estela Martínez lo sucediera. De todos modos, anticipaban que le sería muy difícil controlar “las fuerzas centrífugas” que su esposo manejaba y podía ser posible que se produjera una escalada de la violencia. Ante ello, suponían que los militares “ganarían influencia detrás de escena” y “podrían realizar arrestos preventivos para evitar los problemas”. Es en ese marco que se sugiere “mantener contacto cercano con líderes militares clave en tanto son representantes de una de las pocas alternativas institucionales viables a los peronistas”.
El 8 de julio del ’74, el embajador Hill responde que comparte el análisis del Departamento de Estado y hace unas pequeñas aclaraciones. Entre ellas, pone en duda la capacidad de Isabelita de ocupar la presidencia.
En los meses subsiguientes, el representante estadounidense en Buenos Aires siguió la política de acercamiento a las Fuerzas Armadas, un hecho que queda de manifiesto en la creciente alusión a fuentes militares sin identificar en los cables intercambiados entre la delegación local y el Departamento de Estado. Para octubre de 1975, casi dos años después de aquella primera especulación, el análisis no había cambiado pero la posibilidad de un golpe se veía más próxima. Un cable titulado “La señora Perón no sigue el guión” así lo prueba. “La señora Perón está tratando de manejar el poder por sí misma y ha puesto a un lado a su asesor y al ministro del Interior Robledo. Si esto continúa, los militares deberán organizar una movida contra ella antes de fin de año”, aventuraba.
El 18 de diciembre de ese año, Hill agregaba que “varios contactos militares que antes habían restado importancia a la posibilidad de un golpe” ahora lo veían como algo “inevitable”. Sobre la fecha, precisaba que “la mayoría de los observadores esperan que los militares actúen antes de marzo”. Si eso sucede, preveía, los uniformados “pueden tener que usar la fuerza” para controlar a la “extrema izquierda”.
Ante un golpe de Estado que consideraba inminente, Hill aprovechó sus contactos con los distintos actores políticos para conocer sus posiciones. Entre los cables de la embajada del período diciembre 1975 y marzo de 1976, representantes de los principales partidos, el movimiento obrero y la Iglesia pasearon por la sede diplomática, expresando su opinión y hasta dando su apoyo ante la eventualidad de un golpe (ver aparte).
El 21 de febrero de 1976, un cable firmado por Hill informó de un encuentro con el titular de la Fuerza Aérea, Orlando Agosti, en el que este le preguntó por la postura de su país sobre la situación argentina. Allí, capciosamente, el embajador respondió que entendía que en Estados Unidos se compartía la línea planteada por Jorge Rafael Videla acerca de que “sólo la intervención militar podría manejar los problemas del país” y que, si eso sucediera, la política de su gobierno para reconocer a otros se basaba en “el efectivo ejercicio del poder y la asunción de las obligaciones internacionales”.
La prueba de que Estados Unidos acompañaba la decisión militar quedó rubricada en un cable del 21 de abril de 1976, horas después de que el embajador asistiera a la Casa Rosada junto a sus pares de otros países para un encuentro formal con los integrantes de la Junta Militar. En ese documento, Hill destacó que Agosti se refirió a su encuentro previo de manera muy “jovial” y que, cuando se estaba retirando, Videla lo llamó aparte y le dijo: “Quiero agradecerle a usted y a su embajada por su comportamiento.”
TIEMPO ARGENTINO