Fuerte llamado del papa Francisco a mejorar el diálogo interreligioso

Fuerte llamado del papa Francisco a mejorar el diálogo interreligioso

Por Elisabetta Piqué
Pasó una semana del “habemus papam” que sorprendió al mundo con el primer papa latinoamericano y Jorge Bergoglio sigue definiendo las líneas de su flamante pontificado . Si ya dejó en claro que su papado apunta a ser de servicio a los postergados -invitó a los pobres a la misa del Jueves Santo-, ayer Francisco agregó a su programa de gobierno otros objetivos clave.
“Mantener viva en el mundo la sed de absoluto” para que el hombre no quede reducido a lo que produce y consume; seguir adelante en el camino del diálogo ecuménico para que pueda alcanzarse la unidad de los cristianos; promoción de la amistad con las demás religiones; defender la dignidad del ser humano.
Hoy, en efecto, y para poner fin a las voces que cuestionan su actitud durante la dictadura, el Papa recibirá en audiencia al premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, voz que se levantó en los últimos días para defenderlo de viejas acusaciones.
Al recibir en la espectacular Sala Clementina a representantes de 33 confesiones cristianas (anglicanos, luteranos, metodistas, ortodoxos) y de las comunidades judía y musulmana y de otras religiones que habían asistido anteayer a su ceremonia de asunción, Francisco habló, una vez más, de manera clara y directa.
“La Iglesia Católica es consciente de la importancia que tiene la promoción de la amistad y el respeto entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas”, dijo. La Iglesia “también es consciente de la responsabilidad que todos tenemos con nuestro mundo, con la creación entera que debemos amar y custodiar”, siguió.
“Y podemos hacer mucho por el bien de los que son más pobres, de los más débiles, de los que sufren, para promover la justicia, para promover la reconciliación, para construir la paz”, remarcó.
Francisco, el papa del fin del mundo, hablaba así en un marco espectacular: el de los mármoles de la Sala Clementina del Palacio Apostólico, donde se veían kipás judíos, takiyahs musulmanes, capuchas armenias y vestimentas budistas, en un mosaico de creencias. En otra señal de un papado distinto, reformador, sin pompa, Francisco no estaba sentado en un trono, sino en un sillón colocado al mismo nivel que sus invitados. Todo un mensaje.
Francisco, comprometido con su nombre con los marginados del mundo, hizo saber que tiene otra gran preocupación. “Por encima de todo, debemos mantener viva en el mundo la sed de absoluto, no permitiendo que prevalezca una visión de la persona humana unidimensional según la cual el hombre se reduce a lo que produce y lo que consume”, sentenció.
“Es ésta una de las trampas más peligrosas de nuestro tiempo”, advirtió. Era la primera vez que Francisco, que todo el mundo sabe que caminó y conoce muy bien las villas miseria del sur del mundo y de su ciudad, Buenos Aires, hablaba del hombre atrapado en el consumismo y el materialismo.
“Sabemos cuánta violencia ha desencadenado en la historia reciente el intento de eliminar a Dios y a lo divino del horizonte de la humanidad”, continuó. “Y advertimos el valor de dar testimonio en nuestras sociedades de la apertura originaria a la trascendencia que está grabada en el corazón del ser humano”, agregó.
“En esto, sentimos cerca también a todos aquellos hombres y mujeres que, sin reconocerse en tradición religiosa alguna, se sienten, sin embargo, en busca de la verdad, de la bondad y de la belleza; esta verdad, bondad y belleza de Dios, y que son nuestros aliados preciosos en el compromiso para defender la dignidad del ser humano, en la construcción de una convivencia pacífica entre los pueblos y en la custodia amorosa de la creación”, concluyó.
Clarísimas, las palabras del papa argentino desataron un fuerte aplauso. En la Sala Clementina reinaba un clima de gran armonía y esperanza. Entre cristianos de otras confesiones, de seguir avanzando hacia la unidad después del cisma que en 1054 separó la Iglesia de Oriente y de Occidente. Y entre los judíos y musulmanes, de superar definitivamente las tensiones habidas durante el pontificado de Benedicto XVI, papa emérito.
Nadie olvida, de hecho, la crisis con el mundo musulmán que se desató a fines de 2006 después de una clase magistral de Joseph Ratzinger en Ratisbona, que ofendió a los seguidores de Mahoma. Ni los cortocircuitos con la comunidad judía luego del levantamiento de la excomunión a un lefebvrista que había negado el Holocausto y de la liberalización de la misa en latín. La esperanza por un futuro de mejor diálogo entre los cristianos e interreligioso podía palparse a la hora de los saludos.
Como anteayer, de pie por más de media hora, sonriente, Francisco saludó, uno por uno, a los asistentes a la audiencia, que le obsequiaron dones de todo tipo: íconos, cálices, cuadros, etcétera.
Francisco saludó al rabino Sergio Bergman y al presidente de la DAIA, Julio Schlosser, con quien se fundió en un abrazo fraterno, en un reflejo de las óptimas relaciones que siempre tuvo el cardenal Bergoglio no sólo con la comunidad judía, sino también con las demás religiones.
Al margen de este encuentro, el Papa tuvo una agenda de lo más cargada. Recibió en audiencia a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff (ver Pág. 6). Además, por separado, estuvo en la biblioteca privada con Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla, y con el metropolita Hilarion, del Patriarcado de Moscú. También recibió al argentino Claudio Epelman, líder del Congreso Judío Latinoamericano.
Bartolomé I, que se convirtió en el primer patriarca de Constantinopla en estar presente en una misa de inicio de pontificado desde 1054, tuvo palabras de elogio hacia Francisco. A su vez, el papa argentino sorprendió al llamarlo públicamente “mi hermano Andrés”, porque los patriarcas de Constantinopla son considerados los sucesores del apóstol Andrés, el hermano de Pedro.
LA NACION