Una palomita dentro de un cuento

Una palomita dentro de un cuento

Por: Malva Marani
Ocurrió el 19 de diciembre de 1971. Aldo Pedro Poy se lanzó de cabeza para darle a Central el gol que lo clasificó contra Newell’s en la semi del Nacional de ese año, del que sería campeón. El testazo histórico que el Negro Fontanarrosa inmortalizó en un texto imperdible.
Sí, lo leí. Y todavía la gente me pregunta en la calle si fue un cuento o pasó en la realidad”, confiesa él, autor de una imagen inolvidable del fútbol argentino. Lo confiesa quien se convirtió en la musa de una de las mejores obras literarias que versan sobre la pelota.
Sucedió. Es real. Si cualquiera dice 19 de diciembre de 1971, ya todo el mundo sabrá de qué se está hablando. Significa que hubo alguien que voló. Que es el mismo que habla. Aldo Pedro Poy fue el que voló, aquella tarde gris, en el Monumental, para estampar una palomita que quedaría marcada a fuego en la historia de Rosario Central. Y del rival, Newell’s Old Boys. Pero Roberto Fontanarrosa también voló, para dejar cristalizada en el aire futbolero la leyenda de un viejo Canalla y de uno de los clásicos rosarinos más recordados de la historia.
“Hay que entender que no era un partido cualquiera, hermano, era una final-final. Porque si bien era una semifinal… el que ganaba después venía a jugar a Rosario y le rompía el culo a cualquiera”, tira Roberto Fontanarrosa, el Negro, el escritor, el otro protagonista de esta historia.
Y era cierto: no sólo por tratarse de un partido determinante entre dos rivales históricos, sino porque, además, Central venía de caer en la definición del último Nacional. “Estábamos mentalizados en ganar el partido, porque prácticamente nos daba el campeonato y porque nos acordábamos de que, el año anterior, habíamos perdido el título en la final con Boca en esa misma cancha”, le cuenta Poy a El Gráfico Diario, 41 años después de aquella histórica jornada, del 19 de diciembre de 1971, el día indicado, el título del cuento.
El reloj del árbitro marcaba 54 minutos cuando se produjo el milagro. En un estadio colmado de feligreses rosarinos, todos sabían que, quien llegara a la red primero, quedaría en la gloria. “La jugada empezó con un córner desde la izquierda a favor nuestro, que el arquero de ellos tomó con sus manos y salió con un pelotazo al medio que paró Pascuttini. Ahí comenzó una jugada que arrancó por la derecha y de la cual vino el centro, que fue muy fuerte y con poca altura”, cuenta, a ritmo de relator, el hombre que en aquel momento esperaba ese centro adentro del área. “La única forma que tenía de llegar a esa pelota era tirarme de cabeza. Salté en el momento justo y cabeceé muy fuerte”, sentencia Poy, el del histórico vuelo. Pero por más que la aguja de esta historia ya había detenido su marcha en ese segundo, en aquel momento nadie podía saberlo. “(…) Nos cagaron a pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la tenían siempre ellos y ¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Qué si nos empataban nos ganaban, hermano, porque ésa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos de puta!”, relató en su texto inmortal el Negro.
“No se me pasó por la cabeza que podíamos perder el partido, pero el ataque de Newell’s durante los últimos 20 minutos fue constante. Nos llegaron mucho y recuerdo que tuvieron dos chances claras: una que fue abajo, el arquero la sacó y luego pegó en el palo, y otra que tapó cuando le fue al cuerpo. Y si ellos nos hubieran empatado, por el envión anímico, habrían tenido más chances de ganarlo”, concuerda el delantero con el escritor que redobló su protagonismo en una historia que trascurrió dos veces.
Y es curioso, pero en esta coincidencia se explica lo eterno de esta historia futbolera: quienes lo vivieron se emocionaron con la palomita de Poy y quienes no existían se conmueven con las líneas de Fontanarrosa. Será por uno u otro, pero todos, sí, todos, conocen la historia.
“La primera vez que lo leí me encantó, porque además yo lo conocí al Negro: un escritor brillante, que sintetizó, en ese cuento, la capacidad que tenía como escritor”, concede Poy, sobre el mágico humorista rosarino –canalla acérrimo–, fallecido hace cinco años. Y desliza, volviendo al gol: “Fue un hecho que quedó en la historia de Central y de nuestra ciudad. A mí me llena de orgullo que aún sigan recordándolo; fue algo especial: creo que es el único gol que se festeja después de tantos años…” ¿A quién le importa la veracidad del cuento si la historia del gol será siempre una obra de arte?
Que importa si el Negro contó la realidad agregándole ficción. SI cuenta la historia del Viejo Casale, un viejo que jamás había visto perder al Canalla en un clásico, y que por eso hacen las mil y una para que fuera a la cancha, aunque el hombre se rehusara por sufrir del corazón… El resto del relato forma parte de una de las páginas imperdibles de la literatura deportiva argentina.
Ese día, Central formó con Menutti, Jorge González (Daniel Killer), Pascuttini, Fanesi, Mario Killer, Aimar, Landucci, Colman, Bóveda (Bustos), Poy y Gramajo. Para Newell’s jugaron Fenoy, De Rienzo, Jara, Solórzano, Garrido, Silva, Montes, Zanabria, Santamaría, Obberti (Héctor Martínez) y Mendoza. La definición entre los dos equipos rosarinos obligó a que debieran elegir una cancha neutral y por seguridad optaron por trasladarlo a River, que a pesar de la distancia con Rosario, explotó de hinchas.
Es extraño pero en la memoria popular quedó más instalada la victoria Canalla en la semifinal. Pero la cuestión es que con ese 1-0, Rosario Central llegó a la final de ese torneo Nacional de 1971, en que que superó a San Lorenzo por 2-1, para consagrarse campeón por primera vez en su recorrido futbolístico. Y si, por alguna casualidad, alguien se olvidara, siempre estarán, estoicos, como hace 41 años, los locos enamorados de la palomita, que cada aniversario recrean el tanto. A puro grito de gol, renuevan sus sonrisas esos fanáticos Canallas, dignos personajes fontanarrosescos.
Lo hacen en Rosario, lo hacen una vez en cada parte del mundo y en muchas de esas ocasionbes llevaron al mismísimo goleador a repetir su palomita por el planeta. Ellos mismos son los que consagran ese episodio como el Gol más festejado del mundo. El gol al que Poy puso la cabeza y el Negro le puso la firma.
EL GRAFICO