El último secreto de Perón

El último secreto de Perón

Por Luisa Valenzuela
Alguna vez dije que a la novela se la busca, en cambio el cuento te encuentra. Pero siempre hay lugar para contradecirse, o darse de bruces con cualquier afirmación terminante. Porque esta nueva novela me encontró y me tomó por asalto, a mí que había renunciado a la escritura de largo aliento y viajé a Cerdeña en febrero de este año con el propósito de investigar para un futuro libro sobre máscaras y carnavales. Pero allí me esperaba, agazapada, la historia insoslayable. Porque al llegar a la región conocida como la Barbagia di Ollolai, en Mamoiada, pueblo montañoso de unos 2500 habitantes, me esperaba la gran sorpresa: el presidente de una de las dos asociaciones de Mamuthònes e Issohadores, las máscaras más representativas de la isla, me reveló con total seguridad que Juan Domingo Perón había nacido allí. Se trataría de un emigrante sardo de principios del siglo XX que, en el más absoluto secreto, logró convertirse en otro. Lo tomé como una gran quimera, pero después empezaron a llover los datos, y en el hostal de Mamoiada llamado Sa Rosada, es decir La Rosada en honor a nuestra casa de gobierno, me presentaron pruebas: los numerosos libros publicados al respecto por distinguidos intelectuales locales y hasta los dos artículos firmados por Nino Tola que aparecieron en el periódico L’Unione Sarda en 1951. El tema empezó a fascinarme, a qué negarlo, más cuando vi las máscaras de los mamuthònes que sorprendentemente tienen una reminiscencia del perfil del General, y supe que estaban talladas en la madera del pero selvatico , el peral silvestre. Me dije sí, pero? y pero es una conjunción adversativa que entre otras lindezas expresa que lo dicho por la oración a la que afecta impide o contrarresta lo que dice la oración principal. Por lo cual ya no tuve escapatoria y decidí internarme en esa ” selva selvaggia “, como diría el Dante, y zarpar en busca de la posible novela.
Regresé a Buenos Aires con un sobrepeso de libros: los de Grazia Deledda, oriunda de esa región, volúmenes sobre los carnavales de la Barbagia, sobre mitología, historia y tradiciones sardas, y hasta su música. Acá me esperaban las biografías autorizadas de Perón que firma Pavón Pereyra, y otras biografías más libres: Juancito Sosa, el indio que cambió la Historia , de Hipólito Barreiro y La novela de Perón , de Tomás Eloy Martínez. Y rodeada por todo este material me sumí, voraz, en la lectura.
Mucha información y muy poco argumento, entendí. Y las numerosas contradicciones en la vida de Perón. ¿Dónde nació, en Lobos o en General Bermúdez o en ninguno de esos dos lados? ¿Y en qué fecha, en 1893 o 1895? ¿Y cuántos años estuvo en el Colegio Militar, y desde cuándo? Él mismo se encargó de embarrar las huellas y estaba orgulloso de ello: “Como si hubiese jugado al destino en una mágica apuesta, logré conservar hasta hoy el origen de mi nacimiento como un profundo secreto”, le dijo a Pavón Pereyra, frase que los sardos citan profusamente (y en una carta a su prima Mecha mencionó su “brumoso pasado”). Por lo tanto, ¿no podía yo, novelista al fin, aportar mi granito de arena para la alimentación del mito?
Sin quitarle su condición de mito, sin dar la sardidad por descontada ni darla por mentira, porque la literatura no cancela, abre puertas. El tema era delicado: de haber sido italiano, Perón jamás habría podido ingresar en el Colegio Militar, y menos convertirse en presidente de la República. La Constitución lo prohibía. Motivo por el cual los sardos alegan que el cambio de persona debió realizarse en el mayor secreto.
Me sorprendió corroborar que algo tan pintoresco como la idea de un Perón nacido en la diminuta y distante Mamoiada se haya mantenido siempre en silencio por estas costas. Del tema se sigue hablando en Italia, ¿cómo nunca trascendió al dominio público argentino, aun para tomarlo a risa? Me tentó pensar en la acción subrepticia de los servicios secretos argentinos liderados por el Brujo, como acusan los sardos. Pero ¿acaso estuvo López Rega, el innoble Lopecito, siempre allí? Creía que no pero descubrí que sí. Desde 1949 “por mandato divino” el cabo de policía José López Rega fue custodio del Palacio Unzué, la residencia presidencial. Atando cabos entendí que el tal “mandato divino” debió provenir de la adivina y curandera Victoria Montero, maestra de López Rega en asuntos de esoterismo y consejera ocasional de Evita.
De alguna forma todo empezaba a cuadrar, ¿entonces qué? Entonces, gracias a cierta confidencia que años atrás me hizo el doctor Cámpora durante su asilo en la embajada de México, entendí que el Brujo debió sentir un profundo resentimiento contra Perón, quien nunca le reconoció el puesto de poder al que él aspiraba. De ahí en más la trama se fue armando sola. Tras infructuosos intentos, encontré dónde y cuándo establecer la acción. El lugar: el llamado “Claustro” de la Quinta 17 de Octubre en Madrid, un saloncito al pie de la bohardilla-altar donde yacía el sarcófago de Evita. El tiempo: unos días antes del regreso definitivo de Perón a la Argentina, es decir, en 1973. Justo el 16 de junio, fecha de triste memoria para el General, un momento en que se sentiría por demás vulnerable. Vulnerable a los tejemanejes del Brujo que lo guiará y conminará, a lo largo del presente de la novela, a que rememore y reviva su infancia sarda: “Usted es trino, mi General”, le dirá en tono de confidencia.
Trino porque en usted hay tres como la Santísima Trinidad, pero ninguno de ellos es hijo o padre o espíritu santo. Son todos usted, mi General. Usted es Juancito Sosa y es Juan Perón por supuesto, pero no debemos olvidar que primero y principal usted es Juanne de Mamoiada al que llaman también Juvanne o Juvennu. Usted es la reencarnación del dios Dionisos, el de los múltiples nombres.
Mi principal desafío fue trabajar con libertad usando elementos de la realidad. Suelo sentirme a mis anchas sólo cuando invento. Al personaje de López Rega lo tenía internalizado de alguna manera, mal que me pese, porque a fines de los años 80 escribí una novela titulada Cola de lagartija que cuenta la, digamos, historia secreta del Brujo. Pero aquella había sido una experiencia totalmente distinta y puramente ficcional. La historia fue desencadenada por una pregunta que me formulé, salida de la nada: ¿cómo es posible que un pueblo evolucionado como el nuestro haya podido caer en las garras de un vil brujo?
Para contestarme este tipo de dudas sólo me resta sumirme de cabeza en una novela y empezar a explorar el tema. Lo hice desde lo estrafalario del personaje, su ambición de un poder omnímodo, sus ganas de ser dios. El lenguaje me fue llevando por cavernas profundas y ominosas. Pero en este caso particular, con un protagonista tan destacado y venerado, no era cuestión de entregarse al puro juego. Debía basarme en los textos, y no sólo las biografías o, pongamos por caso, La fuerza es el derecho de las bestias . El libro Astrología esotérica de López Rega me dio verbatim su lenguaje ampuloso y desmedido. Me fueron útiles también los recortes que había ido acumulando durante la época posterior a Cola de lagartija , donde por ejemplo Víctor Bo menciona el juego del chin chun cha recomendado por el General, en el cual las reglas cambian a cada rato y sólo él las conoce. Bellezas como éstas alimentan la literatura. Y también la alimentaron en este caso las tradiciones y supersticiones sardas, para no hablar de sus máscaras, y las tradiciones argentinas. Fue el tramo local de la novela el que más me sorprendió al cobrar una dimensión y profundidad que no tenía prevista. Allí pude pergeñar un cambio de persona con todas las de la ley, absolutamente lógico. Los sardos dicen que cierto emigrante de Mamoiada, quizá Giovanni Piras, llegó a la Argentina en la primera década de 1900 y pudo escalar posiciones de manera inaudita gracias según unos a un matrimonio encumbrado (el hermano de Aurelia Tizón tenía un puesto de nota), o según otros por la bondad de Juana Sosa, apiadada del pobre joven sardo que debía ir a hacer el servicio militar a su país a tal punto que darle una nueva identidad. De una manera u otra el pastor mamoiadino acabó llamándose Juan Domingo Perón y fue otro, excepcional y distinto.
Como novelista me jacto de haber encontrado un hilo narrativo mucho más plausible. Son éstos los milagros de la escritura, cuando nos dejamos llevar por el lenguaje y la imaginación. No lo cuento porque sería delatar el nudo de la trama, pero fueron las tradiciones vivas de esa tierra antiquísima que me inspiraron para trazarle al niño -ungido en un principio chivo expiatorio de su pueblo, investido de una máscara forzada- un camino de sabiduría que lo habilitó para llegar a ser otro y alcanzar las altas esferas del poder. Su carisma y su capacidad de empatía los fue adquiriendo a lo largo de alegrías y dificultades y de encuentros propiciatorios. Encuentros que pudieron ser aciagos como el que tuvo con el joven Juancito Sosa, o transformativos como con aquella que pasó a ser su madre, doña Juana Sosa de Perón, un personaje que para mi gran sorpresa fue creciendo con el correr de la escritura hasta volverse imponente.
El tramo argentino transcurre en Chubut, donde estaban radicados los Perón, tierra patagónica de rocas y de viento que, como la Barbagia di Ollolai, se presta a los conjuros. Para ese tramo me fueron muy útiles mis vacaciones “gauchescas” en la estancia de los Girondo. Abrevamos en todas las experiencias, las propias, las ajenas, las inventadas, para crear el sólido universo de la ficción.
Pero al pie de la historia propiamente dicha me pareció indispensable redactar una bitácora que destaca los hilos de realidad que se trenzaron con la ficción para oficiar este pase de magia llamado novela.
LA NACION