El verdadero Tanque

El verdadero Tanque

Por Malva Marani
Los libros dicen que, en Argentina, convirtió en oro todo lo que tocó. Y parece haber sido cierto, por más que les caiga mal a quienes alegan su falta de virtuosismo técnico. ¿Y hace falta ser reconocido por eso para ser bueno en el fútbol? En 296 partidos, el Tanque Rojas marcó 142 goles, tomando en cuenta su paso por los clubes argentinos Lanús, River, Gimnasia y Boca y los europeos Celta de Vigo y Betis. Un promedio demoledor que invita a imaginarlo de festejo partido por medio. En una década, la de los años 60, librada a la escasez de eficacia ofensiva, su fuerza, su empuje y sus goles cobran una dimensión aún más importante. Pero si algo tenía este potente demoledor de redes, que pocas veces le ha sido valorado, es su inteligencia: al área entra cualquiera, pero goles hacen algunos pocos. “Yo era fuerte y usaba la cabeza para hacer goles, es cierto; pero, ante todo, pensaba el partido, estudiaba a los rivales y leía lo que pasaba en la cancha”, le contó a El Gráfico, hace unos años.
Si hay algo en lo que Rojas no siguió los consejos de su querida mamá es, precisamente, en su nombre: es Alfredo, pero, si alguien lo llama así por la calle, él, jura, no se dará vuelta. José María Muñoz, relator radial, fue quien lo bautizó como Tanque, volviendo metafóricas sus principales armas adentro del área. Y, hoy, hasta sus hijos lo llaman así…
Lo cierto es que, quienes subestiman el juego de Alfredo Rojas (nacido en Lanús el 20 de febrero de 1937), quizás debieran ponerse a pensar que sólo un Tanque como él pudo ser capaz de remplazar a un gigante del área como Paulo Valentim. Porque, para eso, llegó a Boca en 1965, ni más ni menos: para ocupar el lugar que, en las áreas rivales, había dejado el máximo artillero xeneize de los Superclásicos. Y él, a pleno desgaste físico con las defensas del fútbol argentino pero también a base de lectura de los partidos, no sólo fue un excelente sustituto del brasileño sino que, además, llegó al corazón del hincha de Boca. A fuerza de ir a buscar cada pelota que se daba por perdida, de imponer sus virtuosismo en el juego aéreo de la zona de definición y de aguantar hasta al más robusto defensor, el Tanque forjó su historia de amor con los fanáticos boquenses, que siempre recordarán la histórica ofensiva que formó junto a su “tocayo” Ángel Clemente, con quien hacía una excelente combinación, ya que, a su juego, Rojitas le aportaba habilidad y gambeta. ¿El resultado? El título del ‘65 (del cual fue goleador) y un total de 46 goles. De esos gritos, vale decir, seis fueron ante el máximo rival, porque si de algo sabe Rojas, además de redes, es de clásicos. Y él mismo lo contó hace algunos años: “Estuve en el Superclásico, en Gimnasia con Estudiantes, en Peñarol con Nacional, en Celta frente a La Coruña, en Atlético de Madrid contra el Real, en el Betis frente al Sevilla y en la U. Católica contra la de U. de Chile. Como si fuera poco, Lanús-Banfield. Unos cuantos, pero como Boca-River, imposible…”
Y antes de toda esa tradición de clásicos y de esa historia que consagró al nueve con los colores azul y oro, también hubo un pasado feliz, su debut en Primera, con su querido Lanús. Con el conjunto del Sur debutó en 1956 en un equipo que, si bien no conquistó el título (River lo superó por dos puntos), es recordado como el mejor de aquel año, caracterizado por un excelente y armónico juego. Dos años después, y antes de partir al Celta de Vigo, jugaría su temporada más efectiva, con 22 goles que le abrirían las puertas de otra ilusión: la Selección argentina y el Mundial. El “desastre de Suecia” no tiñó con el mejor recuerdo ese debut con la albiceleste, que significó, además, su único partido mundialista; ya que, si bien viajó a Inglaterra en el ’66, el Toto Lorenzo no lo puso ni un minuto. Al año siguiente, también se quedó con las ganas de celebrar, al perder con Uruguay la final de la Copa América. Sin embargo, y más allá de eso, el delantero se dio el lujo de festejar la Copa de las Naciones 1964.
Quizás, la única excepción que envuelve los éxitos deportivos de su fútbol en Argentina sea su paso por River Plate, a su vuelta de Europa, donde sólo jugó tres partidos en 1961 pero marcó dos goles. Al año siguiente llegaría a Gimnasia y Esgrima de La Plata y tendría un memorable torneo (17 goles en 27 partidos), que dejaría al platense a sólo cinco puntos del título que, finalmente, conquistaría Boca. Tras dos temporadas más en La Plata, nuestro hombre comenzaría la última parte de su historia ligada a la pelota y a las áreas a través de un peregrinaje por Sudamérica. Pasaría por el Peñarol uruguayo y el O’Higgins chileno, hasta llegar por último a la U Católica, también del país trasandino, donde firmaría el final de una gran trayectoria, que debe ser reconocida en la real dimensión que tuvo este enorme delantero.
Lo cierto es que ni al mismo Rojas le preocupan esas acusaciones en contra de su falta de virtuosismo técnico. El Tanque escucha y, simplemente, devuelve una carcajada: “Siempre digo lo mismo cuando me cargan, porque, claro, hice realidad todos los sueños de un pibe. Jugar en Primera, estar en Boca, en dos Mundiales, ganar una Copa de las Naciones y haber actuado en tantos y tantos clásicos internacionales… Entonces me río y digo: ¡Suerte que no sabía jugar a la pelota!”.
TIEMPO ARGENTINO