Malas compañías

Malas compañías

Por Juan Martín Grazide
Casi siempre los triunfadores, cualquiera sea el ramo artístico al que pertenezcan, son muy previsibles a la hora de enumerar sus influencias; y cómo se incrementa ese vicio cuando tratan de elegir a sus ejemplos sociales o
humanistas: la madre Teresa de Calcuta, el Che Guevara o Gandhi son algunos de los iconos que los exitosos, para quedar bien, apuntan entre sus modelos de vida a seguir. Todo lo contrario a cómo procede el genial cineasta John Waters, uno de los creadores más corrosivos que parió la industria norteamericana (muy a pesar suyo). La editorial Caja Negra acaba de publicar “Mis modelos de conducta” en el que Waters, con su propia y exquisita pluma, hace un recuento
sobre las personalidades (famosas e ignotas) que marcaron para siempre su modo de registrar, interpretar y gozar el mundo. El método con el que Waters se acerca sobre sus influencias es muy periodístico: es él mismo el que conversa con cada uno de sus “maestros”; los entrevista y reverencia a la vez. En algunos casos, como Lady Zorro (una cabaretera lesbiana ya fallecida de Baltimore, ciudad norteamericana donde nació el cineasta), se entrevista con los familiares; en otras toma como referencia otras entrevistas que él realizó para distintos medios, como una al músico Little Richards que hizo para Playboy. En el libro se estrenan sus conversaciones con el cantante Johnny Mathis y con Leslie Van Houten (presa por asesinato y ex miembro del clan lunático de Charles Manson); y son de destacar sus encuentros in situ con los pornógrafos amateurs Bobby García y David Hurles, llenas de buenas y delirantes anécdotas. Waters también aprovecha para repasar quiénes son las “luminarias” artísticas que lo acompañaron toda su vida, como los escritores Tennessee Williams (él era “mi amigo de la infancia. Yo anhelaba una mala influencia y Tennessee lo era en el mejor sentido de la palabra: alegre, alarmante, sexualmente confuso y peligrosamente divertido”) y Dentón Welch; y los artistas que viven en su casa (sus obras, se entiende), como Mike Kelley y Cy Twombly. Con un capítulo final cargado del humor que suele ofrecer en sus clásicos stand-up, en el que se propone como líder de un culto revolucionario (“¿vendrían a un peregrinaje espiritual conmigo?” desafía a sus lectores), Waters también se derrite en halagos a la modista Reí Kawakubo (“Me pongo de rodillas ante la destrucción de las reglas de la moda de Reí. Es formidable, solitaria e intimidante”). Un libro altamente recomendable, no sólo para sus seguidores, sino también para quienes quieran comenzar a perturbarse con sus películas y, por qué no, con sus malditas influencias.
REVISTA CIELOS ARGENTINOS