Detrás de esas viejas paredes de colores

Detrás de esas viejas paredes de colores

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Por Ángeles Benedetti
Quien haya tenido el privilegio de caminar por las calles de adoquines del Pelourinho, entre sus fachadas corroídas por el tiempo pero pintadas de vivos colores, sabe -desde ese momento- que se trata de un lugar inolvidable. Debe ser ese contraste, esas grietas que se abren paso en la pintura las que dan cuenta de un pasado muy distinto. Es que la palabra Pelourinho (en español, picota) se refiere a una columna de piedra localizada en el centro de una plaza, donde eran expuestos y castigados los criminales. Sin embargo, en Brasil, y particularmente en este barrio de San Salvador de Bahía, se utilizó con el propósito principal de castigar y torturar a los esclavos durante el período de la colonia. Afortunadamente, cuando la esclavitud fue abolida en el país carioca, en el año 1888, la situación cambió por completo y esta parte de la ciudad comenzó a atraer artistas de todas las disciplinas y a gestar el centro cultural e histórico que se hoy conoce.
El Pelourinho se alza en una plataforma natural de unos 90 metros de altura y 15 kilómetros de largo, en el corazón de una de las ciudades más turísticas de Brasil: San Salvador de Bahía. Entre el año 1500 y comienzos del siglo XX fue un distrito residencial poblado de casonas coloniales características de la arquitectura portuguesa de estilo barroco. Pero a mediados del siglo pasado, la situación económica del país derivó en que, al igual que otras zonas, se convirtiera en un área marginal y descuidada. Recién en la década del ’90, bajo la intervención del Estado y a raíz del nombramiento de la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, el Pelourinho resurgió de sus cenizas. El primer paso fue la revalorización de las fachadas de edificios antiguos, luego se comenzó a fomentar el turismo, atraído principalmente por su arquitectura y sus casas culturales, museos e instituciones relacionadas con la música y las artes.
El recorrido comienza, como sucede casi siempre en los pueblos y barrios, en la plaza principal Largo do Pelourinho, que dista mucho de ser una plaza cuadrada, sino que es más bien una superficie empedrada y alargada, que se extiende calle abajo. Sobre el Largo, se alza la Fundaçao Casa de Jorge Amado, una casona celeste donde vivió el famoso escritor miembro de la Academia Brasileña de Letras y autor de la novela Doña Flor y sus dos maridos. Muy cerca de allí, se vislumbra el Museo de la Ciudad y las torres azules de la iglesia Nossa Señora do Rosario dos Pretos, construida por esclavos y negros libres, que supieron fusionar la religión afrobrasileña conocida como Candomblé con el catolicismo.
Siguiendo por el Largo hasta la calle Alfredo Brito se desemboca en la plaza Terreiro de Jesús, custodiada por la Catedral Basílica de estilo barroco construida por los jesuitas entre 1657 y 1672, que ostenta en su fachada a tres santos de la orden. Esta plaza está conectada con la Plaza da Sé, donde se levanta el monumento a Zumbi de los Palmares, uno de los mayores representantes de la resistencia negra a la esclavitud, que logró escapar y fundar el Quilombo de los Palmares, una comunidad autosustentable conformada por esclavos negros que habían huido de las haciendas brasileras. Al final de esta plaza, frente al Palacio do Río Branco, de estilo neoclásico francés, se encuentra uno de los íconos de la ciudad: el elevador Lacerda. Se trata de un elevador público construido entre 1869 y 1873 por el ingeniero Augusto Frederico de Lacerda, en sociedad con su hermano, el comerciante Antônio Francisco de Lacerda. Es el elevador público más alto de Brasil, que desciende 72 metros y conecta la Ciudad Alta con la Ciudad Baja. Ya en la parte Baja, frente al Lacerda se encuentra el Mercado Modelo y en las calles aledañas una cantidad innumerable de iglesias, prácticamente hay una en cada esquina. Entre ellas, se destaca la impresionante Iglesia y Convento de Sao Francisco, cuya construcción fue iniciada en 1686 y finalizó recién en 1752. Se caracteriza por sus azulejos portugueses, la pintura ilusionista en el techo y una capilla cubierta de centenas de kilos de oro. Es sin dudas una de las mayores expresiones del barroco brasilero y mundial, al punto tal que en 2009 fue elegida como una de las Siete Maravillas de Origen Portugués en el Mundo y nominada para la elección de las Siete Maravillas de Brasil.
Completan la experiencia Pelourinho los percusionistas, las bahianas trenzando el cabello de muchachas sonrientes y los souvenirs más famosos: las cintitas del Señor do Bonfim, que se anudan en la muñeca tres veces, una por cada deseo. Seguramente, uno de ellos sea pisar esos adoquines una vez más.
EL CRONISTA