El auge de las inversiones chinas en Japón revive viejos rencores

El auge de las inversiones chinas en Japón revive viejos rencores

Por Yuka Hayashi
En un histórico cambio de papeles, China se ha transformado en un importante inversionista en Japón, una disminución de estatus para el país nipón que está reactivando viejas enemistades entre los recelosos vecinos.
En esta ciudad portuaria, la desconfianza ha tomado la forma de un áspero enfrentamiento sobre la construcción de un nuevo consulado chino. Dignatarios en Niigata presionaron por el consulado durante años, con la esperanza de atraer turistas y em-presas a esta alicaída ciudad de 800.000 habitantes sobre el Mar de Japón.
Sin embargo, cuando finalmente obtuvieron la victoria y se anunció el plan para levantar el consulado, los residentes estallaron en protestas. Unas 15.000 personas firmaron peticiones contra los chinos y los manifestantes bloquearon las calles con sus camionetas. En marzo, la asamblea de la ciudad aprobó una resolución que exige un control más estricto de las compras de tierras por parte de extranjeros. La construcción sigue paralizada mientras Tokio y Beijing tratan de decidir qué hacer.
“Es inquietante tener a extranjeros viviendo en medio de nuestra ciudad, detrás de muros altos”, dijo Shigenobu Fukaya, un miembro de la asamblea que lidera el movimiento de oposición. Según él, el consulado traerá un “elemento no deseado” a Niigata (o en otras palabras, chinos) y más crimen.
La disputa plasma la compleja naturaleza de la relación entre China y Japón. Ambos países comparten una cultura y una historia marcada por las guerras. Se han invadido repetidamente desde el siglo XI, pero también han realizado un intenso intercambio comercial que llevó la religión y las armas de fuego a Japón, y minerales y madera a China. En un incidente reciente que marcó a ambos países, Japón colonizó China en los años 30 y masacró a civiles en Nanjing, un período que todavía ensombrece sus relaciones.
Muchos japoneses reconocen que la mayor influencia económica de China podría ayudar a Japón en su lucha por recuperar vigor. Pero al mismo tiempo, la animosidad crece. Una encuesta llevada a cabo hace poco mostró que 84% de los japoneses tenían una impresión negativa de China, un alza de seis puntos frente al año anterior. Casi dos de cada tres chinos aseguraron que el sentimiento es mutuo.
Para numerosos japoneses, las inversiones de China son un recordatorio de su disminuido papel en el escenario mundial. Tras años de crecimiento imparable, China superó a Japón en 2010 para convertirse en la segunda economía del mundo, después de Estados Unidos, una posición que los nipones habían mantenido durante más de cuatro décadas.
“Por un lado, Japón quiere aprovechar el auge de China. Pero por el otro, no puede dejar de preocuparse. No ha encontrado la manera de lidiar con el nuevo flujo de dinero y los recién llegados”, aseguró Jianmin Jin, un economista chino que estudia desde 1998 las relaciones entre ambos países en el Instituto de Investigación Fujitsu, en Tokio.
Es difícil calcular con precisión cuánto dinero invierte China en Japón, debido a que algunos acuerdos se cierran vía terceros países para no llamar la atención. Las inversiones directas netas de China en Japón ascendieron a un récord de US$338 millones en 2010, casi 20 veces el nivel de hace cinco años, según el Ministerio de Comercio de China. (En 2011, la inversión extranjera directa cayó un poco, incluida la de China, después del desastre nuclear de Fukushima).
China sigue rezagada respecto a otros grandes inversionistas en Japón, como EE.UU. y el Reino Unido, que en 2010 inyectaron US$3.500 millones y US$5.200 millones, respectivamente. Aun así, los expertos que hacen un seguimiento de acuerdos individuales aseguran que el dinero chino está adquiriendo una presencia cada vez más significativa.
Entre abril de 2003 y marzo de 2012, las empresas chinas protagonizaron 97 de los 970 acuerdos de inversión cerrados en Japón por parte de extranjeros y coordinados por la Organización de Comercio Exterior de Japón, una agencia gubernamental que promueve las inversiones. Eso coloca a China en segundo lugar, después de EE.UU., con 293 acuerdos.
Al mismo tiempo, el fondo soberano de China parece estar comprando participaciones en compañías japonesas. El diario Nihon Keizai Shimbun informó en junio, en base a un análisis de las listas de accionistas, que el fondo chino posee 1% de todas las acciones de las empresas que cotizan en la Bolsa de Tokio.
Japón está a la caza de dinero chino de cualquier clase. En las últimas semanas, el gobierno inauguró un programa especial de visas para turistas chinos acaudalados que quieran ir de vacaciones a las áreas más perjudicadas por el tsunami del año pasado.
Inversionistas chinos han ayudado a conocidas compañías japonesas que no habían superado las consecuencias del maremoto y la crisis nuclear. Hon Hai Precision Industry Co., con sede en Taiwán, que ensambla productos de Apple Inc. en China bajo el nombre de Foxconn, accedió en marzo a asumir una participación de 10% en el gigante japonés de electrónicos Sharp Corp. También en marzo, Panasonic Corp. completó la venta de sus operaciones de electrodomésticos a la china Haier Electronics Group Inc.
En Japón, la reacción negativa a los chinos crece según llegan los fondos. Los legisladores de Japón especulan que las empresas chinas quieren tecnología o inteligencia militar. “Nadie se preocupaba cuando los estadounidenses compraban nuestras tierras, pero la entrada de China está poniendo nerviosa a mucha gente. Después de todo, es un país al que conside-ramos como una amenaza”, dijo Sanae Takaichi, una parlamentaria de la oposición que está esbozando una legislación que impondría un mayor control sobre la compra de tierras por parte de extranjeros. “No podemos permitirnos seguir bajando la guardia”, aseguró.
Su proyecto de ley no es el único. El año pasado se esperaba que el Parlamento aprobara una ley para proteger el agua potable que se originó durante una disputa territorial de 2010 con China. Algunos japoneses, incluida Takaichi, han expresado sus temores de que los inversionistas chinos podrían explotar su agua mineral para exportarla hasta secar sus manantiales.
Algunos chinos lamentan que el racismo de los japoneses socave la habilidad de China para hacer negocios en el país. Tras estudiar japonés durante años, Sun Ron Qing llegó a Niigata en 2006 para abrir una franquicia de una compañía de alimentos de Dalian, una ciudad portuaria china. La empresaria de 53 años recuerda que lo pasó mal a la hora de entablar relaciones. Algunas personas se negaban a estrecharle la mano en eventos sociales, recuerda. “Es increíblemente difícil para las com-pañías chinas ganarse la confianza aquí”, asegura. Su oficina se cerró recientemente y ahora trabaja en una importadora de alimentos de propiedad japonesa.
LA NACION