Dady Brieva: un cronista de los recuerdos

Dady Brieva: un cronista de los recuerdos

Por Juan José Santillán

Me considero un cronista de una época que prácticamente no tiene registro.
Los recuerdos de mi ciudad siempre los coloqué en todos los espectáculos que hice, incluso, en el libro que escribí. Creo que aquellos que tienen mi edad cuentan apenas con dos fotos de los padres, y no mucho más. El recuerdo es lo único que nos cuenta. Por eso, a la gente de barrio que pertenece a mi generación, nos queda relatar ese tiempo y hablar de las personas con quienes compartimos nuestra vida.
Empecé como actor el 28 de noviembre de 1973, en un grupo de teatro juvenil, con tipos del peronismo y de la tendencia revolucionaria.
Pienso que en los ´70 estaban los intelectuales, los inteligentes y nosotros, los boludos. En el ‘73 Paco Hase era secretario de cultura y, en su gestión, el “teatro juvenil” era una manera de participar. Algunos agarraban la guitarra y hacían la voz de los Huanca; otros, obras de Brecht. Yo, a los quince, me mandé con una sátira de las invasiones inglesas. Teníamos mucha avidez por pertenecer y participar. Me acuerdo que durante esos años fue a Santa Fe un profesor de danza contemporánea del San Martín, y me anoté en un curso donde había cuatro minas con tutú, un gordito con malla negra bastante mariposón, y yo, con mis zapatillas pampero. Parecía Billy Elliot. Creo que con toda esa voluntad podría haber terminado en cualquier lado.
Landriscina es un referente para mí.
Tengo un recuerdo muy presente suyo: en la disquería, cuando nos llegaban sus casetes nuevos, la gente se agolpaba para comprarlos. Después iban a sus casas, sacaban los parlantes a la vereda y ponían sus cuentos a todo volumen.
La mayoría de los monólogos se construye a partir del remate.
Los míos no, tienen un estilo donde lo importante es mantenerte enganchado desde el paisaje que cuento. Por ejemplo, contarte cómo tomaban mis tías en una fiesta, bajo las parras, con el ruido de las chicharras. Eso es puro clima. Tenés que haberlo vivido, y meter a la gente en ese paisaje.
Mi papá fue policía y muy peronista.
En esa época el que hacía teatro era “zurdo-puto”, algo que iba más allá de ser policía, ya que lo creía el panadero, el ferretero. Conmigo, mi viejo, siempre fue policía, no un vigilante.
El stand up habla del monólogo de la servilleta, el monólogo de las vacaciones, o de las mujeres que tienen 60 mil shampoos.
Se arman a partir del presente que, puede ser muy interesante, pero se queda en una cosa muy chiquita. Yo pienso que en mis monólogos cumplo un rol social, porque reconstruyo algo que ya no está y perteneció a mucha gente.
Por ahora no volvería a la televisión, porque tengo comprometida mi energía en un proyecto personal y familiar.
En algún momento, quizás vuelva. Siempre fui generador de mis propios proyectos. Cuando tengo ganas participo en la tele, como hice el año pasado en El puntero, o en lo de Susana. A estas apariciones las veo como una forma de mantener la presencia y vender lo que hago en el teatro.
En el escenario siento que hago catarsis o una sesión de análisis . Me saco cosas de adentro. Es como contar una navidad o revivir recuerdos que nunca dije.
Estudié abogacía, hice once materias, pero largué todo por el teatro.
Ensayaba cuatro meses y montaba obras en la sala Moreno de Santa Fe, con funciones para 70 personas. Pero aguantaba sólo seis funciones y la bajaba. En el ‘83 era empleado público de día y, por la noche, hacia “teatro grabado”… con una sola cámara. Cagate de risa de Jorge Polaco, ¡yo estaba hasta las cuatro de la mañana haciendo Mustafá , de Discépolo, y Todos eran mis hijos , de Miller! En una peña de Santa Fe recitaba poesías de Oliverio Girondo vestido de nena.
Una función, bajé del escenario y subieron Miguel (Del Sel) y el Chino (Volpato). Me gustaron porque hacían humor de puntín y al arco. No les importaba nada. Ellos me conocían y así arrancamos como trío. Nosotros volvimos cinco veces con Midachi, nos alejamos, pero nunca nos despedimos.
No me molesta tener a Chipi, mi mujer, metida en “Bailando”.
Ella bailó desde los 8 años en el Colón con Piquín, con Guerra y con Julio Bocca. Es una mina que, si nos llegáramos a separar, seguiría con lo suyo. Tuvimos un contrapunto con Tinelli cuando la fui a buscar al estudio, pero fue algo que inventamos los dos en el momento. Con respeto.
CLARIN