La pequeña Venecia

La pequeña Venecia

Si la vida te otorga experiencia, si estás conforme en la retrospectiva, hay cosas que no cambiarías si tuvieras el don.
Hay una edad en la que creés que la maternidad es como el árbol que entrega sus frutos. Es natural que un bebé, tras nueve meses de gestación, nazca, aparezca, grite y se abra camino. Eso creés cuando sos un joven inmortal. Pero los caminos del Señor son ciertamente insondables.
Venecia nació sin latido fetal. Fue extraída de la panza de su mamá para comenzar su vida con la deidad de la que el galeno esa tarde creyó estar investido. Trece años atrás la neonatologia era una disciplina con menos desarrollo, pero debe haber sido la disciplina más próxima al milagro de la vida.
Que se tiene, o se lleva, la voluntad de vencer, ya a esta altura y a estas canas no me sorprende, pero superar todos y cada uno de los obstáculos, es sólo para quienes dan sentido a la existencia. En el caso de mi querubín eternamente niña, para aprender a ver detrás de lo aparente.
Pueden creer algunos que mi mirada tiene la esperanza, el anhelo, o la misericordia frente a una parálisis cerebral severa, sin actividad psicomotriz y con una trisomia 21, pero créanme que basta la ternura de conectarse con su ser para saber que los querubines están mas cerca nuestro de lo que imaginamos.
Casuísticas sobre niños con capacidades diferentes no aportan el dato de la ternura, o al dato de cómo cambian a quienes los rodean.
Por supuesto, están quienes no pueden atravesar el dolor, se agobian y abandonan. No son estos ángeles para ellos, pero si podés ver el acto completo, hasta puede que descubras el plan de la vida.
¿Quién atraviesa la vida sin dolor? ¿Quién no pierde algo o a alguien? ¿Quién no se ha frustrado, discute o reniega de su suerte? ¿Quién no quiere ser diferente, más alto, más fuerte, más bella, más capaz, carismático o afortunado. Respondo: algunas personitas como Venecia.
También es cierto que nunca oiré cómo suena en su voz la palabra papá, que no la veré pasar de niña a preadolescente, a mujer, a esposa o madre. Que no me disgustará con ningún novio de aspecto extraño, ni me hará preocupar sobre su comportamiento. Ése es el precio que su experiencia me demanda.
También incluye saber amar como no sabía que era capaz. Sin especulaciones, sin condiciones, sin tiempo, ¡sin culpa! Amar por el sentimiento de amar al otro, de servirlo, de hacerse uno mejor, de descubrir lo maravilloso y el encanto de estar vivo, de entender que todo pasa y nosotros también. ¡Que vale tanto apreciar la vida (como mi querubín me enseña cuando vence cada obstáculo de salud)! Que la dicha consiste en haber vivido, en el maravilloso, único, increíble e indescifrable acto de ser consciente de nuestra esencia.
Cuando un padre o madre rozamos la mano o la mirada de nuestro hijo por primera vez, ese hijo es y será especial. Y nos cambiará la vida y la percepción de ella.

Carlos Felice

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